Mad Men: una victoria moral
17 nominaciones tuvo a los Emmy la serie Mad Men. En la premiación realizada anoche no ganó en ninguna de esas categorías. ¿Por qué es una victoria moral lo de Donald Draper y sus muchachos?
«Se escucha mucho la pregunta ganar o jugar bien. Creo que debería ser una afirmación: jugar bien para ganar, y no una interrogación entre dos opciones».
Marcelo Bielsa
Partamos por lo básico: el triunfo de Homeland en los Emmy 2012 fue total, aplastante, una verdadera patada en las bolas para las aspiraciones de Breaking Bad, pero un disparo con una bazuca a tres centímetros de distancia para Mad Men. La serie de Don Draper y compañía tenía mucho más en juego que la de Walter White y Jesse Pinkman.
Después de estar más de un año fuera de pantalla por líos creativos y de plata entre Matthew Weiner y la cadena AMC, finalmente los neoyorkinos de época regresaron el 25 de marzo con su quinta temporada. Las críticas fueron rudas y, en parte, injustas: que Megan Draper era insoportable, que cómo Betty Draper había engordado así, que Peggy Olson tenía muy poco protagonismo, que Don Draper no era el mismo porque ya no era infiel, que era la peor tanda de episodios hasta la fecha, que la espera no había valido la pena.
Cada una de las estocadas fue más profunda que la anterior, en una búsqueda descarnada por la caída de un producto que hasta el momento no había decepcionado.
Lo que hace su creador y productor ejecutivo Matt Weiner con Mad Men es obsesivo en todos sus aspectos. Una experiencia intensa y elaborada, en donde no deja al azar nada que pueda incidir en el desarrollo de un capítulo. Lo suyo es bielsismo puro.
Mad Men es pura evolución y es ese cambio, inentendible para algunos, es el que hace a la quinta temporada la mejor hasta la fecha. Precisamente en esa ausencia de giros inesperados que muchos critican es donde más grande se hace ese antihéroe llamado Donald Draper: un hombre superado por su época, por su identidad, ambicioso, perdido, quebrado y con una insatisfacción crónica.
Un tipo que podría vender caca como oro puro, pero que se ve superado por la simple felicidad que siente al lado de su esposa. Un desquiciado que no sabe tratar con los ecos de lo cotidiano. Que se va quedando atrás mientras Nueva York y los tiempos avanzan.
Seamos honestos: Homeland es impresionante, de las mejores cosas que le pasó a la televisión en 2011, pero nunca será una serie de culto como Mad Men.
En unas décadas, nos vamos a olvidar de la perfecta bipolaridad de Carrie Mathison, pero siempre tendremos como íconos de la cultura pop a Megan Draper bailando “Zou Bisou Bisou”, a la perfecta tragedia de Lane Pryce, a los viajes en LSD de Roger, a Don Draper escuchando en vinilo “Tomorrow Never Knows” de The Beatles, a Sally Draper diciendo que la ciudad es «sucia» y el sacrificio (y las curvas) de Joan.
Mad Men perdió jugando bien, dejando todo en la cancha y recibiendo una bofetada de la muchas veces ninguneada Homeland. Se agrandó como tenía que agrandarse y, por eso, que no recibiera ningún premio a pesar de sus 17 nominaciones se ve tan mal.
Lo de Don Draper y sus muchachos, a pesar de todo, es una victoria moral, una de esas que nos gustan tanto.