Flor de Briceño

por · Noviembre de 2013

Al tiempo que responde las preguntas, Cristóbal Briceño, ahora de paso por México al frente de Ases Falsos, también intenta descifrarse a sí mismo en esta entrevista.

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Fotos: Carolina Illino.

—Tengo que lavar mis calzoncillos cagaos.

Dice Cristóbal Briceño, como siempre tan en broma que parece en serio. Es miércoles en la tarde, y mientras llena una bolsa con ropa sucia, su pieza —estrecha, de aspecto provisorio, en una mole de departamentos nuevos en Vicuña Mackenna— está ordenada.

Camisetas de fútbol —una pirateada del Real Madrid, una del Bolívar regalada por su padre, otra de Deportes La Serena obsequiada por un fan—, boxers de los Simpson, jeans rotos y un par de camisas entran en la bolsa.

—Conversemos mientras lavo la ropa —dice, al tiempo que se abrocha su banano nike bien a la cintura. Allí guarda las llaves, su libreta de notas, el mp3 master-g con que graba melodías y las monedas para hacer el lavado.

En el último de los treinta pisos de este edificio todavía reciente, donde los departamentos no tienen timbre y los pasillos retumban de vacíos, está la lavandería. Mientras un tipo vierte de un tirón todo un bolso dentro de su máquina lavadora, al otro lado de la sala Briceño elige, revisa y coloca la ropa con cuidado, sin displicencia. Prenda por prenda.

—Hoy estoy más sereno. Quizá tenga que ver que estamos acá, esperando que la ropa se termine de lavar, en la azotea del edificio, con esta vista que no puede sino entregarte serenidad —dirá después, irónico, mientras atardece frente a las toscas bodegas e industrias de Vicuña con Av. Matta—. Todo ese concreto inteligente: ¡la raja! Hoy día me siento más tranquilo y quizá me comporte medio místicamente.

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Varios días antes, a mediados de agosto, Cristóbal Briceño estaba en este mismo departamento pero sin tranquilidad ni misticismo. Estaba nervioso.

En quince días más, el 29 de ese mes, daría un concierto solista, el más grande que haya dado jamás por su propia cuenta, con quinientas cincuenta entradas a la venta en Matucana 100 sólo para verlo a él.

Briceño, hoy de veintiocho años, es autor de más de 90 canciones publicadas. Compuso una banda sonora y produjo muchos de sus discos —incluido el más elogiado, Juventud Americana— y aunque ha tocado cientos de veces por todo Chile —primero con los Fother Muckers y ahora con los Ases Falsos— y también en la radio y la tevé, ese día, sentado en la cocina, preparando un té con jengibre, incómodo en su silla, le costaba explicarse, encauzar las respuestas.

Estaba nervioso.

—Prefiero cantar que hilar una idea. No me gusta tener que hablar cosas que no quiero decir, y las entrevistas no siempre van para los lados que me gustarían —dijo, mientras desenfundaba una guitarra y se ponía a tocar “Ojitos de Marihuanera”, una de sus últimas canciones.

Llegado el día del show, un cartel afuera de Matucana 100 decía «HOY: CRISTIÁN BRICEÑO», y aunque ni el mismo teatro supiera el nombre de quien tocaría esa noche en su escenario, una fila de cientos de personas esperaba, con veinticinco minutos de anticipación, a que abrieran las puertas.

—¿Qué voy a hacer? —se preguntó Briceño (Cristóbal, no Cristián), ya frente al micrófono, tomando la guitarra y antes de cantar el primer tema—. No es una pregunta retórica: en realidad no sé qué chucha voy a hacer.

De chaqueta verde, pantalón azul y zapatillas adidas, de pasos largos y movimientos nerviosos, Cristóbal Briceño salió de los camarines a arriesgar. Partió con un karaoke de Eros Ramazzotti y luego, en un escenario de intimidad televisiva, con sillones de mimbre y una mesa de centro, comenzó a divagar entre tallas improvisadas y reflexiones rápidas.

El show duró más de dos horas y él tocó diecinueve canciones. Sólo dos de ellas aparecen publicadas en algún disco suyo. El resto fueron puros temas nuevos, muchos inéditos, más algunos cóvers de La Reina Morsa, Silvio Rodríguez, Felo o Chayanne.

