Cada uno es su propio laboratorio

por · Noviembre de 2015

Moscú, drogas, tetas y witch house en este seguimiento a los herederos chilenos de Crystal Castles: cuatro encuentros con Blame Venus, un dúo de psiconautas que vive al límite.

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En los últimos meses, publicaciones como Dazed y Vice documentan la aparición de una escena rave en Moscú ligada al witch house, ese subgénero electrónico que Crystal Castles puso en el radar. Se habla de música frenética y lúgubre a la vez. De fiestas clandestinas en galpones repletos con gente que viste ropa noventera hasta rozar lo caricaturesco. De una juventud que responde al ambiente opresivo impuesto por Putin bailando, tomando y drogándose hasta que amanece.

Hay un nexo chileno con ese fenómeno: Blame Venus, el dúo que integran Almendra y Andrés, en adelante, Lou Rave y Andy Gun. Cuando fui a quedarme a la casona donde viven los shoegazers de Trementina, escuché hablar un montón acerca de «los rusos»: eran Lou y Andy, apodados así después de ir a presentarse a Rusia invitados por Vitia Eroshenko, organizador de W17chøu7 (se lee witchout), el evento pionero y de mayor convocatoria en el ascendente circuito moscovita.

De forma natural, Blame Venus se alió con Trementina, que vivió una experiencia similar en Japón: ambos fueron mejor tratados lejos que en casa. David Byrne escribió en Cómo funciona la música que uno de los constituyentes de una escena es el alienamiento en común de varias personas. Pasa algo similar acá: sin parecidos evidentes, Blame Venus y Trementina forman un pequeño ecosistema. Son grupos hermanos que tocan juntos. La mezcla funciona: pude ver una fecha que compartieron en una tocata casera y quedé sorprendido por lo bien que fluye la combinación. Y por lo fuerte que pega. Tanto el shoegaze como el witch house apelan a estados alterados del sonido, ergo, de los sentidos.

Como es de esperar de quienes recién superan la veintena de edad, se resisten a las etiquetas. Dicen que su estilo se llama hardfast, que «Crystal Castles o Kap Bambino chilenos» son apodos que no les gustan. «Somos similares, por el reverb y los sonidos agudos, pero nosotros buscamos otra técnica, otra cosa. Es como decir que todos los grupos de rock son iguales por tocar rock». Lo que plantean corre para muchos otros géneros: «Se parece en apariencia, pero cuando ya estás metido dentro de esto, puedes diferenciarnos y darte cuenta de lo distintos que somos».

De todas formas, Crystal Castles son una escuela innegable. Aparte de tocar un cover de “Violent Dreams”, Lou y Andy se conocieron a raíz de la primera venida de los canadienses, en septiembre de 2010. «Cada uno iba al concierto de Crystal por su lado, sin acompañante. Un amigo en común dijo que nos juntáramos los dos porque ninguno quería andar solo, así que nos vimos por primera vez en el metro para caminar a La Cúpula. Tuvimos que mirar fotos antes porque no sabíamos a quién saludar. Al tiro nos caímos demasiado bien, como que explotamos».

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Demasiada presión

Uña y mugre al instante, en cosa de meses ya estaban inventando música, aunque al principio ninguno de los dos debutantes sabía cómo plasmar sus ideas. «Empezamos a grabar, casero y digital, con efectos ordinarios. Nos sentíamos bacanes. Ahora escuchamos esos temas y nos dan mucha vergüenza», cuentan riéndose. A falta de conocimientos, sobraba complicidad. «Ni siquiera hubo que hablar sobre qué tipo de música haríamos, cachamos eso al tiro de puro mirarnos. Queríamos hacer lo que nos gustaba escuchar. A la semana teníamos dos canciones listas y empezamos a movernos para que nos invitaran a tocar en carretes».

Destacar no fue complicado. «Sin querer, hicimos el primer witch house de Chile. Nos empezó a escribir gente de Sudamérica para decir que estaba escuchándonos. Sentimos que llegamos en el momento correcto al lugar preciso. Como que se generó un público y empezaron a llamarnos para tocar en fiestas acá en Santiago. Primero nos pagaban el puro taxi, después comenzamos a cobrar. Treinta lucas, después setenta. ¡Setenta lucas es caleta para la movida!».

La precariedad del circuito dark criollo es de larga data. El investigador César Mancilla, en Manto negro. Historia y anécdotas de la escena gótica e industrial chilena, pasa varias páginas sopesando el asunto. Abundan los productores chantas, la improvisación, el regateo. Pioneros como los holandeses Clan of Xymox han sido abandonados a su propia suerte al llegar al país, sin equipos para tocar y sin paga. Su primer concierto en Chile no hubiese ocurrido de no ser por Jorge González, que facilitó el escaso cabezal para guitarra que necesitaban, en una gestión realizada por el dueño de Blondie pocas horas antes del show.

