Crónica de la marcha en repudio a HidroAysén en Santiago
Marchar por Santiago en repudio a HidroAysén un viernes 13. Sentirse útil, aunque sea en miniatura. O hasta que la tregua de las fuezas especiales y la Intendencia lo permitan.
Era viernes bien entrada la tarde y ya estábamos amontonados al norte del Parque Bustamante. Hacía sol, pero ni tanto: un sol de invierno desinflándose. Llenábamos la cuadra completa fácil.
El piquete desordenado se movía entre los márgenes de ese bandejón casi siempre vacío entre el edificio de la Telefónica y plaza Baquedano. Y había llegado el momento: cuando el metro escupe más y más muchedumbre a cada minuto, el batiburrillo apiñado comenzó la caminata, con Santiago ya ensombrecido de fondo, como un embalse agrietado escupiendo gente hacia el poniente.No hay piedrazos ni peleas al sur de Plaza Italia, en el frontis del teatro de la Chile.
Van a ser las siete y el boca a boca del grupo Acción Ecológica tiene a la larga explanada repleta, con la salida oeste del metro alimentando a la masa como un cordón umbilical, justo al centro, con las sonrisas de los veinteañeros y el entusiasmo de muy pocos asistentes bajo los cuarenta años animando la marcha en contra del polémico proyecto HidroAysén, que planea ubicar cinco represas en el cauce de los ríos Pascua y Baker, en plena Patagonia chilena.
¿El problema? Inundará la misma superficie de las comunas de Santiago y Vitacura juntas (59,1 kilómetros cuadrados), de aprobarse la construcción de las cinco mil torres de 50 metros de alto que atravesarían ocho regiones a lo largo de 2 mil 200 kilómetros; algo que generaría trece veces más energía que la central de Rapel, en un poco más de la mitad de su superficie, y sería diez veces más eficiente que la famosa presa Hoover, construida en los años 30 para alimentar a Las Vegas, según este placement aparecido en El Mercurio.“Avanzar avanzar /a la calle principal“, grita la enorme columna que ya enfila por la vereda sur de la Alameda. “Piñera /entiende /Chile no se vende“, interrumpen con odio y sin asco más atrás. La fila va tranquila respirando de esa mezcla de alerta de campo de batalla, que tienen las protestas al aire libre, y la sinfonía de los escapes de automóviles, que hace sólo una semana marcaron la primera alerta ambiental de la temporada.
Salvo los reconocibles ambientalistas, por ahí Luis Mariano Rendón, y las siglas de oenegés como el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA), la mayoría no tiene orgánica partidaria ni se ve la fauna de cada 1 de mayo en esta parte de la Alameda. No están las manos gruesas ni los vientres inflados que aparecen entre las banderas de la CUT para otras fechas, ni las viejas clones de Bachelet que se dejan caer en época de elecciones, pero sí asoman algunos anarcos camuflados y los infaltables punks.
-“¡Bájate punk y la conchatumare!” -le grita un anónimo al mohicano de pantalones ajustados encaramado justo encima del paradero de Transantiago que está frente a la Fuente Alemana.-“¡No hagai weas, aweonao!” -razona otro manifestante que pasa por debajo.
-“¡Buena cabros!” -clama estoico el aludido, como si la lata de cerveza que baja veloz tuviera pura adrenalina líquida.
De ahí se tiró como el inepto que trepó una torre de iluminación interrumpiendo el concierto de Pixies en La Cúpula.
Más al poniente, se aprecian mejor las pancartas: “No a HidroAysén“, “Patagonia sin represas“, “Me declaro inocente. Yo no voté por Piñera“, “Puro Chile es tu cielo cableado“, “Crisis energética = mentira“, “Piñera se la come“. Como en un desfile, les pasan revista los curiosos que se apuestan en los alrededores, mientras flamean horizontales sobre coligües, tubos de PVC y algunos brazos.