El público —cantando cuando sabía y carcajeando ante cada intervención— estuvo compuesto en su mayoría por fanáticos: gente que lo idolatra, que lo sigue, que lo ríe y que se refleja en él. Adolescentes y jóvenes que parecen ver, tanto en su falta de pose como en su humor negro y agudo, una sinceridad y cercanía que a la música popular de hoy le cuesta entregar.

Como si el compañero más chistoso y talentoso de la universidad, quizá también el más valiente, se saliera de la carrera, como si estuviera ahora cantando arriba de un escenario, tirando las mismas tallas pero entre medio de abatidas y geniales composiciones. Como si no se creyera del todo el cuento.

Verlo en vivo, de alguna manera, es algo como así.

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De vuelta en la azotea del edificio, cuatro y media de una tarde pre primaveral, y mientras la ropa sucia gira en la máquina, Cristóbal Briceño habla del trabajo.

—Yo pienso que ahí es donde más se saca la vuelta.

—¿En el trabajo asalariado?

—Sí, hueón. Yo siempre he dicho que lo que más admiro del oficinista es la capacidad de resignación para levantarse a las siete de la mañana, ducharse, meterse en el flujo vehicular de esa hora, marcar tarjeta y estar todo el día, en buena medida, perdiendo el tiempo: alargando las horas, haciendo tiempo para el almuerzo y después para salir. Eso es lo que más valoro, esa capacidad que tienen de despertarse temprano, ¡y que no podís faltar ningún día!

Al salir del colegio, Briceño entró a la Universidad Católica a estudiar Audiovisual. Rápidamente, se decepcionó: «Todo lo que se dice de la Católica es cierto: es más cuica que la mierda. La Católica es un 5° medio eterno auspiciado por un banco», dijo en una entrevista a la Revista Bello Público.

Abandonó la carrera, se fue de la casa materna y desde ahí, grabando y tocando con los Fother Muckers y Los Mil Jinetes, comenzó a vivir de la música. Estrecha y sencillamente, a lo mejor, pero a subsistir completamente de ella.

«En más de alguna ocasión / Me acusaste de flojear / Puede que tengas razón», canta en “Estudiar y trabajar”, tema del primer disco de Ases Falsos.

—Me interesa esa mezcla de que quizá te veís como un tipo que no está dispuesto a trabajar pero que por dentro sí trabaja, y trabaja bien. Que no erís flojo.

—Yo tengo un sentido del deber súper alto —responde—. Autoimpuesto, pero también impuesto por las cosas que veo y lo que voy aprendiendo. Me siento en deuda con algo que no sé qué es. O con alguien que no sé quién es, pero parece que no soy yo. Es fácil decir que quizá yo soy mi propio jefe, pero pareciera que no: creo que hay una cuestión que está por sobre o dentro mío que me obliga. Miguel Serrano —escritor chileno del XX, amigo de Jung y de Hesse, simpatizante del nazismo— lo pone muy bonito, y habla de esta cosa como la «flor inexistente». Habla muy bien de eso en el prólogo de El círculo hermético, y cuando lo leí me sentí muy interpretado. Entre otras cosas, decía que él sentía que lo que hacía, lo tenía que hacer; lo que perseguía era algo que él tenía que perseguir. Si no hacía lo que él sentía que tenía que hacer, que era perseguir esta flor inexistente, algo muy malo iba a ocurrir. Algo muy malo a nivel universal.

El viento entumece en el piso treinta, aunque la tarde es templada: fría a la sombra y caliente al sol. Briceño sigue:

—Entonces ahí yo me pregunto: ¿hasta qué punto soy yo mismo el que me pongo estos objetivos o estas tareas, y en qué momento empieza a ser ya otra cosa, indescifrable, inescrutable?

—¿Esto lo empezaste a descubrir ahora con Miguel Serrano o lo teníai presente desde que empezaste a hacer música?

—Serrano lo verbalizó por mí, pero es una sensación latente desde siempre. También tengo que reconocer que mi mamá me inculcó un sentido de la responsabilidad muy fuerte. Campesino, se podría decir, y eso que yo nunca he vivido en el campo. Pero mi mamá sí, y ella, por ejemplo, me contaba que cuando llegaba con buenas notas a la casa y se las mostraba a mi abuelo, mi abuelo le decía ‘con su deber cumple, nomás’. Ella me crío también con esa mano dura en el sentido de la responsabilidad. Era un peso y lo agradezco.