Cosa rara: gracias a la negligencia del ambiente, surgió una oportunidad dorada para Blame Venus. «En una de las primeras fiestas donde tocamos, el organizador se curó como pico, no nos ayudó en nada y salió todo pésimo. Le dijimos que nunca más íbamos a trabajar con él, pero al par de meses apareció pidiendo perdón. Para compensar el mal rato, se le ocurrió invitarnos a telonear a Atari Teenage Riot».

Novatos, y quizás víctimas de un entorno poco profesional, Lou y Andy no supieron aprovechar la instancia. «Fue mucho para nosotros, demasiada presión que no pudimos soportar. Nos pasó una hueá muy pendeja y estúpida. Estabamos distanciados como amigos. Típicos roces de cuando te juntas todo el tiempo con alguien. La verdad es que éramos casi como pololos. El día antes del show quedó la cagá, dijimos ‘filo’ y nunca tocamos. Peleamos, nos separamos y nos bloqueamos de Facebook, de verdad nos odiábamos». La ruptura fue digna de guión dramático: ella armó un dúo con el ex de él; él armó un dúo con la ex de ella.

Fue un distanciamiento extenso. Pasaron un año entero sin hablarse. «Un año de odio», subraya Andy. «Nos arrepentimos de no haber hecho el teloneo, pero lo bueno fue que salimos fortalecidos, cada uno creció musicalmente por su lado». Lou recapitula su sentimental reencuentro: «En un carrete apareció el Andrés, yo estaba tripeada y me dio una pena… Necesitaba acercarme, decirle que lo echaba mucho de menos. Hablamos y después terminamos llorando juntos. Empezamos a juntarnos otra vez, pero en secreto, por los ex, hasta que los ex escucharon la música nueva que estábamos haciendo y también les gustó».

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Nuestro derecho a las drogas

La reconciliación fue el inicio de Blame Venus tal como es ahora. «Primero nos llamábamos Violetti Kocaivn, y como era demasiado alumbrado, lo cambiamos a Black Sun». Antes de presentármelos, Cristóbal, el guitarrista de Trementina, procedió a informarme sobre su vocación psiconáutica. Una de las primeras historias que Lou me contó fue que aspiraron speed en Moscú: «Lo probamos pensando que era como coca, ¡y nada que ver! Una sola línea dura toda la noche, después no podíamos dormir. Si te pegai más de cinco, te podís morir».

La ida a Rusia partió con un mail invitándolos, pero «nunca creemos en esas cosas porque siempre hay gente diciendo que quiere llevarnos a algún lado, a Estados Unidos, a Argentina. Aparte, el que nos escribió, Vitia, nos hizo dudar todo el tiempo. No quería decirnos su apellido, no sabíamos si creerle o no. Igual le dimos nuestros datos». Lou y Andy se vuelven emojis explicando la impresión que se llevaron al ver que les confirmaron pasajes a su nombre.

«Sospechamos hasta en el camino, tomando whisky. 28 horas arriba de un avión pensando que nos iban a sacar los órganos, que nos iban a meter en una red de tráfico de personas». Se tranquilizaron recién al ver que el tipo de las fotos estaba esperándolos en el aeropuerto. «Vitia fue a buscarnos, partimos en tren raja durmiendo hasta el centro de Moscú. Llegamos a carretear a la casa de este loco, que vivía con dos amigos. Era como estar en la Villa Frei, puros edificios. Llevamos pisco y se lo tomaron todo. Desde la mañana andaban pegándose cortos».

Andy condensa la emoción de recalar en un país tan lejano: «Estaba muy volado, a cada rato miraba a la Almendra y le decía ‘¡estoy en Rusia, conchetumare!’.» El viaje ocurrió en noviembre del año pasado, justo para los cumpleaños de ambos, separados por cuatro días. En las dos semanas que estuvieron allá, no sintieron más que hospitalidad: «Nos tenían la mejor pieza y nos pagaron todo. Había de lo que te podai imaginar. Pastillas, tripas. Los rusos son demasiado buenos pa’l hueveo. Cuando tocamos en W17chøu7, un loco del público nos convidó algo para tomar. Después andábamos viendo caleidoscopios, los dos con las pupilas gigantes. Le contamos a Vitia y nos contestó ‘ah sí, acá es normal que droguen a la gente’.»

