Eagles of Death Metal en Lollapalooza.
Es cierto, todos podríamos —o deberíamos— estar muertos, pero seguramente nadie en Lollapalooza estuvo tan cerca de la muerte y hace tan poco tiempo como Eagles of Death Metal. Tres muchachos armados con kalashnikovs estuvieron muy cerca de asesinarlos en el teatro judío Bataclan de París, tal como lo hicieron con 89 personas que estaban esa noche viéndolos tocar. «Lo que no te mata te hace más fuerte», dicen que dijo Nietzsche, una frase de la que vale la pena dudar pero que en este caso, en esta banda, sí parece cobrar algo de sentido.
Más fuertes porque hace cuatro meses, antes de los disparos, antes de los gritos Allahu Akbar, de las muertes y la sangre, antes de la entrevista a Vice, de las lágrimas de Jesse Hughes y la impotencia de Josh Homme, antes de ese show rutinario que fue elegido como símbolo libertino por el Estado Islámico, los Eagles of Death Metal eran solo la banda secundaria de un músico secundario, un número no muy relevante para la prensa y sin demasiado arrastre entre el público. Ahora, en cambio, cualquier sujeto informado los reconoce a la distancia, sabe quienes son e incluso puede estar interesado en escucharlos. A lo mejor es el justo premio por sobrevivir a la historia.
Con esa carga ineludible se subieron al escenario a las tres de la tarde, y aunque unos pocos gritaban y otros más bailaban al ritmo de su rock antiguo, tan efectivo como repetitivo, era cosa de mirar las caras para intuir que la mayoría de quienes se pararon frente a ellos no estaba esperando solos de guitarra ni canciones —ni tampoco un cover, como el que hicieron con “Save a Prayer”, de Duran Duran— sino más bien una palabra, una reacción, un gesto que los revelara como sobrevivientes. Estamos tan lejos de la muerte, nos relacionamos de manera tan distante con ella, que cualquier posibilidad de acercarnos un poco a esa experiencia —un documental de NatGeo, una película gore, el testimonio de la banda que se salvó de un ataque terrorista— nos atrae como el azúcar a las moscas.
A Jesse Hughes le apodan The Devil, es simpatizante del Partido Republicano y un fanático de las armas, pero con el micrófono parece un buen tipo. Cuesta saber si es profundamente sincero o excesivamente cortés cuando de manera repetitiva celebra la actitud del público. Lo de ellos es un rock conservador, que habla de mujeres y sus movimientos pélvicos, que se baila pero que al rato también aburre. Todos podríamos estar muertos, eso claro está, pero lo que hoy hace interesante a Eagles of Death Metal, lo que finalmente les da vida, no es su música sino solo el hecho de que están vivos.