Su familia materna proviene de Villa Mañihuales, un pequeño pueblo a 58 kilómetros de Puerto Aysén, mientras que la de su padre surgió en Copequén, una localidad rural al oeste de Rancagua. Cristóbal Briceño Aburto, en cambio, nació y se crió en Santiago.

—Mis papás tenían una formación rural súper fuerte —dice, mirando de reojo a la lavadora y los minutos que le quedan al enjuague—. Entonces me sentía un poco extraño acá, y cada vez que iba a ver a mi familia, que es la hueá que más hacís cuando erís chico, tenía que salir de Santiago. Allá llegaba, y allá también era un extraño: era el hueón de Santiago. Después, por trabajo de mi padrastro, aunque padrastro es una palabra fea para los sentimientos que tengo con él, me fui fuera de Chile. Y llegué allá y también era el hueón de afuera. Así ha sido y así puedo seguir. Cuando chico me cambié de casa diez veces. Después de que me fui a vivir solo, me he cambiado de casa yo creo que otras diez veces más.

—¿Te considerai un desarraigado?

—Sí, definitivamente. Siempre vengo de afuera. Nunca, casi nunca recibo al mundo o a la experiencia; siempre estoy yo entrometiéndome en algo, viniendo de afuera. Y abandono muchas cosas.

La lavadora comienza a centrifugar.

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Son cinco: el próximo de Ases Falsos, el primero de Las Chaquetas Amarillas, el debut de Grupo Niágara, y un epé y un elepé de Los Mil Jinetes. Cinco discos simultáneos son los que Cristóbal Briceño trabaja al momento de sacar la ropa de la lavadora y ponerla a secar.

—Te fuiste mojón por el agua —dice, apretando el botón verde de inicio.

Mientras los Ases Falsos están en su mejor momento, listos para su primera gira internacional, Los Mil Jinetes —el proyecto que tiene desde hace seis años junto a Andrés Zanetta— mantienen su ritmo pausado, con apariciones esporádicas y sorpresivas. Las Chaquetas Amarillas y Grupo Niágara, en cambio, son sus bandas más recientes: la primera lo vuelve a juntar con el guitarrista Héctor Muñoz, cuya salida de Ases Falsos fue largamente comentada; y la segunda la completa con Juan Pablo Wassaf, ex batería de Teleradio Donoso.

—Me gusta ese desorden —dice—. No quiero una biografía limpia y ordenada. Quiero que tenga muchos recovecos y vertientes, que sea difícil de descifrar.

—¿En términos artísticos, qué considerai tú que es el éxito?

—En el contexto y el espacio temporal en el que vivo, considero que el éxito es: poder abastecerme a mí mismo; ser autónomo materialmente (o sea, vivir de la hueá); y lo otro, que es un sentimiento mucho más íntimo, es cuando termino una canción y me regocija. Me regocijo de escuchar la canción que hice, y estoy todo el día cantándola y muy contento. Esa hueá me causa una alegría muy poco frecuente, que no encuentro en otras cosas. Solamente la encuentro en ese espacio.

—¿Es más que un placer?

—Sí, es más que un placer. Se saborea diferente. También se van. Las canciones, todas las canciones se van. Por ejemplo, “La sinceridad del cosmos”. Me acuerdo que cuando la hice me gustaba, la encontraba bonita, me la cantaba a mí mismo. Me parecía graciosa, buena la melodía y la armonía. Tuve ese momento íntimo de disfrutarla, pero ahora la encuentro una hueá la hueá. Esa canción la hice el 2011, han pasado dos años y ya estoy peleado con ella.

—¿Hay alguna canción que haya perdurado? ¿O la que más duró, al menos?

—Puta, me pasa que siempre las canciones que no están grabadas en disco, que no tienen una versión ya que las mate, porque las hace definitivas, esas me gustan. Pero no, sabís que no: no me gusta nada. Nada de lo que hecho. No me gusta nada así como para sentarme y poder paladearlas. Quizá en unos años más me sienta orgulloso de la hueá. Pero ahora no.

—Guardiola decía que el momento de más placer al entrenar era cuando veía videos del rival y descifraba la forma en que su equipo podía vencerlos. Era un placer enviciador, su combustible. Terminar una canción, ¿es ese tu combustible?

—Como dice Pessoa: apreciar la flor, olerla, sentirle su olorcito, después dejarla caer, seguir tu camino y olvidarla. No llevártela contigo. Se marchita.

—¿Tenís una rutina a la hora de trabajar los temas, o se va dando todo de acuerdo a sus circunstancias?

