La ganadora del Premio Nobel publicó hace pocos meses su libro Le jeune homme. Al mismo tiempo, se ha dedicado a su obra uno de los famosos “Cahier L’Herne” con numerosos textos inéditos de ella y colaboraciones de otras personas, desde escritores a cineastas, que la voloran. La reseñista considera que ambas publicaciones demuestran que obra continúa, que el deseo persiste.
Por: Gabrielle Napoli
Traducción: Patricio Tapia
La preocupación expresada por Annie Ernaux en la entrevista con Frédéric-Yves Jeannet titulada “¿Qué es este yo que viaja? (que amplía una entrevista aparecida hace unos años, La escritura como cuchillo) trata sobre la inmovilidad de una obra que se congelaría en el tiempo, como si todo hubiera terminado. La autora también utiliza el término “mausoleo”, posible efecto que quiere evitar a toda costa y que por ello la mantuvo alejada durante mucho tiempo de la idea de un Cahier de L’Herne. Quedémonos tranquilos, todo en este volumen muestra que la trampa se ha evitado, ya que está viva, gracias a la voz de la autora, que es la que escuchamos principalmente, gracias a los muchísimos extractos de su diario, gracias a textos inéditos. Los textos de escritores, cineastas, artistas, académicos, también contribuyen a la vitalidad del conjunto, arrojan luz sobre la obra, iluminan ciertos aspectos; ellos también, y puede ser que sobre todo, dan testimonio de la importancia que tuvo Annie Ernaux en sus vidas.
Es el movimiento que se impone, porque la obra de la escritora resuena en cada uno de sus lectores desde sus comienzos, hasta el punto de que es, para siempre, infinita. Incluso para los lectores anónimos, entre los que nos contamos. En 1997, Annie Ernaux escribió en un texto titulado “El lugar del lector”: “El ideal: lograr escribir como si debiera morir después de haber terminado el libro en curso, en esta indiferencia a todos los juicios que esta hipótesis provoca. Pero, cuando se ha terminado, ya no creo que pueda morir y necesito que los lectores sepan qué es mi libro, qué función puede tener en el mundo. Son los lectores quienes hacen que mi libro sea real, ya sea que le asignen o no un uso en sus vidas”.
Encontramos una ilustración de esto en el texto del escritor Patrice Robin quien, como tantos otros, pero no deja de ser igual de conmovedor, experimentó la reminiscencia leyendo a Annie Ernaux, y que testimonia el modo en que la escritora lo acompañó en la escritura de sus propios libros. O en el relato que el director Régis Sauder da sobre la génesis de su película Me gustó vivir allí, nacida de su descubrimiento de Cergy y de su fiel y profunda relación con la obra de Annie Ernaux. La generosidad de la escritora está presente en cada página de este volumen, y vemos cuánto escribir, filmar, dibujar, actuar en el teatro son todos actos creativos que ella ha inspirado, nutrido o alentado. Annie Ernaux brilla en este movimiento sin fin de palabras y encuentros, de cartas, fotografías. En Le jeune homme (Cabaret Voltaire: El hombre joven, próximamente) es donde sus lectores la vuelven a encontrar con deleite, y prueba, si esto fuera necesario, que la obra continúa, que el deseo persiste.
De hecho, es un reencuentro de lo que se trata aquí, algunos años después de Mémoire de fille (2016; Cabaret Voltaire: Memoria de chica, 2016), y es siempre con emoción que nos preparamos para leer a una persona que amamos, el corazón vibra con el miedo un tanto secreto de realmente no volver a encontrarla. El miedo también se desvaneció con las primeras líneas de este relato que narra una historia de amor entre Annie Ernaux y A., “el joven”. Hacer el amor y escribir, un lazo inquebrantable que se destacó de inmediato. Recordamos Passion simple (1992; Tusquets: Pura pasión, 1993) y el diario Se perdre (2001; Cabaret Voltaire: Perderse, 2021), el texto que describe la pasión amorosa considerada como una “especie de don devuelto” y estas últimas palabras del relato, el “lujo” que constituye “poder vivir una pasión por un hombre o una mujer “.
Si pensamos necesariamente en Pura pasión al abrir El hombre joven, nos alejamos de él, sin embargo, con bastante rapidez. Por un lado, es la escritora quien decide aquí, ya no espera las visitas al capricho del amante. Lleva a su casa a A., este joven y tímido admirador, esperando así “desencadenar la escritura de un libro” no ligado a esta historia con A. que está recién naciendo, en estado de “aventura”, sino un libro que ella duda en “retomar debido a su alcance”. Se trata de L’événement, publicado en 2000 (Tusquets: El acontecimiento, 2001). Por otro lado, el objeto del libro no es la historia de amor propiamente dicha, sino el tiempo, la materia del tiempo y la forma en que la historia que une a Annie Ernaux y A. se inscribe en el tiempo de la escritora, el tiempo de su existencia que se concreta en la escritura.
La diferencia de edad y la diferencia de medio social entre los dos amantes solamente constituyen diferencias cuando se desarrolla la historia. Todo los une en la verdad, es decir, en la escritura. En efecto, es la escritura la que permite desplegar los diferentes períodos, entrelazar las edades y acercar a estos dos amantes, no en la eternidad del amor, obviamente, sino en la eternidad de la vida escrita. Las cosas pueden así “llegar a su término”, y ya no son “solamente vividas”. El relato mezcla épocas e imágenes, en una condensación luminosa. La imagen del embrión se inscribe en la filigrana de El hombre joven, objeto de El acontecimiento, un texto que aún se encuentra, en el momento de la historia amorosa, pero también de una parte de la escritura, en estado embrionario. ¿Qué pasa entonces con este joven que declara en Chioggia: “Quisiera estar dentro de ti y salir de ti para parecerme a ti”? Embrión expulsado, joven apartado, y nacimiento de un texto, que ha llegado a su fin, en una condensación temporal que El hombre joven vuelve inteligible en un lenguaje límpido.
Annie Ernaux escribe en el epígrafe del relato: “Si no las escribo, las cosas no han llegado a su fin, simplemente han sido vividas”. Recordamos el título dado al volumen publicado en la colección “Quarto” en 2011: Écrire la vie, escribir la vida. Diez años antes, mientras escribía Los años, la autora anotó en su diario: “Tengo tan poca impresión de vivir lo que vivo cuando lo vivo, que tengo que revivirlo para vivirlo finalmente”. En un texto crítico inédito sobre Proust, ella retoma sus palabras: “la vida real, la única vida realmente vivida, es la literatura”, preguntándose sobre qué constituye el “signo de verdad de la escritura”. La historia con A., que es el “pasado incorporado”, no es fruto de la casualidad sino la cima de la creación literaria como “signo de la verdad”, la verdad del tiempo. Medimos en estas pocas decenas de páginas la maestría perfecta de la autora que horada los misterios con una claridad sorprendente. El hombre joven constituye la brillante culminación de este trabajo emprendido por Annie Ernaux de texto en texto: abrir el tiempo mediante la escritura.
Este artículo apareció en la revista “En Attendant Nadeau” 152 (05-2022).