Algo pasa con el último disco de la MC chilena, Vengo, que no deja indiferente. ¿Otro peldaño de la canción de protesta chilena? ¿Auto parodia? Revisamos sus letras, ideas e influencias.
¿Otro peldaño más de la canción de protesta chilena? ¿Un manifiesto de 54 minutos de duración? ¿Auto parodia? Algo pasa con el último disco de Anamaría Tijoux, Vengo, editado este año, que no deja indiferente. Se trata del primer trabajo donde la ex Makiza graba todos los instrumentos, es decir, no fueron sampleados, como en Kaos o 1977, sino que tocados por el productor Andrés Célis, el guitarrista Cristóbal Pérez y el saxo tenor Andrés Pérez, entre más de una decena de músicos, lo que lo convierte en un trabajo orgánico.
En cuentas simples, Vengo es una lectura de la música latinoamericana a través del rap, donde la quena, el cajón peruano y la gaita colombiana, entre otros sonidos, se fusionan con nuevos clásicos del género hip hop, como Like water for chocolate, de Common, y Things fall apart, de The Roots. Dos álbumes publicados a comienzos de milenio y que la MC chilena buscó homologar trabajando en el mismo estudio donde fueron grabados, cerca de los callejones que Eminem mostró en la película 8 Mile. La bala y Vengo fueron masterizados por Eric Morgeson, en la misma Detroit donde cantaban, en otra época, Aretha Franklin y Ella Fitzgerald, y donde se creó el imprescindible sello discográfico Motown.
Vengo es el primer disco donde Tijoux prescinde del sello Oveja Negra y edita de manera independiente con La Makinita, una oficina de amigos, aparecida desde las carencias de la producción musical chilena, sin la estructura corporativa de un sello grande. La Makinita trabaja con proyectos como Juana Fe, Camilo Eque o GuerrilleroOkulto, y produce una de las series audiovisuales más interesantes del último tiempo en Internet: En la Makinita. Un proyecto Corfo que le hace el peso al conocido espacio argentino Encuentro en el estudio, de Lalo Mir, entre un puñado de copias chilenas sin profundidad, ni la constancia, ni la variedad del catálogo de este espacio que ha revisado el trabajo de gente como Nano Stern, Congreso y Akineton Retard, entre más de 150 músicos nacionales y latinoamericanos.
Es el registro de música en vivo en una casona patrimonial del Barrio Brasil, en Santiago, pero En la Makinita es también la revisión de las ideas y los proyectos de vida de sus músicos, dedicados de lleno al oficio y de trabajo a pulso, sin mecenas ni empleos de escritorio. Dice Tijoux: «Yo me acuerdo que mi mamá, cuando era chica, limpiaba wáter y mi papá era camionero. Nunca le hicimos asco al trabajo. En este oficio que sube y baja a cada rato, el problema de cuando uno dice que pierde el hilo o se engrupe con algo, es cuando perdís la razón del por qué empezaste a hacer este oficio: ser libre, comunicar, cuestionarse, autocriticarse, debatir, dialogar con el mundo. Es muy fácil destellar con las luces y el sobajeo incesante, y ahí te quedas y no te moviste más. A mí no me da asco que mañana me vaya mal y tener que volver a trabajar en lo que se tenga que trabajar».
«No veo rapear como una música de jóvenes, creo que es música de vida. La rebeldía no se pasa cuando pasai a la vida laboral o cuando tenís hijos»
Decía que el disco Vengo no deja indiferente, la producción es notable, pero no todo es miel sobre hojuelas. A ratos desaparece esa capacidad de Tijoux para erizar los pelos al oírla rimar “En paro”, o incluso cuando se lanzó como solista y fue conocida en toda Latinoamérica gracias a su cameo en el sencillo “Eres para mí”, de Julieta Venegas, cuando se alejaba mínimamente de la canción protesta para mirar hacia otros lados: atrás, como en la tan tocada “1977”, o adentro, como en la introspectiva “A veces”, de su debut solista Kaos. Incluso cuando se atrevió con su propia lectura de “Shock”, de Naomi Klein, en el disco La bala.
El problema de Vengo es la distancia que hay entre lo bien que suena y algunas letras, la mitad del disco, al menos, salpicadas de lugares comunes y frases hechas. El tibio pop adulto de “Emilia” y “Rumbo al sol“, la interpelación en segunda persona de “Antipatriarca” («No sumisa ni obediente / mujer fuerte insurgente / independiente y valiente / romper las cadenas de lo indiferente / no pasiva ni oprimida / mujer linda que das vida / emancipada en autonomía / antipatriarca y alegría»), una suerte de feminismo de stencil, o “Río Abajo”, que copia la estructura del sencillo que nombra al disco.
