En vivo, el de Detroit no deja ningún detalle al azar, justamente para que el azar se despliegue a sus anchas una vez encendidos los amplificadores.
El heroísmo se ha ido muriendo junto al rock and roll. Los Kings of Leon, de sonido impecable y actitud cadavérica, así lo demostraron el domingo. La figura de un hombre que con su guitarra te levante de la silla, te marque un camino y te mueva hacia a él ya casi no existe, como tampoco existen los líderes políticos ni los grandes animadores de tv. Somos un rebaño a la deriva, chocando nuestras cabezas a la espera de que los pastores resuciten.
Jack White III, el reverendo de la iglesia de los rockeros de los últimos días, permanece como último guía espiritual, aunque tambaleando. Fue un héroe porque limpió al rock de los artificios que lo acogotaban y le sumó a ese sonido básico todo un manifiesto, una serie de mandamientos que no se limitaban a su comportamiento como músico sino que se proyectaban como un riguroso código de conducta para adultos. En un mundo, el de comienzos del siglo XXI, donde el camino fácil —de la tecnología, de la fama— es promovido y practicado con intensidad, White predicaba y sigue predicando la rigurosidad del trabajo mecánico, la desconfianza de la celebridad, la disciplina ética y estética.
Muy lúcido, acabó con The White Stripes antes de que se convirtieran en un dinosaurio más o en un grupo sostenido por la inercia. Del rojo se cambió al azul, y comenzó una carrera solista encomendándose a nuevos desafíos. Del minimalismo blues de sus tiempos de dúo saltó al barroquismo del country, con violín y steel guitar incluidos, con una banda que llena esos silencios que antes eran parte de su show.
Cerrando el primer día de Lollapalooza, apareció en el escenario como esos caballos que desatan en el descampado, liberando una energía guardada sin una dirección aparente. Se lo vio más eléctrico de lo normal, encarando al público repetidamente, exprimiéndolo como exprime a sus músicos: directamente, sin sutilezas. Su banda es adulta, pero White les exigía como el profesor de Whiplash a sus alumnos. Todo o nada.
En la producción, el de Detroit no deja ningún detalle al azar, justamente para que el azar se despliegue a sus anchas una vez encendidos los amplificadores. El que buscaba entretención, eso sí, entendida como se entiende hoy la música popular —pirotecnia en cierto grado predecible— no la encontró jamás. White destruye o potencia sus canciones permanentemente, alterándolas, mezclándolas, dilatándolas, satisfaciendo a sus disciplinados fans y complicando a quienes trataban de descifrar cada tema.
Es Jack White un héroe tambaleante pues ya no mueve juventudes, empalagadas en sonidos más complacientes, y tampoco exacerba a los adultos, más necesitados de nostalgia. Su virtud es sobrevivir entre esos facilismos, con una vitalidad única en su generación.
Fotos: David Swanson © paniko.cl