Kanye en Chile: Our beautiful dark twisted fantasy
Comparar. Es de mediocres, es de facilitas, es inevitable: si Bob Dylan fue la somatización del siglo xx, Kanye West fue el 2010 hecho persona.
Todo lo que significó y significará el año pasado para la historia de la cultura pop, West lo sintetizó en su existencia. Todo lo que hizo -en cada canción, cada video, cada escándalo, cada tweet- fue expeler veintediez por los poros. Lo raro: triunfó.
Asumir el presente y convencerse de que no hay momento más crítico que el ahora, eso es de artistas
Kanye, hijo de un ex Pantera Negra y de una profesora, terminó el 2009 de la mejor manera posible: dejando la cagá. Lo reventaron en twitter, lo avergonzaron en las noticias y Obama lo trató de imbécil. ¿Fue un error? Nah. Parte de la estrategia.
Para subir hay que bajar y West, en ese momento, llegó hasta el fondo. Lo besó. Le pidió permiso al diablo para meterse a su sótano, y desde ahí, conscientemente, se reinventó en lo más difícil: un hombre del presente. Más sencillo es, quizá, aventurarse en un futuro futurista, o hurgar en el pasado olvidado. Asumir el presente y convencerse de que no hay momento más crítico que el ahora, eso es de artistas; eso fue My Beautiful Dark Twisted Fantasy, su último álbum: una foto de hoy vista desde hoy por un hombre de hoy.
Con este disco -conceptual, arriesgado, lleno de invitados- resucitó y mató al hip-hop de una. Se consagró como el mejor de los mejores productores, consolidó sus dudosas capacidades raperas y amplió el género a niveles peligrosos y excitantes. Lo hizo emo y cinematográfico, hablando en primera persona en nombre de todos, pidiendo perdón y, al mismo tiempo, metiéndoselos en su oscura raja.
Aunque el contexto. Sacar un disco ya no es sacar un disco, solamente. Hay que encauzarle el flujo, y como palas, Kanye West ocupó su twitter, su sitio y su pico. El primero, para decir las más geniales imbecilidades en mayúsculas; el segundo, para lanzar sus canciones y remixes gratis en mp3; el tercero, para mostrarlo y no esconder nada.
“Una vez que le muestras la corneta al mundo, puedes hacer el mejor disco de tu vida”, pensó. No, no lo pensó, pero tiene sentido.
¿Verlo en vivo? Su show puede no ser el más imperdible del planeta, pero oye, no tiene que ver con eso. Tiene que ver con estar en el mismo lugar, al mismo tiempo, frente a frente, con el hombre que es todos los hombres de hoy, que hace la música y vive la vida como se vive hoy: en presente.