—Yo soy un instrumento y mi cuerpo es súper inteligente. Sabe, por ejemplo, que si tengo dos fechas el fin de semana, no se puede enfermar, aunque haga un frío de la conchesumadre y yo tenga las zapatillas mojás. No se enferma, nomás. Pero si sabe que tengo quince días de descanso, caigo en cama. Así me ha ocurrido todos estos años, y ya ni siquiera me sorprende: ahora solamente entiendo su lógica. Del mismo modo, cuando tengo un rato libre me bajan ganas de hacer una canción, porque supongo que las mismas canciones saben cuándo manifestarse. Entonces, si yo no tengo nada que hacer, me siento con la disposición de hacer una canción. Y salen canciones súper bonitas.

—Pero si te considerai a ti mismo un instrumento, ¿cómo lo preparai? ¿Te cuidai en ciertos aspectos? ¿Trabajai otros, técnicamente?

—No, chuteo, chuteo, chuteo, chuteo, chuteo, chuteo tiro libres, hueón, hasta que me salgan. Es clásico el ejemplo de cuando le preguntan a un compañero sobre el virtuoso tirador de tiros libres y cómo entrena. La respuesta siempre es la misma: el hueón se quedaba después de los entrenamientos, ponía al arquero, una de esas barreras culiás, y le chuteaba un par de horas. En mi caso, yo siento que siendo un escritor de canciones competentes, necesito practicar más. Cada vez hago más canciones, y mientras más voy mejorando, más voy entrenando. También porque empezai ya a oler que estai haciendo una hueá buena, entonces se te abre el apetito. No sé, te dan más ganas de hacerlo porque es entretenido.

—Entonces no sufrís en el proceso: no es un proceso sufriente.

—No, pa ná. Es de plenitud. Un proceso de plenitud donde me abro como una flor.

—«Cuentan que don Evaristo Moya / se lavaba la pichula en una olla / Y su esposa que era muy ahorrativa / en la misma preparaba la comida».

Las carcajadas resonaron por mucho rato. Briceño, que se había confesado nervioso al comenzar su presentación en Matucana 100, salió al paso de la situación con una de las «coplas cochinas» de Felo. El teatro entero era risas.

—«Moralejaaaaaa: Nunca digas de esta agua no he de beber».

Entretener y entretenerse, mantenerse entretenido. Para Cristóbal Briceño, el entretenimiento es lo más importante. Se le nota tanto en sus canciones —que aunque imponen ciertos desafíos temáticos, siempre consiguen ser accesibles al oyente— como en su manera de enfrentarse al público en vivo. Chistes, observaciones, opiniones. Humor negro. Todo para jamás aburrir. Todo para aferrarse a algo y confiar.

—No, el entretenimiento está en todo —dice, todavía esperando a que la ropa se termine de secar—. Está en todo. Está con mi pareja, está con mis amigos, está cuando veo una película. Haga lo que haga, en todo procuro entretener. Y propiciar un ambiente de entretención, cosa de que todos nos podamos entretener mutuamente. Siempre. Es verdad esa hueá, hueón. Es casi una obsesión. O no, en realidad no es casi una obsesión. Es mi manera de ser, nomás. Pero quizá hasta es un karma.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa cuando estái aburrido?

—No me pasa tanto po, hueón. ¿Sabís qué me aburre? Esperar. Esa hueá me empelota. Me pone de mal humor, a cagar. Otra cosa que me aburre, y esto es más personal, son los malos ratos sentimentales. ¡Quién no los ha tenido! Yo creo que no hay nada a lo que le tenga más miedo en esta vida que a pasar un mal rato de esos malos ratos. Donde las hueás no cuajan. Pero ahí ya es un hastío, no es aburrimiento. Me hastía esa hueá.

—¿Y hai tenido muchos de esos?

—He tenido hartos po, soy viejo. Tengo veintiocho años, y los he vivido. Me cuesta también pensar en la vida diaria sin una mujer. No quiero decir que es una mujer permutable, sino que siempre es la mujer. Han sido pocos en mi vida adulta los periodos en los que he estado solo. Claro que también los he tenido y… yo sé que los he tenido. Los he vivido, también. He comido mierda, jajaja. He comido mierda pero ahí ya sobrepasa al aburrimiento. Ahí tiene que ver con otras weás: con angustia, con desolación; sentirte vacío.

El sol ya no se ve, la cordillera está naranja y un motociclista acelera ruidoso por Vicuña Mackenna. Briceño, de camisa manga corta, abriga un brazo con el otro.

