En tiempos tan ateos y vacíos de utopías, Ases Falsos tiene un público de fidelidad religiosa. El domingo, en el lanzamiento de Conducción, dos mil jóvenes cantaron al ritmo de las responsabilidades y desafíos que implica hacer lo correcto.
Mira, tú que quieres llegar a ser un hombre político, que quieres gobernar la ciudad, que quieres ocuparte de los otros, pero que no te ocupas de ti mismo; tú serás un mal gobernante. Sócrates
Fotos: Eleonora Aldea, para Red Bull Música Chile.
Mientras salía de la Cúpula del Parque O’Higgins, pensando en lo que acababa de pasar, recordé una entrevista en la que Jorge González filosofaba sobre la composición. Para él, «la función principal de una canción es que la gente se la aprenda, que se junte en un lugar y que la canten todos juntos, eso es lo más bonito. Diga lo que diga la letra». Pese a que la idea nunca me pareció del todo acertada, me vi obligado a poner mi desconfianza entre paréntesis. El acogedor teatro fue testigo de una ceremonia acreedora de aquella belleza que González mencionaba cuando el periodista peruano le preguntó sobre las posibilidades de transformación social que poseería la música. Pese a la brecha etaria que existía entre platea y cancha, los Ases Falsos lograron aquella unión que hoy en día brilla tanto por su ausencia. Unos más exaltados que otros, los dos mil cantaron como si se tratara de un concierto de grandes éxitos y no de un disco lanzado hace apenas un mes.
Como de costumbre, la banda apareció menos preocupada por el vestuario que la mayoría del público. Se vio a un Briceño algo empaquetado, definitivamente muy ensayado, que sonrió por primera vez al escuchar al público cantar «estoy enojado conmigo y voy peleando con el tráfico, y voy pensando cómo te perdí», a todo pulmón. La mueca reveló cierto alivio tras sentir que los versos a su querida van, “Ivanka”, eran chillados por el público con el desgarro propio de una canción de arrepentimiento. El coro hizo sentir en casa a los Ases Falsos y a la comunidad que se reconoce en el griterío enamorado: la misa se inició con éxito.
La efervescencia del comienzo no dio tregua ante el declarado nerviosismo de Briceño («tenía así unos coquitos»), ni frente a las fallas en el micrófono del saxo en “2022”. «Estamos creciendo, con mucho dolor», dijo, resumiendo la maduración que ha vivido la carrera del quinteto. En Conducción la banda muestra una transformación aún más vertiginosa que la de Briceño. La llegada de Francisco Rojas, tecladista, permite explorar sonoridades electrónicas insospechadas en años anteriores que, junto con el fiato propio de casi una década de rodaje, se hacen acompañar por las mejores letras que el vocalista haya escrito en su vida.
El concierto confirmó el carácter religioso del relato que sostiene a estas catorce nuevas canciones. “Mantén la Conducción”, puntapié inicial del disco, evoca una suerte de diálogo oriental entre maestro y discípulo, siendo un buen ejemplo de la ética que se exige en las pistas sucesivas («¿qué debo buscar? amor por el deber»). Los Ases Falsos tienen la capacidad de mover a jóvenes con algo que está más allá de ellos, pero que al mismo tiempo parece alojarse en lo más íntimo de su espíritu. En conjunto, la hinchada sub 21, con la pasión propia de un partido de fútbol, cantó ideas sobre el bien que se debe hacer y el mal que se debe evitar («Lo de hacer el bien nadie lo entiende, diferente es hacerla bien, hasta me parece que inclinarme al mal es el movimiento natural»). La generación de los veintisiempre no se quedó atrás y se movió en sus puestos, renunciando al baile desatado por la impecable “Cae la cortina”, que pone de manifiesto ese afán por creerse negros del que han hablado en entrevistas.
Los conciertos para Briceño son parte fundamental de la militancia, considerada como una práctica en la que la introspección se vuelve paradojal e intencionalmente plural. Parece vivirlos como parte de un rito central en el que, por un momento, el canto colectivo viene a poner las cosas en orden. La locura se hace presente a partir de la aceptación, en algún nivel del cuerpo, del rechazo a la normalidad («cómo un hombre bueno y sano es obligado a comportarse como un enfermo para adaptarse»). El vocalista se ve en el público acompañado y refugiado, disfrutando de los momentos plácidos de la obligada y absurda pertenencia al Chile neoliberal. “Yo no quiero volver”, y la pequeña libreta desde la que recita el viaje místico que termina con el esperanzador canto contra lo existente, son elocuentes al respecto. Desde la intimidad nos revela la capacidad transformadora que posee la repulsión frente a lo inaceptable, que es reivindicada especialmente en “Niña, por favor”, uno de los puntos más altos del disco. Con una sinceridad que escasea en el medio, invita simplemente a pensar («la actividad que les asusta, les duele y les cuesta») a quienes han criticado el supuesto resentimiento detrás de las reivindicaciones que se esgrimen desde la izquierda. Un llamado a la reflexión para la liberación, tan kantiano y parecido al mensaje de “Rap al Despertar”, de Subverso, una de las rimas más emotivas paridas por la protesta del 2011.
Definitivamente, esta es la producción más política de Ases Falsos. Con Conducción, sacan chapa de candidatos para ocupar un lugar en el lamentablemente restringido panteón de la música popular antisistémica chilena, si es que algo así pudiera ser construido. Desde Los Prisioneros no aparecían canciones que consiguieran conjugar una lograda pretensión de ser escuchadas masivamente junto con una acertada crítica al modo de vida del que nos vemos presos (tanto por la sociedad de libremercado como por la cobardía de no llevar la contra). Conducción es una apertura de posibilidades, donde Briceño, como el niño que reniega de la buena crianza, nos viene a invitar reiteradamente a la aventura de ser libres. Es, también, el desafío que implica enfrentarse sin temor a la seguridad de lo conveniente, así superando esa «medida de lo posible», enseñada a la fuerza a quienes crecimos en la mentira democrática de la Concertación.
Pero quizá nada de lo anterior es tan cierto. El concierto es un ritual y como tal, no se juega en una esfera racional. Seguramente, González tiene razón y la gracia del “Baile de los que sobran” es que consigue vibrar simultáneamente en todo el público. Porque estas instancias se tratan más de sentir que de entender. Y si hay algo de lo que no cabe dudas es que en tiempos tan ateos, tan vacíos de utopías, Ases Falsos tiene un público de una fidelidad fanática. Fueron dos mil cabras y cabros cantando al ritmo de las responsabilidades y desafíos que implica hacer lo correcto. Una religión no teísta que depende del desenvolvimiento de la historia: quizá algún día, después de las cervezas vendrá la rabia, y Ases Falsos será la banda del amor al resentimiento. O a lo mejor, simplemente, terminemos bailando con ellos la frustración, mientras reímos tristes porque casi, alguna vez, pudimos hacerla.