Revisamos el más reciente show de Cristóbal Briceño (de Ases Falsos) y la estrella solitaria, el último sábado en Sala Máster.
A las 21:20, un Cristóbal Briceño impecablemente vestido de traje retro, en perfecto rojo, salía al escenario junto a sus músicos tras los acordes de “Ahora te puedes marchar“. Esa rola que El sol de México popularizara en el 87 como uno de sus hits instantáneos, fue la primera de las 14 canciones del recuerdo: canciones románticas, de relaciones fugaces, del olvido, del orgullo herido.
Pronto, una avalancha de singles que sonaban en las radios am, como sacadas de esos cassettes que se apilaban en cajas de zapatos, que recuerdan a la música que ponían los vecinos en el patio los fines de semana, esos sonidos que salen a todo volumen de shoperías y picadas que están a la vuelta de cualquier esquina.
“Los contrataría para un matrimonio”, me dice una amiga. Ahí está lo popular homenajeado de manera muy simple y directa, con acoples incluso, pero al rato uno volvía a caer en el juego, a corear de vez en cuando, a quedarse pegado con alguna frase.
La Sala Máster no se llena, “faltó difusión” -dijo alguien en la puerta. Pero eso pasa a ser solo un detalle más cuando comienza a sonar “¿Dónde está, cómo fue?” (de Los Gatos) y “Soy el único que te entiende” (de Sergio Fachelli) con luces bajas, junto al ritmo pausado de esos cóvers, todo estaba recién partiendo.
No sé si existe el amor o el talento, pero esa noche de sábado, esas palabras fueron las que más giraron en el aire. Porque, al final, todo se resume al amor. O a la falta de este. Y eso mismo, sumado al talento de tipos que permanecieron ocultos detrás de intérpretes como Lucero, que siempre han sido despreciados por los oídos más refinados, parece rescatar este proyecto anclado en la larga tradición de cantantes románticos en español.
Pero hay que saber interpretar. No cualquiera puede. Cristóbal Briceño puede, no le sale impostado y, cuando no se queda tanto rato junto al atril donde sostiene las letras de las canciones, el show crece. Es la tercera presentación en público de Cristóbal Briceño y la estrella solitaria y ya no necesita apoyarse tanto de las letras de las canciones y eso hace que interprete mejor, que se mueva con más comodidad en el escenario y eso también contagia al público.
Es histriónico Briceño: pone caras, se arrodilla, grita, se ríe, improvisa, es como echar a la juguera -perdonen el clisé- a Sandro, Juan Gabriel, Chayanne y algún rockero de esos icónicos. Acá no hay kitsch marketeado por Blondie, hay un reconocimiento documental y más cercano al revival por sobre las culpas o la desvergüenza de canciones perdidas en esa radio a pilas que siempre estaba en la cocina al lado de aliños en desuso.
El show creció en intensidad en la sección dedicada a canciones de Chayanne, con clásicos subvalorados como “Para tenerte otra vez“, “Mi primer amor“, “Fuiste un trozo de hielo en la escarcha” y “Completamente enamorados“. Canciones como cuchillos desgarrando el pellejo con frases como “fuiste tantas cosas a la vez, que me cuesta creer que hoy no seas nada”; palabras que se quedan dando vueltas, que no se van fácilmente.
Siguió una sorpresa con un mega clásico argentino: “Pronta entrega“, de Virus, la versatilidad llevada al extremo con “Corazón granadín” (de Laurent Voulzy) y “Tácticas de guerra” de Lucero.
Con “Debut y despedida” (de Los Ángeles Negros) los músicos abandonaron el escenario para dejar a Briceño solo con su guitarra eléctrica colgada y el cierre con “Te recuerdo invierno” de Charly García, cerrando un show extremadamente corto, al contrario de lo que hacían en vivo la gran parte de los artistas acá homenajeados.
Las luces se prendieron demasiado pronto. No hubo bis.
Se acabaron las historias de amor, la gente comenzaba a salir del lugar, caminando lento, como si fuera muy temprano todavía para volver a la realidad.