—Da la sensación que de un concierto tuyo que no tenga esas intervenciones cómicas la gente saldría muy desilusionada.

—O sea, es una herramienta de usos múltiples. Mientras uno está afinando, alguien tiene que hablar alguna hueá porque sino qué chucha, nos quedamos callados. No me gusta generar espacios incómodos a menos que yo quiera propiciarlos. Pero también es porque estoy nervioso a veces, entonces necesito soltarme un poco, y yo soy muy verbal. Una manera de distenderme, a diferencia de otras personas que ejercen la meditación o cosas así, para mí es conversar. También casi siempre ando con cosas, con ideas en la cabeza que me gustaría compartir. Es mi manera de ser. Me gustan los hueones así. Me gusta El Temucano, me gusta Felo. Me siento parte de ese linaje. Ellos dos, sobre todo; también Patricio Manns. ¡Puta el linaje que me estoy gastando!

—Pero claramente erís consciente de las reacciones que generai. O sea, hay gente que va predispuesta a cagarse de la risa en tus tocatas.

—¡Sí, que lo disfruten! Que la gente lo pase bien es lo más importante para mí.

—Aunque en Matucana 100 corriste riesgos: tocaste muchas canciones que nadie conocía.

—Claro, la mayoría. Pero confiaba en ellas, confío en que están hechas… Mmm, mira: como siempre, trato de que prime la contradicción. O sea, todo es contradictorio. Para que algo suceda tienen que oponerse dos fuerzas. Tiene que haber oposición para que las cosas se muevan, y esa hueá yo ya la tengo clara. La cuestión, entonces, es sacarle brillo a esa contradicción. Yo, por ejemplo, quiero que mis canciones sean cada vez más profundas. No quiero, en realidad: siento que obviamente tienen que ir en esa dirección. Pero al mismo tiempo, que sean más superficiales en el sentido de engancharte, que no sean necesarias tantas vueltas. Quizá tengo que construir un primer piso, que no es el piso que te quiero mostrar realmente, pero que sea uno en el que yo me sienta cómodo: que me guste, que sea popero, que sea una hueá rica y que te haga entrar altiro. Hoy ya nadie tiene tiempo para pensar las hueás dos veces. No se te dan muchas oportunidades. Entonces tengo que entrar altiro a buscar el gancho. Altiro: altiro a buscar mi entorno.

—Tres cucharadas y a la papa.

—No tan así. Es como construir una fachada que sea la raja, a la que vos entrai por lana y salís trasquilado. Esa es la hueá. La mayoría de las canciones que mostré tiene ese gancho. La gente las escuchó, les gustó instantáneamente por la melodía, qué sé yo, y quedaron enganchados. Después, cuando vuelvan a por eso mismo, van a pillar que ahí había otra hueá. Y quizá si vuelven de nuevo, ya con hambre de saber si hay algo más, lo van a encontrar. Desde hace un tiempo que vengo enterrando muchas hueás en las canciones, y hay muchas de ellas en que nadie me ha dicho cosas que yo sé que están ahí. Y están a la vista, hay ideas que están hiladas y todavía nadie me las ha comentado. ¡La raja po, hueón! Para mí es la raja, porque significa que en algún momento alguien, algún pendejo las va a pillar.

Hay que tener suerte. O provocarla. Porque aunque no es de negarse a entrevistas, es fácil pillar a Briceño a la contra, aprovechándose de la ingenuidad del entrevistador o también de su exceso de soberbia. A preguntas obvias dará respuestas duras, y las subidas por el chorro las bajará con delicada vulgaridad, si así resulta necesario.

De esa manera lo sufrió Gabriela Flores, por ejemplo, quien animando una sesión de Rock&Pop Stage, programa radial que presenta a bandas chilenas en vivo, se jactaba de que el vocalista de los Ases Falsos le estaba perreando sólo a ella.

«Para la gente que nos está escuchando en este momento, y no nos está viendo por el streaming, les cuento que Cristóbal Briceño me estaba bailando a mí», dijo a sus oyentes. A lo que Briceño agregó sin demora: «Y tú me palpaste los genitales, eso también tengo que decirlo».

Esta vez, en un atardecer ñuñoíno desde las alturas, y como ya lo dijo antes, el músico está más tranquilo, incluso medio místico. Al tiempo que responde las preguntas también intenta descifrarse a sí mismo.

