Hace siete años el director de “Gloria”, la película premiada en Berlín, estrenaba su primer filme en una sala atiborrada del Barrio Universitario.
Cuatrocientas personas llenaban el auditorio de una universidad privada antes de la función de una película chilena. La capacidad máxima del lugar era de trescientas.
Unos de pie, otros en las escaleras, y el resto arriba de los demás, encaramados, asegurándose un lugar para ver el pre-estreno de La sagrada familia. Era la primera película de un tal Sebastián Campos, protagonizada por Paty López y Néstor Cantillana.
Mucha gente para una película de la que se sabía poco, o más bien lo suficiente.
Se sabía que era muy distinta a cualquier película chilena que estuvieran dando en el cine por esos días, por su forma y por su fondo. Se sabía, también, que gran parte de su rodaje había sido improvisado, apenas direccionado por algunas instrucciones de un guión más bien minimalista. Pero lo que más se sabía era que tenía escenas cuáticas, hardcore, como decíamos el 2006, brígidas, distintas a cualquier cosa hablada en chileno que hubiéramos visto en el último tiempo.
Era mi primer año de universidad y entendía bien poco del mundo. Por eso quería ver la mayor cantidad de cosas posibles, ir a todas las funciones, charlas y talleres, y al menos así sentir que algo sacaba del precio del arancel. Conmigo estaba un compañero, más viejo que yo y también más conservador. Se ponía camisas y las usaba adentro, cuando eso todavía no era una moda hipster sino un fuerte síntoma de ñoñería, un imán para el bullying. Sus chistes eran muy fomes, escuchaba marchas militares en su ipod y tenía una licencia de portador de armas. Era un gran compañero de trabajo, sobre todo porque me invitaba a almorzar cuando andaba sin plata. Y yo nunca andaba con plata.
Con él nos sentamos a ver La sagrada familia, sin saber mucho qué esperar. Era gratis y era nueva. Sebastián Campos, el director, estaba ahí, con una chasquilla medio emo pegada a la frente, y junto a él estaba la en-ese-entonces reconfortante Paty López y algún actor más del reparto. El público hablaba fuerte, y se sentía esa expectación que se vive solo cuando mucha gente, y sin pagar, está a punto de ver algo por primera vez.
Hay algo en lo gratis que te libera de presiones, que te hace exigir menos y entregarte más, y así estaban casi todos, ansiosos pero entregados. Mi amigo el de la camisa adentro miraba la hora, atrasado para irse a su campo y ahuyentar a perros ajenos con disparos de su escopeta.
Esto fue hace siete años. La película, me acuerdo, fue impactante para muchos de los que estábamos ahí. Era como un reality sutil, con una cámara encima que mareaba un poco pero que mostraba todo, incluso algo más. La historia de un hijo que tiene que ‘matar’ a su padre para avanzar en la vida, contada sin filtros, mezclada con sexo y drogas, carente de rodeos. Para la mayoría la impresión fue positiva, se les notaba en sus caras y en la fuerza de los aplausos, pero para otros la indignación fue evidente. Mi amigo conservador logró llegar hasta el minuto cuarenta y cuatro: «No puedo más», dijo. Me pidió disculpas, se acomodó su pantalón de cotelé y se fue esquivando a los sentados en las escaleras.
Siete años después, Sebastián Campos se llama Sebastián Lelio. La sagrada familia tuvo muy malas y muy buenas críticas. Causó polémica y Lelio se ganó un respeto. Pasaron otras dos películas en el medio, Navidad y El año del tigre, ambas con más repercusión en festivales ajenos que en salas locales. Pero hace algunos días, su cuarta película dio el salto alto. Gloria, protagonizada por Paulina García, se llevó todo lo que alguien se querría traer del Festival de Berlín: un Oso de Plata a la Mejor Actriz, unánimes elogios, excelentes críticas en los más prestigiosos medios y una ovación larguísima al final de la función.
De Campos a Lelio, de una privada del Centro a la Competencia de la Berlinale. Tras un largo camino, Sebastián está llegando a la meta. Tocó la suerte que fuera con Gloria.
La sagrada familia
La historia ocurre en la casa de playa de una familia de arquitectos, durante el feriado de semana santa. Marco es estudiante de arquitectura y tiene una relación competitiva y enfermiza con su padre, que Soledad, su madre, está siempre tratando de calmar. La familia se mantiene en tensa espera por la llegada de Sofía, la primera novia oficial de Marco. Cuando llega Sofía se quiebran todos los equilibrios, y cómo no, es dueña de una perturbadora intensidad erótica que hará que para el domingo de resurrección los personajes ya nunca vuelvan a ser los mismos.
Como dato, la cámara está a cargo del ex CHC, Gabriel Díaz.