-“¡Esta wea pasa por poner a un gerente de multitiendas a cargo de la energía de un país!” -se lamenta un chascón de lentes con la mirada fija en el horizonte, que como la mayoría no sabe qué pasa allá adelante.
Nube blanca
Pasada la calle Namur, más o menos promediando los accesos del ex Diego Portales, un dirigente apuntó su megáfono a la columna: “¡Tenemos copada la Alameda!“.
“¡Eeeeh!” -responde la masa.
“¡Vamos, conchetumare!” -ordenan avanzar desde la multitud, ahora cercada justo donde parte Lastarria, por rejas de contención, vallas papales y una fila de Carabineros, de pacos puestos uno al lado del otro, con las manos en la espalda, de casco y armadura. Como en los cierres perimetrales de las persecuciones en Grand Theft Auto 4. Flanqueados a su vez por algunos carros lanza agua [el guanaco] y varios lanza gases [el zorrillo].
El plan aprobado por el intendente Fernando Echeverría y Carabineros permitía a los manifestantes marchar por la Alameda en dirección a Portugal, para obligarlos a doblar por esa calle hacia Tarapacá y tomar el Paseo Bulnes, para así terminar justo frente a la bandera del Bicentenario, que separa La Moneda del altar de la patria.
Del “Muerte al chacal” de las concentraciones ochenteras del NO, al: “A Pinochet le gusta el pico” de una muralla levantada en la periferia retratada por “Formas de volver a casa” de Zambra, que los cánticos y los rayados populares no varían mucho.
“Uf uf /qué calor /el guanaco, por favor“, “El que no salta es Piñera /el que no salta es Piñera“, “Paco /maraco /pelea sin guanaco“, se escuchaba y se saltaba en la principal avenida capitalina, que de a poco atascaba gente como una manga de alcantarilla en forma de ele: Muy pocos seguían el trazado permitido por Portugal, “No nos vamos ni cagando“, mientras justo frente a los pacos, un grupo de trajes típicos bailaba al ritmo del bombo, pitidos y algunos instrumentos de viento, como en esos grandes sinsentidos simbólicos de las películas de Jodorowsky.
30 mil personas en total, según los pacos. 50 mil en palabras de los ambientalistas. Lo cierto es que la gente siguió amontonándose en esa intersección céntrica, como perfecto caldo de cultivo para las escenas de batalla que buscan los noticieros. De hecho, como en ninguna otra parte del recorrido, tras las rejas, una larga fila de reporteros gráficos y periodistas parecen adelantarse en el guión, apuntando con sus grabadoras temblorosas y cámaras.
“¿Me pasai un limón?” -le pide una universitaria a sus compañeros.
“Cabros, pa’l otro viernes traigan bicarbonato” -recomienda otro con más experiencia.
No alcanzamos a ver la esquina del Valle de Oro frente a la Católica cuando los ánimos se caldean.¡Cuzzz! El piedrazo cae seco en el casco de un “tortuja ninja”. Esos pacos armados como romanos, que golpean lo que se mueva, y que armaron una línea divisoria donde se acaba la multitud, con un carro con los vidrios enrejados que comenzó a dar órdenes en altavoz.
“Señores de la prensa y camarógrafos, por su seguridad y la de sus equipos colocarse en un lugar seguro, repito…” -levantó la voz un tipo maduro de gorra de gabardina, como los en off que salen en el disco Pateando cráneos de 2X.
Ahí mismo, empezaron a correr los de las cámaras y a reventarse algunas botellas y peñascazos a centímetros, lo pacífico se pasó de la raya, y el ambiente se saturó de las bocinas nerviosas de los zorrillos, con los objetos voladores estrellándose en el pavimento y los carros policiales, y algunos gritos. Intuyo que viene la respuesta policial.