—Yo siento que, a veces, que te vaya mal es que te vaya bien. Y que te vaya bien es que te vaya mal. Me gusta eso de la putrefacción disfrazada de grandeza, y de la grandeza disfrazada no sé si de putrefacción pero sí de lo pequeño, ignorado, pasado por alto; desdeñado, incluso. Hay un cuento que me encanta de Borges, muy bueno, sobre un espejo. No me acuerdo cuál es el título, pero termina con un rey convertido en un vagabundo, destinado a errar por su propio reino. Siento que es un poco lo que hace el mismo Borges. Él construyó planetas, ¡un sistema solar, hueón! Desde sus cuentos costumbristas, pasando por los cuentos más metafísicos, a los de ocultismo. Una cantidad de variantes. Y él se sitúa dentro de su creación muy humildemente. No me gusta ocupar la palabra humildemente, porque está mal asociada, pero ocupémosla. Borges es un vagabundo dentro de su imperio. Yo siento, modestamente, que tengo también una tendencia a eso, a confundirme dentro de lo que hago, a situarme dentro de los mundos que trato de abrir pero sin gobernarlos. Soy un gitano, se podría decir, un perseguido dentro de mis propios sistemas.

—Eso igual tiende a confundir. Y aunque como músico necesitai a la gente, antes ya hai hablado de que te gusta confundirla, mantenerla incómoda.

—Es que te mantiene atento, pos hueón. Al momento que te sentís seguro ya dejai de prestar atención. En cambio cuando estai a tientas, en la oscuridad, tenís que estar alerta. Siento que es verdad, que es bonito que sea así. La gente, o los pendejos, o quienes sea que sean mi público, está súper atenta y alerta a lo que vaya a suceder, porque tiene súper pocas certezas más allá de que le gusta las cosas que hemos estado haciendo.

—¿Esperaban, ahora como Ases Falsos, que les fuera bien al momento de tomar las decisiones que tomaron?

—Es que no pensamos mucho en los resultados. O en verdad sí. Sí, hueón: yo sabía que nos iba a ir bien, pero lo he sabido desde siempre. Siempre lo he sabido, o lo he querido creer. Estas mismas voces de otra esfera yo creo que me han guiado bien, y creo que he escuchado lo que me dicen. A veces hemos tomado decisiones que para todos, que para mucha gente son las incorrectas, pero yo estoy seguro de que es lo que hay que hacer.

La ropa ha terminado de secarse. Briceño tomará las prendas una por una, juntando los calcetines con sus pares y doblando sin apuro las camisas. Aprovechará el calor que les queda para estirarlas, evitando así tener que pasarles la plancha. Las guardará pulcramente en su bolso. Antes, eso sí, de hacer todo eso, dice esto:

—No es la única manera de sentirse satisfecho seguir el camino que hemos seguido nosotros. Al mismo tiempo, es verdad que pareciera ser que hay muchas alternativas, pero al final el camino es uno solo. Toda la gente habla de que hay muchas maneras de hacer las cosas, pero no es tan cierto eso. Solamente hay una: la que hiciste. No podís echar marcha atrás, no. Eso forma parte del mismo camino. Es un camino. Y todos tenemos uno solo. Y yo creo que es imposible que una persona no recorra el camino que tiene que recorrer. Y yo pienso que a mí me corresponde hacer lo que hago, así como a mucha gente no le corresponde hacer lo que trata de hacer. Eso se puede ver en gente que emprende negocios que no prosperan, en familias que se destruyen y que tratan de construir una armonía que nunca consiguen. Y, a mí manera de ver, en los músicos. Es impresionante. Y digo a mí manera porque es lo que tengo más presente. Es impresionante la cantidad de músicos que hacen y que tratan de participar de la música por los motivos equivocados. Hasta yo escucho las voces que dicen que no sigan intentándolo porque no les corresponde.

—¿Cómo te sentís tú correspondido? ¿En qué lo veís?

—Porque me salen canciones buenas po, hueón. Si no me correspondiera hacer canciones, me saldrían canciones malas, como abundan. Y yo me esfuerzo igual por darles cauce, pero las canciones vienen, y vienen hartas. No quiero ser arrogante. Yo tengo muchas falencias, hay mil weás que no sé hacer en la vida, mil weás que me salen como el hoyo, pero siento que esta cosa me sale bien. He puesto mis esfuerzos en esto, en este momento de mi vida.

Flor de Briceño

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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