Mon Laferte: cómo no enamorarse de una mujer a la que no le interesa que la rescaten

por · Enero de 2017

Por qué Mon Laferte, la cantante del momento, es amor a primera vista.

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¡A ver, todas las palmas arriba, Chile, conchetumare!
Mon Laferte en la Cumbre del Rock Chileno.

Se mueve como Cecilia, se ve, a veces, como Amy y, cuando quiere, raspa la garganta como Ana Gabriel. Mon Laferte domina de un lado a otro el escenario de la Cumbre del Rock Chileno. Invita a Francisca Valenzuela, muestra los tutos tatuados, se pega en una nalga, putea en una canción a un hombre que le hizo mal y quiere bajarse del escenario hacia el público, porque, como bien intuye, a veces le queda chico.

Monserrat Bustamante es la protagonista de su vida anterior. Cuando usaba el pelo medio crespo y fue una exitosa cantante salida de un programa de tv. Llegó a sacar disco de oro en pleno auge del MP3, Mekano y cuanta basura de esa talla existió. Entonces, Monserrat no fue suficiente para Mon. Fue cuando agarró sus cosas después de comprender temprano que un medio endogámico y que premia pocas veces el esfuerzo, no era el lugar idóneo para ser quien debía.

Tras dejar atrás uno que otro demonio (cáncer, ex parejas), se asentó con un disco en México. Con otro. Y con otro, que la trajo de vuelta en calidad de estrella. ¿Cómo no amarla? Su historia no es la de la niña que va a la academia de canto. No es la mujer que fue descubierta por una radio agonizante en su cómodo FM, con la movida a medias entre dos productores que deciden a dedo quién tiene derecho a sonar -cada vez en menos lugares.

¿Cómo no enamorarse de una mujer a la que no le interesa que la rescaten? Mon le canta a sus hombres. A los que la hacen feliz -su sobrino Salvador-, a los que le rompieron el corazón -de ahí las joyas “Malagradecido” y “Tormento”, con vocecitas a coro tipo Danny Elfman en el puente-, los que la tuvieron al borde de irse en el sueño -“Tu falta de querer”- y a quienes le roban la marihuana. Y a todos esos hombres los trata como lo que son. Ni más ni menos.

Se luce en un escenario en medio de arreglos ajazzados, vientos de primera y por qué no decirlo, vestidos que tienen perfume a Amy Winehouse apareciéndose en algún pub de Londres, de nuevo, por única vez, pero también huelen como el sentir del dolor en México: a garganta raspada, como si se fuera la vida queriendo a alguien que no te quiere. Baila como Cecilia, la incomparable, y se ríe, siendo la mejor de una grilla de artistas, del nombre de la Cumbre, que tuvo a millenials de pensamiento binario agarrados de las mechas en… Twitter.

Laferte no habla de Bustamante. No hace falta que lo haga. Hace tiempo sabía que la estaba rompiendo en México, pero verla en la Cumbre solamente hizo que tuviera que, por obligación moral, sumergirme en YouTube a buscar sus presentaciones en vivo, donde un artista es tal. Llora en medio de una interpretación. En otro video, explica que el origen de uno de sus mayores hits es un intento de suicidio con una sonrisa en la cara, con el descuido y la liviandad que solo saben fingir los genios que hablan de la muerte sin propinar miedo a quienes los escuchan.

Mon lleva su calle, gritos y desplante al Festival de Viña. Tal vez el escenario más importante del país que no supo leerla cuando aún vivía como Bustamante. “Gracias, no me la creo”, dice en la Cumbre antes de cantar su última canción del show. En el tema, pide explicaciones a un hombre que la deja de querer. Llora. Echa en cara que fue amiga y compañera. Dice que se va a dormir para olvidar y hasta que prefiere morir. Luego de eso, vuelve a pedir explicaciones, por piedad, antes de enojarse de nuevo y volver a gritar más viva que antes.

Bustamante tenía un destino escrito. Laferte la zamarreó y la hizo rebelarse contra él. Es todo lo que pudo construir y lo que viene, que seguramente enamorará a muchos incrédulos como yo en el corto, mediano y largo plazo.

Mon Laferte se despide emocionada del público de la Cumbre, pero no se deja dominar y escapa corriendo. Como si en esa mujer que encarna tanta esperanza para una música chilena que sigue intentando sacudirse los efectos del FM y la SCD dictando a dedo -o billetera- quien es artista y quien no, aún viviera una adolescente rebelde que no quiere ser lo que los demás quisieron que fuera. Y yo solo suspiro. Puedes hacer lo que quieras conmigo.

Sobre el autor:

Gabriel Labraña (@galabra) es editor y conductor de #MouseLT en La Tercera.

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