En los siguientes minutos, como en las imágenes de la polvareda apocalíptica que dejó la caída de las torres gemelas en Nueva York, una nube blanca del ancho de la Alameda se nos vino encima en cámara lenta. “Pacos culiaos“, “Se cebaron, hueón“, “Ooooh“. Varios se agacharon como si fuera una ola gigante y otros atinamos a levantarnos el cuello de la polera para no aspirar. No exagero: en un segundo se mezclaron el Call of Duty: Black Ops con cualquier Resident Evil. Minas vomitando. Pendejos chorreando mocos, siluetas balanceándose aturdidas y temporalmente ciegas que, en medio del polvo blanco, entre las carreras locas de la muchedumbre que escapó por donde pudo, vieron caer a varios que después fueron pisoteados por sus propios compañeros de protesta.
“No empujen, no empujen“, era el nuevo grito, entre medio de toses secas y pulsos a mil por segundo. Algunos débiles pedidos de ayuda se colaban entre la densa nube de talco. Otros escalaron ágiles los paredones interiores, como en una sesión de parkour histérico. Escapando hacia San Borja me sentía como un perro con rabia, nebulizado por el gas, escupiendo una baba pesada, como nunca antes, sintiéndome atorado y asfixiado, intentado desesperadamente robarle una bocanada de aire puro a esa nube tóxica.
La adrenalina se disparó y muchos saltaron sin medir distancias ni escalones, justo donde está la bajada al metro UC, por supuesto bloqueada, en una imagen brutal. Carreras torpes que terminaban en largos tropiezos con caídas todavía más dolorosas y las posteriores patadas y empujones casuales. Era un caos. Y lo peor es que nunca estuvieron entre nosotros los agresores, los del ataque a los pacos.
En esa fuga impredecible me topé a M, un universitario como varios otros que iba registrando todo con una cámara fotográfica chica, pero con una cubierta sumergible. “Ideal para el guanaco“, habrá pensado. Me reconocí cinco años atrás, entre las golpizas de la Revolución pingüina, donde el efecto de las lacrimógenas me llevó a botar los mocos en el baño de un Burger King de calle Estado y a grabar algunos abusos de la administración Bachelet con Zaldívar en Interior, aunque nunca tan histérico como M, que en medio de la nube blanca pensó que él mismo moriría ahí ahogado. Y lo grabó:
Escapamos junto a otros manifestantes sofocados hacia el parque San Borja y ahí, por suerte, el aire frío y el aroma de las plantas devolvieron el aliento, de a poco, entre el moco, el sudor tibio, las lágrimas y la saliva. Y en algunos casos, el susto. Para varios era su primera marcha, sus primeras experiencias químicas con los pacos. Mientras un montón de chicos patinaban alrededor, como si a menos de una cuadra de ese lugar no pasara nada.
“¿Qué mierda tienen las lacrimógenas, hueón?”, preguntan los últimos en cruzar la calle Carabineros de Chile para llegar al parquecito. No sé, pienso para adentro. De que irritan las partes húmedas del rostro, lo hacen. Pero son mucho más fuertes que las de hace unos años. “Hay antecedentes documentados de que los agentes químicos con que se fabrican las bombas lacrimógenas son abortivos. Además de producir graves daños a la salud, inciden negativamente en los aparatos reproductivos masculino y femenino“, dice un experto a la Punto y Final.
Mejor ser precavido para las que vengan.
Una parte del improvisado piquete se pierde hacia Vicuña Mackenna y otro grupo vuelve al tumulto, que sigue en dirección a La Moneda, alcanzando el paseo Bulnes. Es un buen momento para un retorno a la base.
Lamento estar de acuerdo con alguien tan estúpido como Piñera, pero, en el caso energético hay que tomar decisiones a futuro. Claro que las hidroeléctricas parecen ser el camino errado. Porque, después de todo, no es tan sci fi pensar en la radiación solar o el potencial eólico. El discurso ambientalista no es descabellado.
Caminando a casa me lo cuestioné, mientras un tipo todavía lloroso enarbolaba su cartel con la consigna: “¡Hasta cuándo permitimos que vendan lo poco que nos queda!“. El ruido de las balizas a lo lejos y el foco de un solitario helicóptero encima de La Moneda, como un Skynet de Terminator, me hicieron apurar el paso.