Babasónicos en Lollapalooza.
En 25 años, las cosas no han cambiado mucho: Babasónicos todavía hace bailar con un sonido que no le copió a nadie y Adrián Dárgelos sigue siendo feo y sensual. Por supuesto, los argentinos están más viejos, algo que se percibe en algunos movimientos, en el aliento de su vocalista al final de ciertos coros, quizá en el vértigo que a los 45 años ya se desvanece. Su música, eso sí, como siempre miró hacia delante, permanece fresca y no necesita apelar desesperadamente a la nostalgia.
Se sabe que la industria musical cambió, y tocar en vivo se transformó en el principal sustento para muchas bandas que antes se subían a un escenario más por gusto que por necesidad. Eso mejoró la oferta de conciertos, pero creo que también afectó al producto. Varios de los grupos que estuvieron en Lollapalooza venían de un apretado itinerario de shows, con presentaciones consecutivas y sin pausa. Tame Impala, por ejemplo, tocó seis veces en cinco países en nueve días. Muchos artistas se veían cansados, en actitud rutinaria, sin la euforia que uno espera a cambio de las casi cien lucas que cuesta la entrada.
Babasónicos había estado el día anterior tocando en Buenos Aires y por eso, a las dos de la tarde, con mucho calor y no tantas energías, su show alumbró lo justo y necesario. Sonaron hits —abrieron con “Los calientes” y cerraron con “Yegua”, dos inmensos cantos a la promiscuidad— y también algo de lo más reciente, en un repaso elegante por sus once discos, una trayectoria larga pero no alargada.
Las canciones de Babasónicos parecen diseñadas para escucharse de noche, con poca luz y artificial. Música vampira, en la que el sol actúa como enemigo. Dárgelos, provocador pero profesional, intentaba bailar a la hora de almuerzo, sudando frente a un público atento y muy aletargado. No era una buena imagen para ver, un pequeño desperdicio, considerando que no siempre es posible pararse frente una joya viva de eso que alguna vez se llamó rock latino.