Hasta el último minuto

por · Septiembre de 2013

Desde hace tiempo me estaba rondando el ánimo de una pregunta, aunque nunca llegué a hacérmela realmente. Estaba en mi cuerpo como una sensación, en el esternón como un frío cada vez que me sentaba frente a la tele o me paraba detrás de un arco a ver un partido. No lo había transformado todavía […]

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Desde hace tiempo me estaba rondando el ánimo de una pregunta, aunque nunca llegué a hacérmela realmente. Estaba en mi cuerpo como una sensación, en el esternón como un frío cada vez que me sentaba frente a la tele o me paraba detrás de un arco a ver un partido. No lo había transformado todavía en palabras hasta el 7 de junio, pasaditas las diez de la noche.

Chile le había ganado dos a 1 a Paraguay en Asunción. Una victoria angustiada en el final pero justa al fin y al cabo, que mereció incluso mucha más holgura y tranquilidad. El trámite del partido, de hecho, fue bastante aburrido hasta el tramo más final, cuando el gol de Santa Cruz le puso ese nervio y sudor de manos que cualquier espectáculo necesita. Pero nunca hubo ningún peligro, nada que torciera ese destino que con el tiro en el palo de Vidal a los dos minutos ya se había escrito: Chile dominaría, Chile ganaría.

Hay muchos —la inmensa-mayoría, como diría Piñera— que aman esas certezas. Los desarrollos infalibles, la tranquilidad de la certidumbre. El placer de lo seguro, el calor que les da abrir un cajón y saber que las llaves estarán siempre ahí. Abrir la cerveza, prender la tele y que Chile gane, de principio a fin.

Cuando terminó el partido, el mejor momento para mí fue ese: gol de Santa Cruz y el caos; gol de Paraguay y qué mierda pasa ahora. Y ahí mi pregunta, hasta ese minuto todavía una sensación pectoral, se textualizó: ¿qué es lo que espero, sentado en mi sillón, parado sobre una tabla, cuando está a punto de empezar un partido de fútbol? ¿Qué quiero que pase?

Perder me da pena pero últimamente ganar me da un vacío. Digo ganar: esos partidos que se vencen de principio a fin, con goles tempraneros, control de las acciones, pura certeza y un tres cero sin brillo. Mucha gente se encanta con esto y es justo lo que espera de su equipo, que no le dé ninguna posibilidad de sufrir. A mí, en cambio, no hay nada que me desespere más que un segundo tiempo sin la amenaza de que el resultado cambie, para bien o para mal. No es que me guste perder sino que me envicia la probabilidad de la derrota.

La adrenalina, el nervio, la tensión, el estrés, la angustia de no estar seguro, de no saber si se gana o se empata o se pierde hasta que el árbitro levanta sus putos brazos, apunta a la mitad de la cancha, sopla ese pito y por fin, weón, por fin terminó y ganamos y se acabó y a celebrar. Eso es. Eso es lo que espero de un partido, justamente lo que Chile —para bien de todos sus habitantes— no me está dando últimamente.

Hasta el último minuto

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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