Una película que no se parece mucho a nada. «Aquí hay arte, espectáculo y, aunque suene anacrónico, originalidad», dice esta reseña.
Un teatro en Broadway es prácticamente la única locación que veremos. Hay un actor maduro y de muy cuestionable talento, que se juega el todo por el todo, adaptando un texto clásico de Raymond Carver, para así abandonar la decadencia en la que se encuentra sumido.
En esta travesía moral lo acompañan su hija/asistente (con un pasado turbulento de drogas y alcohol), una ex mujer que le recrimina los motivos del divorcio, su compañera de elenco y actual pareja, que se siente abandonada por su compañero (y a la vez director). Hay un productor/manager/asesor espiritual del protagonista que está siempre al borde de una crisis de angustia, a esto se le suma otra compañera de elenco llena de miedos e inseguridades, hay un conflictivo actor reemplazante con una sobredosis de discurso, carácter e irreverencia y en un momento asoma una crítica de teatro amargadísima y brutal que amenaza al protagonista con hundir su única incursión en la dramaturgia.
Todos ellos, más asistentes de producción, tramoyas y vestuaristas habitan en este afiebrado relato desbordante de imaginación, humor exquisito y diálogos mordaces.
¿Qué se puede decir de Birdman a estas alturas? Muy poco. Simplemente que estamos frente a una obra que no se parece mucho a nada. Una historia que no permite desconcentrarse ni por un segundo. Podría ser un mix cáustico entre El cisne negro (2010) y Noche de estreno (1977), pero que consigue volar con alas propias (y qué importante son las alas en Birdman) para dejar al espectador con ganas de volver a verla una y otra vez.
En 2000, Alejandro González Iñárritu fue el encargado de sacar adelante el melodrama, probablemente el producto cultural con más raigambre latina, del lugar asignado en las teleseries mexicanas para llevarlo al cine y exportarlo a todo el mundo mediante esa ópera prima explosiva que fue Amores Perros.
Luego vinieron 21 gramos (2003), Babel (2006) y Biutiful (2010), todas igual de devastadoras y cargadas de sangre, lágrimas y esperma –según R.W. Fassbinder, lo que debe contener toda buena película.
Era de esperar que seguiría en la misma senda, pero el director termina por dar un golpe a la cátedra y armar algo que en apariencia no tiene que ver con él. Esa es una de las tantas virtudes de Birdman, que deja en claro la versatilidad asombrosa de su ejecutor.
La genialidad y su simbiosis con la locura, la fama en los tiempos de redes sociales, el ego y la vanidad como gatillantes de una odisea, la presión de demostrar talento, de validarte frente a los tuyos, de recuperar el respeto perdido, los proyectos convertidos en obsesión que amenazan con destruirlo todo, los paralelismos entre la ficción y la realidad, el metalenguaje del escenario dentro de otro y el patetismo del proceso creativo son los puntos que se cruzan aquí y que pueden sonar a deja vu, pero que en las manos de su director adquieren una dimensión radical e hipnótica.
Por otra parte está Michael Keaton resurgiendo y dándolo todo en una actuación fundamental, que será recordada en la posteridad luego de participaciones discretas en el remake de Robocop y la adaptación del videojuego de carreras Need for Speed (2014). Emmanuel Lubezki domando con vértigo una cámara que parece pensar por sí misma, que recorre las almas de todos además de las entrañas del laberíntico teatro, al mismo tiempo que suena la música condenadamente maliciosa de Antonio Sánchez y un casting donde todos y cada uno de ellos se lucen en su medida: Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Amy Ryan y Andrea Riseborough.
Se escribirán infinitas críticas y análisis de Birdman, y aún así serán escasas en hacerle justicia. Aquí hay arte, espectáculo y, aunque suene anacrónico, originalidad. No están inventando la rueda, es el cómo se presentan los hechos lo que la hace admirable. Esta es la consagración de González Iñárritu y un acto de desagravio a Michael Keaton. Es de esperar que alguien haga lo mismo con Nicolas Cage, empantanado hace años en películas atroces.
Birdman es un clásico instantáneo y a pesar de cerrar con un final demasiado engolosinado, aún así, es una obra maestra.