Alejandro Zambra es un escritor que ha sido varios escritores, así como cada persona es muchas personas. Y sin embargo, a pesar de esa heterogeneidad, da la impresión de que en su caso hay una marca común.
UNO.
Alejandro Zambra (1975) es un escritor que ha sido varios escritores, así como cada persona es muchas personas. Y sin embargo, a pesar de la variedad de géneros practicados —la novela, el cuento, el ensayo, la entrevista, la crítica literaria y, por supuesto, la poesía—, a pesar de esa heterogeneidad, da la impresión de que en su caso hay una marca común en cada uno de esos géneros, en cada una de esas formas.
Hace unos días, el poeta Rodrigo Rojas dijo que el lenguaje circular del poema “Mudanza” es la estructura central que se repite en las tres novelas de Zambra publicadas por Anagrama: Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011), en donde una planta no debe morir porque la relación de Emilia y Julio corre el peligro de secarse y acabar, al tiempo que reaparece en forma de un relato para hacer dormir a una niña, o se hace extensivo desde las entrevistas.
Cuando apareció Bonsái, por ejemplo, Zambra hizo alusiones visuales e incluso écfrasis, representaciones verbales de representaciones visuales, desde la foto que lo marcó de la instalación de un artista plástico en la que se veían árboles envueltos.
Bonsái y La vida privada de los árboles
Kakusuisha, edición japonesa
Los mismos cuentos “Mis documentos”, “Instituto Nacional” y “Camilo” parecen fragmentos de Formas de volver a casa, tanto como “Larga distancia” y “Recuerdos de un computador personal” se instalan en el universo Bonsái.
Walter Benjamin decía que el arte de contar historias es el arte de saber seguir contándolas. «No sé si entiendo bien la frase —dijo Zambra—, pero me parece oportuna. Otra vez: el arte de contar historias es el arte de saber seguir contándolas».
DOS.
Tanto Bonsái como La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa fueron traducidas a otros idiomas y algunos de sus relatos han aparecido en revistas internacionales como The Paris Review, McSweeney’s y Harper’s. Lo interesante es que, a partir de esas traducciones, dos instituciones de la crítica literaria, el New Yorker y el Sunday Book Review, decidieron presentarlo a sus lectores como el siguiente Roberto Bolaño.
Promediando el primer semestre del año pasado, Natasha Wimmer, la traductora de Los detectives salvajes y 2666, dijo en el New York Times que Zambra es el autor que viene después de Bolaño. Y algo similar explicó el ensayista James Wood, elogiando el talento de Zambra. Ambos críticos coincidieron en explicar las similitudes en la obra de los chilenos: sus personajes circulan entre sus distintas publicaciones, yendo de un cuento a un poema para reaparecer más adelante en una novela, conectando su obra entre sí.
Mis documentos
McSweeney’s, edición estadounidense
Lo que tal vez ambos críticos no vieron es un asunto mucho más relevante y, si se quiere, doméstico: para la generación de Zambra, la aparición de Bolaño resultó gravitante para difuminar esa aduana compleja entre poesía y prosa.
«En el Ulises de Joyce está contenida La tierra baldía de Eliot, y es mejor que La tierra baldía de Eliot», dijo Bolaño en una entrevista, quien, se sabe, fue ante todo un narrador que siempre tuvo una alta consideración por dos poetas chilenos: Nicanor Parra y Enrique Lihn. Entonces los poetas jóvenes como Zambra, que pensaron que la poesía era lo suficientemente intensa como para contener todas las historias, chocaron y sintonizaron con una presencia liberadora, con un autor que, además, mencionaba a muchos otros autores, sin esconder sus propias influencias.
«Los poemas de Bolaño son los poemas que escriben los personajes de Bolaño —anotó Zambra—: el novelista inteligible pone en escena al poeta ininteligible. El narrador hace comprensible al poeta: ligeramente comprensible, apenas comprensible. El novelista es un estratega y el poeta es un héroe, un kamikaze».
TRES.
«Yo me formé leyendo poesía —le contó Zambra al periodista y narrador Mauro Libertella— y las primeras cosas que me volvieron loco son cosas que no suelen volver loco a los jóvenes de 17 años, como la poesía temprana de Ezra Pound, los poemas de Gonzalo Millán… Me impresionaba mucho esa estética de la escena, de la cosa vista. Esos textos muy cortos, los epigramas, donde nada sobra: esa era mi escuela».
Si Violeta Parra comprendió que «la escritura da calma a los tormentos del alma», en Zambra la escritura asoma como la solución para esas ideas que han quedado reverberando y que se enfrentan con cierto grado de certidumbre ingeniosa.
Además de ser una bella y ruidosa forma de quedarse callado, escribir podría ser una manera de avanzar entre frases que se enredan hasta levantar una historia: «Escribir es como un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada —apuntó Zambra—; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir».
Otra característica de Zambra es que da la impresión de estar constantemente interpelando; de contener, al mismo tiempo, una nostalgia pesada y el tono de una broma al paso.
