Tarantino estrenó Los 8 más odiados, una tortura a la supremacía blanca que desliza su amor por una raza de cine ya extinta.
En Los 8 más odiados, Quentin Tarantino escribe y dirige su propia lectura sobre el nacimiento de una patria, usando las armas que entregan un spaguetti western de Sergio Leone con La ratonera de Agatha Christie. El resultado acaba por torturar a la supremacía blanca y exhibir su amor por una raza de cine ya extinta.
La Guerra de Secesión ha terminado hace algunos años y unos desconocidos cruzan sus caminos en una posada que combate a una tormenta de nieve de magnitudes bíblicas. Mientras muestran sus cartas, una perversa ¿doncella? en apuros se limpia las heridas propinadas por su captor. Hay pólvora, tabaco, café de grano, barbas, suspicacia, intrigas, secretos y ríos de sangre. Un batido de estereotipos y señales que incendian la pantalla durante 167 minutos.
Entre la misoginia, el racismo y las dolorosas contorsiones, todos son hijos de un mismo territorio poblado de nativos y migrantes. Aquí nadie sabe para quién trabaja. Estos ocho a la deriva (Sam Peckinpah, Brian de Palma, John Carpenter, Sam Raimi, Steven Spielberg, John Ford, Alfred Hitchcock y Howard Hawks) no confían ni en su sombra y son capaces de lo indecible por lograr sus planes. Son dioses y diablos compartiendo un mismo cuerpo en la tierra de las oportunidades, los mismos que dieron origen a su bélica nación.
Tarantino propone, a la par de los discursos oficiales y galas con oropeles, mirar equitativamente entre el estiércol germinal de la patria. Un espacio de debate donde la cinesífilis (Andrés Caicedo ya lo sabía) dialoga con los cadáveres mestizos de verdugos, veteranos y cazarrecompensas que acomodan la ley a su conveniencia, ya que la moral y la ética vienen en una diligencia lejana y el cine, como arte y espectáculo de masas, no alcanza a ser un espejismo: el Génesis al catolicismo, es el western al cine.
Es posible ver/leer Los 8 más odiados como la nave madre de la filmografía de Tarantino. Un cosmonauta que viene desde otro multiverso a visitar las siete entregas anteriores de su creador; un reencuentro que conecta estas esfinges y un gran —y morboso— DJ que encierra a conversar a la alta y baja cultura, dejando que se descuarticen entre ellas, mientras el anfitrión los filma desde su esquina y exhibe lo mejor de esa guerrilla que está lejos de terminar.