El de Brasil, aunque ha sido un Mundial entretenido, se fue apagando hasta llegar a lo que tenemos: unas semifinales de potencias, más pragmáticas que ofensivas, tan acostumbradas a ganar que lo primero que se proponen es no perder.
Un Mundial en bajada. La chispa de este torneo siempre demoró la combustión, con inicios flojos que dejaban lo mejor para el tramo final. La de Brasil, aunque ha sido una Copa entretenida, angustiante, tan llena de goles como de imprevistos, se fue apagando hasta llegar a lo que tenemos: unas semifinales de potencias, más pragmáticas que ofensivas, tan acostumbradas a ganar que lo primero que se proponen es no perder.
Seguramente esta fue la mejor fase de grupos de la historia. El promedio de anotaciones por encuentro, en un momento, fue el más alto desde México 70, y a pesar de que muchos goles no es sinónimo de buenos partidos, este año se dio la mezcla: Ghana, que lo dejó todo sin obtener nada, entregó ante Alemania y Portugal dos partidos, con cuatro goles en cada uno, para repetirse en cualquier tarde triste. Inglaterra aportó poco a la ecuación, apenas dos goles, pero sus derrotas ante Italia y Uruguay quedan entre lo más eléctrico del Mundial.
Los octavos de final entregaron alargues, y los alargues nervios. Los cuartos, en cambio, demostraron que no gana el que más arriesga sino el que menos se descontrola. Brasil pegó, la reventó y pasó, sin dejarle un metro a una Colombia que demoró mucho en acelerar. Recién ahí, jugándose el paso a las semis, echaron de menos a Falcao, lo que habla maravillas de Pekerman y su trabajo. James Rodríguez, más chico que mi hermano chico, pateando un penal ante 67 mil brasileños sin mirar la pelota, es el crac indiscutido de la Copa.
Cuando parecía que el falso nueve había muerto con España y Diego Costa, Alemania insistió en jugar sin delanteros y partió con goleada y humillación a Cristiano. Nunca más se la vio cómoda, ni siquiera ante Argelia, y contra Francia se olvidó de su nueva identidad —mediocampo dinámico, posesión alta y sin referencia fija en ataque— para jugar con Klose arriba, Lahm de vuelta al lateral y doble contención en la mitad. Gol de pelota parada, y por mucho que Löw insista en la modernidad, Alemania sigue siendo Alemania. Ante un Brasil guerrero, que apela a la épica antes que a la estética, el que esté más firme sigue.
Holanda, ya lo decíamos antes, se adapta a lo que tenga enfrente. Ante España, Chile y la primera hora contra México, esperó en mitad de cancha, juntó a cinco defensas con tres volantes y confió en Robben y su voracidad. Contra Costa Rica, obligado a proponer, volvió a sus queridos punteros y puso un ofensivo 3-4-3. Van Gaal lo explica todo: tras irse del Barcelona y del Bayern por la puerta de atrás, el holandés tapó todas las bocas habidas y por haber con el equipo más versátil del Mundial. El próximo entrenador del Manchester United, de rígido pasado, toma esta idea, tan de moda, de que hay que elegir un estilo y morir con él, y se la pasa entre sus albinas nalgas neerlandesas. El que no se adapta muere, y Holanda está más viva que nunca.
Ante Argentina, eso sí, es difícil predecir algo: Di María, el único que parecía estar a la altura de Messi en el ataque, se lesionó. Higuaín despertó, vuelve Agüero, pero ellos esperan arriba una pelota que les permita terminar la jugada. Gago no ha dado el ancho, Mascherano lleva cuatro años jugando de central, y en la banca hay poco, por no decir nada. ¿Enzo Pérez? ¿Lucas Biglia? ¿Maxi Rodríguez? Sabella sabe defenderse y eso hará, pero Van Gaal no pisará el palito. Me acuerdo del 98 y me da pena: Simeone, Verón, Ortega, Zanetti y Batistuta contra los De Boer, Bergkamp, Kluivert, Davids, Overmars y Seedorf. Ojalá alcance con Messi, Robben, el Kun y Van Persie.
Francia, Colombia, la pureza de Costa Rica. Los equipos que entusiasmaban por su juego se desarmaron ante la presión, y los que no terminaban de convencer a la vista están ahí, donde les pide la historia. No esperemos goles. Ni seis pases seguidos. Aquí gana el que no pierde.