Hay más temas flojos: “Oro negro” y “No más”, que dice: «Edificios cancerosos se apilaron numerosos en bloques de cementos altos y furiosos / taparon la luz de nombres poderosos y nunca más se vio aquel sol que era luminoso / lo llamaron desarrollo, crecimiento / del barrio solo quedaron los cimientos / dejaron los desechos, dejaron gente sin techo / el único hecho es que no tenemos ningún derecho». Y un grupo de canciones extraviadas en la frontera de lo forzadamente pretencioso y el clisé: “Delta” y “Mi verdad” («Solo quiero caminar con dignidad y conquistar mi libertad»).
El resto, el surco más numeroso, pasa esa media. Están ahí los impecables instrumentales “Interludio agua” y “Los diablitos”, y la metralleta de rimas para engrosar el listado nacional de canciones con sustrato: “Vengo” («como un libro abierto ansioso de contar la historia no contada de nuestros ancestros»), “Somos todos erroristas” y “Los peces gordos no pueden volar”, escrito para cualquier hijo de vecino.
Así lo explica Tijoux: «dije ‘voy a hacer un tema que sea súper simple, que lo pueda entender mi hijo, que lo entienda el hijo de mi amiga, y olvidémonos de esta hipérbole académica y compleja en las letras’. En verdad, yo le quiero cantar a él. Los convencidos ya están convencidos, ¿cachai? Creo que la única herramienta de resistencia que se tiene son los niños, de darles alguna herramienta para que se puedan mover el día de mañana».
En Vengo hay cuestionamiento, hay rabia y hay una apuesta de vida también. Según la MC: «No hay que seguir ningún camino preestablecido, hay que armar tu camino. Me acuerdo que cuando apareció Lauryn Hill, todas querían ser Lauryn Hill y a mí me encanta Lauryn Hill, pero no soy Lauryn Hill. O aparece La Mala Rodríguez y todas quieren ser La Mala Rodríguez y yo, con mucho respeto, no soy La Mala Rodríguez. Tiene que ver con una cuestión de identidad y de reafirmación de uno, porque si tú veís, incluso en términos de mercado, todas las mujeres que aparecen ahora son extremadamente ricas, extremadamente apretadas, y ojalá se les vea harto el poto y las tetas y sean súper deseables. Pero tú veís una Cesária Évora, una Nina Simone, que es a largo plazo, que es todo lo opuesto, si a uno le interesa ir para allá. Yo espero rapear hasta los ochenta. No veo rapear como una música de jóvenes, creo que es una música de vida. No creo que el folclor, o, no sé, el punk, sea una música de rebeldía momentánea. Es una música de vida. No hay nada más triste que la gente frustrada que dice ‘yo cuando era joven escuchaba The Clash’. Loco, uno puede escuchar The Clash o Wu-Tang toda la vida. La rebeldía no se pasa cuando pasai a la vida laboral o cuando tenís hijos: tu rebeldía es de por vida y tu reflexión es de por vida con el mundo».
«Si bien nació en Estados Unidos, el rap es la música de los sin tierra y los sin voz»
Dos de los puntos altos de Vengo son canciones políticas. Primero, la insurgente “Somos sur”, en donde la chilena se acompaña de la rapera palestina Shadia Mansour, que conoció a través del MC iraquí The Narcicyst. Habla Mansour: «Somos muy similares en cierto sentido. Ella es muy melódica y, aunque ella es muy política, tiene mucho mucho amor en su interior (…) Es impresionante cómo se compromete cuando habla de justicia. Siempre está incluyendo a todos, no está pensando solo en mapuches, palestinos o africanos. Eso es algo muy bello».
Acá le canta a los «callados, omitidos, invisibles». Tijoux lo dice así: «si bien nació en Estados Unidos, el rap es la música de los sin tierra y los sin voz».
Y segundo, y no menos importante, el tema “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. La excusa para hablar de Vengo a estas alturas del año, a propósito del video que acaba de salir, donde la MC comparte créditos con Malaimagen y Víctor Paredes —un clip imaginativo, aunque el paso de las viñetas a la animación quedó en deuda: demasiado precario si se compara con el nivel de la animación chilena y mundial.
El título “Todo lo sólido se desvanece en el aire” está sacado del Manifiesto comunista. Se relaciona con la capacidad del capitalismo de disolver tejidos sociales, como la subordinación, lo que lleva a esa clave marxista de: «los trabajadores no tienen nada que perder salvo sus cadenas».
La canción habla de un lugar imaginario donde existe una sociedad idealizada. Por lo tanto, termina siendo inasible. Porque Vengo está cargado de significación, con citas a granel. No es un disco largo, dura poco menos de una hora, pero se hace interminable porque uno inevitablemente sale en búsqueda de esos autores fascinantes.