Tal vez porque por escrito también podemos ser básicos, caprichosos o tontos, o elegir no existir o participar:
ella es débil y blanca tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa.
Mudanza
Destiempo, edición colombiana
Así como García Márquez encontró en su abuela la voz para narrar la historia de Cien años de soledad, Zambra contó en una entrevista que su abuela creía que era importante que los nietos escucharan las narraciones de cómo murieron sus antepasados en el terremoto de 1939.
Habría que agregar que en la escritura de Zambra hay un borramiento de los límites. El propio autor lo transparenta en su volumen de cuentos Mis documentos (2013), donde remarca que los bordes de las ficciones son difusos.
«Se escribe para entender cosas», dijo alguna vez el autor de Facsímil (2014), un libro experimental sobre la base de la herramienta de medición académica en Chile, que ordena en cajones a los estudiantes que buscan entrar a la universidad. El último libro de Zambra sigue la tradición de ciertos poemarios chilenos, fue publicado en Chile (Hueders), México (Sexto Piso), Argentina (Eterna Cadencia) y Perú (Estruendomudo) y se confirmó que será traducido al inglés por Penguin Random House:
Uso de ilativos
________________ las mil reformas que le han hecho, la Constitución de 1980 es una mierda.
A) Con
B) Debido a
C) A pesar de
D) Gracias a
E) No obstante
Facsímil
Estruendomudo, edición peruana
Todos podemos ser personajes de sus relatos, parece decirnos, porque las etiquetas han quedado obsoletas, pero además, esos personajes entran y salen de la historia, y se suceden del presente al pasado, en un uso del tiempo que llega a entusiasmarnos:
Pensaron en ir caminando, hablaron sobre lo agradable que es recorrer grandes distancias caminando, e incluso dividieron a las personas entre las que nunca caminan grandes distancias y las que sí lo hacen, y que por eso son, de alguna manera, mejores. Pensaban ir caminando pero en un impulso detuvieron un taxi, y sabían desde hacía meses, desde antes de llegar al DF, cuando recibieron un instructivo lleno de advertencias, que nunca debían tomar un taxi en la calle, pero esta vez lo hicieron, y a poco andar ella pensó que el conductor se desviaba del camino y se lo dijo al chileno en voz baja y él la tranquilizó en voz alta, pero sus palabras ni siquiera alcanzaron a hacer efecto porque de inmediato el taxi se detuvo y se subieron dos hombres y el chileno actuó valiente, temeraria, confusa, pueril, tontamente: le pegó a uno de los rateros un combo en la nariz y siguió forcejeando largos segundos mientras ella le gritaba pará, pará, pará.
En su libro de crítica y ensayos literarios No leer (2010) hay varias ideas, pero creo que dos son las más fuertes. Una, que la de Zambra no es una voz improvisada: a menudo saca a relucir su formación de estudiante de literatura hispanoamericana y da cuenta de una conciencia de su complejidad pero también de su planicie. Y dos, el uso hábil de la parodia, ese consejo parriano de que: «Si encuentras un chiste, dilo»; notorio en la novela Bonsái, donde el narrador tiene que reírse un poco de sus personajes, porque son los personajes los que no se ríen de sí mismos.
No leer
Excursiones, edición argentina
CUATRO.
El año pasado, con la edición de Mis documentos como uno de los hitos literarios en Estados Unidos, Zambra dio una noticia importante. Como becario de la Biblioteca Pública de Nueva York, se instaló durante una temporada en esa ciudad para trabajar en un nuevo libro.
Sabemos lo difícil que es anticipar o incluso definir lo que puede interesar a otra cultura de las prácticas locales. Quizá exagero el punto, pero, a su regreso a Chile, más allá del previsible elogio hacia un escritor consagrado, el hito cultural que merece nuestra atención debiera ser el alcance que ha conseguido su obra.
Que el complejo tejido político del Instituto Nacional haya sido mencionado en el New York Times gracias a un libro de cuentos; que su última novela muestre, en al menos diez idiomas y tres alfabetos distintos, la transformación urbana de Maipú; son argumentos contundentes.
Por supuesto, hay algo de misterio en ese transitar del lenguaje por otras culturas.
Formas de volver a casa
Chesmeh, edición persa
Esto lo contó Rodrigo Rojas en la presentación de una conferencia de Zambra en la UDP: si en Formas de volver a casa, publicado en inglés por Farrar, Straus y Giroux, el narrador explica que la democracia chilena y la adolescencia llegaron al mismo tiempo, pero que solo la adolescencia es real, ¿cómo se cuenta esa idea en el contexto de una teocracia islámica como la de Irán, en donde Zambra fue traducido de manera pirata? Además, la portada de ese libro en persa tiene la imagen de dos tanques: ¿Qué significan esos vehículos que ni siquiera aparecen en las páginas de la novela?
Tal vez en esa nebulosa esté cifrado el secreto de las literaturas universales, un estatus al que muy pocos escritores, y muchos menos escritores chilenos, son llamados a dejar su marca personal.