¿Qué es lo que quiere un hincha? ¿Sólo un resultado a cambio de una entrada? ¿O sentirse partícipe de una comunidad, integrado en un proyecto? Los fanáticos del United se hicieron esa pregunta y así la respondieron.
Hace un año, aunque ya pocos se acuerdan, Colo Colo estaba en el último subterráneo de una honda crisis. Escondido bajo triunfos casuales y títulos esporádicos, el desastre se veía venir con cada cambio de dueño, que siempre parecía tener menos claro el rumbo que el anterior. Blanco y Negro (ByN), la concesionaria que administra al club, tenía dinero pero no dirección, y eso, en el equipo más popular de Chile, tarde o temprano iba a colapsar.
De Piñera a Ruiz-Tagle, de Ruiz-Tagle a Levy, de Levy a Mossa: a pesar de sus intentos por aparecer como unos futbolizados y apasionados hinchas de Colo Colo, ninguno pudo esconder lo evidente: no estaban ahí para fortalecer al club, sino para ellos fortalecerse con él. Y cuando los síntomas de esta desorientada gestión comenzaron a manifestarse en la cancha —derrotas de local, goleadas en contra, indisciplina de los jugadores— la hinchada no aguantó más y quiso hacer un cambio. Decenas de miles de nuevos socios se inscribieron, y en vez de darle la espalda al club lo quisieron cambiar desde dentro. Creían que así le harían el peso a los directores de Blanco y Negro. Que así le devolverían la esencia que con la privatización había perdido. Parecía que una vocación comunitaria invadía a miles de colocolinos que, más que ganar, querían participar, ser parte de su club.
Pero con los resultados a favor, la efervescencia se fue apagando. ByN tomó algunas buenas decisiones —designar a Héctor Tapia como entrenador, darle continuidad, reforzar el equipo a su medida— y Colo Colo volvió a jugar bien y luego a ganar. Así consiguió la insoportablemente ansiada estrella Treinta, y gran parte del desenfado y las consignas revolucionarias, cantadas poco tiempo atrás con convicción y vehemencia, fueron olvidadas como una mañana de resaca.
¿Qué es lo que quiere un hincha, entonces? ¿Sólo un resultado a cambio de una entrada? ¿O sentirse partícipe de una comunidad, integrado en un proyecto?
Esas preguntas se hicieron muchos fanáticos del Manchester United, uno de los dos clubes más ricos de este planeta y el más exitoso del Reino Unido. Desde 1991, con la creación de la Premier League, muchos equipos de fútbol ingleses se cotizaron en la bolsa de valores. Nuevos dueños, más capital, más inversión, más caras las entradas, menos participación de la gente. Aunque este proceso provocó la época más brillante de la historia deportiva del Man U —13 títulos de liga, 2 Champions, 4 copas FA— generó al mismo tiempo un malestar extendido entre su hinchada, herida en su vínculo social y afectivo con el club.
Desde ese momento, de manera progresiva y según la lógica privada y corporativa, los fanáticos dejarían de ser tratados como socios. Cierra la boca, paga tu abono y disfruta del show.
Grupos de hinchas, parecido a lo que sucedió con Colo Colo, se unieron e intentaron juntar esfuerzos. Se aliaron como accionistas minoritarios, intentando tener peso en el directorio, pero se les hizo imposible por el alto valor financiero que tenía el club. Además, les pesaba la contradicción de estar en contra de los controladores del United pero no poder dejar de pagar la entrada para los partidos. Amaban al equipo pero detestaban su estructura.
En 2005, el empresario norteamericano Malcolm Glazer, dueño de los Tampa Bay Bucaneers de la NFL, se transformó en el accionista mayoritario del Manchester United. Hasta su muerte, en mayo de 2014, Glazer nunca pisó el estadio de Old Trafford. Sí lo hicieron sus hijos, y la primera vez no fueron bienvenidos.
Una tarde de semana, en junio de 2007, aparecieron por la cancha. Querían conocer su propiedad. Cientos de hinchas los esperaron afuera, cantando canciones en su contra, haciéndoles sentir que su dinero yankee no era bienvenido. Dentro del estadio, una grabación con las voces de esa misma gente, cantando canciones en algún partido previo, sonaba por los parlantes a todo volumen. Les estaban mostrando a sus dueños el ambiente que habían comprado, mientras sus intérpretes, furibundos en la calle, eran reprimidos por la policía.
Como en el fútbol inglés no hay regulación respecto a la propiedad de los clubes —a diferencia de Alemania, donde los socios deben ser dueños del 51%—, Glazer y su familia poseen el 90% del United, dejando de ser un club de fútbol y transformándose en una empresa familiar privada. El poco espacio que tenían los hinchas para participar en el día a día desapareció, y la única alternativa que les quedaba para seguir estando cerca de su equipo era pagar las £532 ($512.000 pesos chilenos) por el abono más económico para la temporada.
Así lo define Adam Brown, sociólogo y ex hincha del Man U: «El poder del capital global en el deporte, apoyado por la fuerza pública del Estado, ganó la batalla, matando para muchos una forma particular del fútbol como cultura popular».
Resignados, seguramente hastiados pero todavía apasionados, miles de esos hinchas, entre ellos el mismo Brown, dijeron basta. Se dieron cuenta que el club de toda su vida les había dado la espalda, y aunque ganaran y siguieran ganando muchos títulos, la relación que le daba sentido al fanatismo —la comunidad, la cercanía con los jugadores— nunca iba a volver. Y decidieron lo que muchos consideraron una traición: crearon un nuevo club. El Football Club United of Manchester. Camiseta roja, pantalón blanco, medias negras. ¿Una copia? Más bien un regreso a la esencia.
De partida, el FC United será siempre un club con membresía abierta, sin fines de lucro. Así está escrito en sus bases. El directorio lo eligen los socios, cada uno con derecho a voto y cada voto con el mismo valor. La responsabilidad del club, se lee en su texto fundacional, es «desarrollar fuertes lazos con la comunidad y ser accesible a todos, sin discriminar a nadie». También se compromete a tener precios de admisión abordables, evitando cualquier comercialización con las entradas, colores y símbolos del equipo.
Actualmente, el FC United está en la séptima división del fútbol inglés. Cuando jugaban la final de la novena, la más baja de las divisiones, llevaron 6032 personas de público, el máximo en la historia de esa categoría. Entre todos los socios reunieron dinero para comenzar las obras de un estadio propio, ubicado en la zona donde se fundó el Manchester United. Aunque el equipo compite, y compite bien, su objetivo no es ganar. Al menos así lo explica, en un paper del sociólogo Brown, uno de sus nuevos hinchas tras asistir por primera vez a un partido del FC.
«Hice cientos de amigos nuevos ayer, y volví a casa exhausto pero con la sonrisa más grande de los últimos años. Y cuando pregunté si este había sido un día especial, me dijeron que no: ¡pasa lo mismo cada fin de semana! Me quedé con ganas de más, con una sensación muy optimista sobre el fútbol, que hace tiempo no sentía. Toda la experiencia fue un cambio muy refrescante en relación con lo que se vive en la Premier League. La hinchada era una fantástica mezcla de hombres, mujeres y niños, todos apoyando al equipo. No había nada de violencia ni de policías de choque, tampoco guardias. ¡Y todo por la suma de £6 ($5700)!».
Esos hinchas se hicieron la pregunta y la respondieron. ¿Qué es lo que quieren? Que el club y sus fanáticos sean uno solo. Unidos. Unidos Fútbol Club.