Dos matrimonios se disuelven de manera traumática para dar paso a una amistad poco auspiciosa. Junto a sus ex maridos, Grace y Frankie revelan que a los setenta se puede volver a vivir con la intensidad de los treinta.
Netflix, que por momentos le pisa los talones a HBO en eso que llamamos «ficción de calidad», suma un nuevo título a su catálogo de series originales. Se trata de esta sitcom que tiene entre sus creadores a Martha Kauffman, quien fue parte la génesis y desarrollo de ese hito generacional/cultural llamado Friends, ahora presenta a un cuarteto senior como protagonistas indiscutidos de sus vidas, y a los que enfrenta al desamor, la amistad, las citas y la sexualidad de forma tan natural y fluida, que rápidamente el espectador olvida que se trata de una historia de «gente mayor».
Los protagonistas involucrados no merecen más presentación que sus nombres, todos vienen de vuelta en sus carreras y sostendrían cualquier historia con su sola presencia. Grace (Jane Fonda), pragmática y conservadora, es madre de Brianna y Mallory, y participa como rostro de una marca de cosméticos. Frankie (Lily Tomlin), por su lado, es profesora de arte, liberal y madre de dos hijos adoptivos: Coyote y Nwabudike, más conocido como “Bud”.
Las damas en cuestión, como es obvio, no tienen nada en común salvo a sus maridos: Robert (Martin Sheen) y Sol (Sam Waterston), amigos y socios, quienes en los primeros minutos del capítulo inicial (vade retro los que confunden spoiler con información que se presenta en el tráiler) les piden reunirse en el restorán de siempre para revelarles la devastadora realidad: hace veinte años que son pareja y han decidido divorciarse de ellas para comenzar su vida fuera del clóset.
Y es aquí, es ese punto de partida demoledor para cualquiera, donde se da pie al acercamiento entre las dos mujeres, que nunca se tuvieron especial aprecio y que se soportaban solo por complacer a sus —ahora repentinamente— ex maridos en algún almuerzo o cumpleaños.
Desde esa amarga comida en el restorán, se verán en el deber de acompañarse, en un comienzo, muy a pesar de ambas, tratando de encontrar la manera de superar este nuevo estado civil. Siempre con humor, aunque sea a ratos negro, las menos veces blanco y la mayoría del tiempo ácido, estas dos señoras de acero saben que la risa y sus hijos son el único antídoto con el que cuentan por ahora.
Mientras, desde la otra vereda, para la flamante pareja gay las cosas no serán sencillas. Insertos en un ambiente tradicional y republicano se enfrentarán al rechazo de sus conocidos, Robert y Sol comprenden que su liberador acto tiene consecuencias y que tendrán que incorporar los prejuicios y la homofobia a su nueva vida, aunque sea a su edad.
Grace y Frankie no solo es una historia de ex parejas, también es un relato sobre padres e hijos donde todos tienen en mayor o menor medida algún esqueleto oculto en su clóset. Son miedos, trancas o rollos que los hacen adorables y es mediante la mordacidad que estas dos familias se encuentran y desencuentran y vuelven a encontrarse.
Enfrentar y asumir son verbos que para este cuarteto senior se vuelven cruciales y donde todos tienen claro que la vida puede resetearse a cualquier edad, incluso en esa etapa en la que todo empuja a jubilarse y cuidar de los nietos.
Curiosamente, Grace y Frankie es por ahora —junto con la británica y estupenda Vicious— una de las escasas ficciones al aire que tiene a actores mayores en roles protagónicos. Los viejos tienen mucho que decir, y esta comedia lo demuestra en forma empírica durante sus trece capítulos de esta temporada inicial. La segunda se espera para 2016.