Tanto El Exorcista como El bebé de Rosemary han hablado en su momento de miedos uterinos. En el caso de The Babadook, la gran virtud es su admirable economía de recursos. Una película sobre el terror de fracasar como madre.
Es un hecho: ser madre no es fácil, ser hijo tampoco. Como casi cualquier relación, está condenada por sentimientos tan extremos con el amor, la rabia, la frustración y el desencanto, pero lo indisoluble del vínculo la vuelve más intensa. Si esto ya es complejo, imaginar a una madre cuyo hijo pasa por una crisis, atormentado por un ente violento, puede transformar la situación en algo infernal. Y no es casual que quien esté detrás de The Babadook (2014) sea una mujer.
Amelia (Essie Davis) y Samuel (Noah Wiseman) viven en una casa fría y deprimente que a ratos evoca a la casa de Regan MacNeil en El Exorcista. Ella es viuda y trabaja como cuidadora en un asilo de ancianos. Vive en el desencanto de un luto, tras haber perdido a su marido en un accidente hace siete años, la misma edad que tiene Samuel. Él es un niño hiperactivo, con problemas de conducta en el colegio. Ama hacer magia y fabricar armas para luchar contra monstruos imaginarios.
Este precario equilibrio entre ambos se viene al suelo cuando Samuel encuentra un libro en la estantería de la casa, para ambos desconocido hasta ese entonces, y que lleva por nombre The Babadook, una especie de cuco o boogeyman según corresponda. El cuento, para sorpresa de ellos, es macabro y amenazante. A partir de su primer lectura, la relación entre madre e hijo se tensará y mutará hacia el desgaste mental a niveles peligrosos. Mientras el Babadook comienza a manifestarse cada vez más real, ellos quedarán aislados y privados de alguien a quien recurrir.
Terror al fracaso, a asumir un rol no deseado, a la pérdida, a convertirse en una mala madre según el entorno cercano. Si en esa pieza de culto rebosante de vísceras y horrores femeninos llamada, Al interior (2007), el discurso estaba puesto soterradamente en el derecho a abortar, en The Babadook el foco apunta a perder el miedo a no podérsela como padre o madre. Un tema complejísimo y castigado ferozmente tanto en oriente como occidente. Hacia el final, la película opta por una metáfora bastante hábil para explicar las ideas horribles que se han anidado en la mente de Amelia.
Tanto El Exorcista como El bebé de Rosemary, Agua turbia o Alien, han hablado en su momento de miedos uterinos. En el caso de The Babadook, la gran virtud es su admirable economía de recursos, donde toda la potencia está puesta en la dirección de actores. Con la efectividad de un cuento gótico de Edgar Allan Poe o H.P. Lovecraft, el debut de Jennifer Kent, directora australiana, arma una historia efectiva y notablemente simple, donde retoma la inquietud que hay detrás de la oscuridad, de los ruidos y de despertar a mitad de la noche luego de una pesadilla. O peor aún, de contestar el teléfono y que lo único que se escuche al otro lado sea «Baba-dook-dook-dook».