Para la dupla, Moscú fue un parque de diversiones. «Hasta ir al supermercado era bacán, comprábamos cualquier cosa solo porque los envases venían en otro idioma». Estaban en su salsa: «Dejamos la casa hecha un antro cuando nos vinimos de vuelta a Chile». De ese estilo de vida salen algunas de sus canciones. “Heavy Raver”, por ejemplo, habla acerca de una chica lujuriosa que se revienta carreteando. «En el fondo es sobre nosotros, que nos vamos al chancho y tomamos lo que venga».

En un punto, Lou y Andy consideraron seriamente alargar la estadía. «Estábamos tan cómodos, que incluso hablamos sobre ponernos a trabajar allá y quedarnos a vivir al tiro. Le preguntamos a los rusos cuánta plata se necesitaba al mes y nos respondieron que nada, querían que nos quedáramos a vivir en su casa. Nos llevamos demasiado bien con ellos porque no andan pensando en si es bueno o malo lo que hacen, y nosotros tampoco. Nos carga la gente moralista y cartucha, nosotros no le hacemos mal a nadie, solo estamos pasándolo bien y chao».

Al regreso, un choque con la realidad. Andy, que llegó con el logo de W17chøu7 tatuado en el brazo derecho, pasó dos semanas encerrado en su casa asimilando la experiencia. «Ninguno de los dos había salido de Chile antes. Quedamos con la impresión de que la gente allá ama a los artistas y aquí es distinto», afirma. Lou complementa: «Acá no falta la mina curá que se sube al escenario cuando una está cantando. Tengo amigos de otros grupos a los que les han desconectado el micrófono mientras tocan. Como que hay personas esperando que te equivoques».

Desalientan las comparaciones que establecen entre un lado y otro: «En Santiago, nadie está ni ahí a veces. En W17chøu7, la gente se volvía loca. La fiesta era ilegal. Los organizadores tenían que sobornar a los pacos para que no hicieran nada durante la noche. Cuando nosotros tocamos, se llevaron como tres palos chilenos por darnos hasta las seis de la mañana. Es que allá la cultura es apañar. Lo común es que lleguen locos en bus desde súper lejos. Si muestras tu pasaje en la entrada, demostrando que vienes de otra ciudad, puedes pasar gratis».

La aventura intercontinental tuvo su epílogo en febrero pasado con la visita de Vitia Eroshenko, al que llevaron como DJ a Valparaíso. «Nosotros tenemos un proyecto que se llama Rave Party, fiestas de puro punchi y rave noventero, hemos hecho cinco. Armamos una en Valpo con Vitia en un subterráneo okupa, fue algo así como una versión chilena de W17chøu7, aunque con menos gente».

Usa tu rubor, escoge tu disfraz

Como unidad, Blame Venus se fortaleció después del viaje. Compartir reclamos hacia el entorno local y sus numerosas limitaciones los acercó aun más. Tampoco es que lo necesitaran con urgencia: Lou y Andy son tan amigos, que incluso entraron a estudiar audiovisual juntos. Pese a que abortaron la misión, práctica no les falta. «Nos quedamos haciendo canciones toda la noche, y tipo seis de la mañana salimos a grabar con la cámara porque nos gusta la luz a esa hora».

Del PC que Lou tiene en su departamento, con montones de registros, surgen videos como “Trust Again” y “Slay”. La imagen es un asunto de vital importancia para ambos. Cuando conocí a Andy, pasamos todo el día después de carretear en la casa de los anfitriones, entre cervezas, porros y comida, y a eso de las ocho de la noche soltó una frase que me llamó la atención. Conversando con sus amigos, una suerte de entourage de aspecto similar (peliteñidos de negro con tatuajes), planteó que era hora de irse porque «tenemos que arreglarnos para el carrete de más rato».

Es más, al relatarme su viaje a Rusia, Lou y Andy me confesaron que «lo primero que hicimos al bajarnos del avión, antes de fumarnos un cigarro, fue ir al baño a cambiarnos de ropa. Habíamos guardado la mejor ropa para llegar». Desde luego, no se trata solo de verse bien, sino de comunicar algo profundo: que quieren ser un recuerdo, no caer en el olvido. «Tenemos que arreglarnos, igual somos vanidosos. Nos gusta caleta la ropa, vestirnos, jugar con la imagen como vía de expresión para ser más reconocibles. Es muy bacán cuando nos reconocen».

Donde se pare Blame Venus, siempre habrá espacio para la expresividad, para la performance. «Una de nuestras canciones se llama “Víscera” y habla sobre una prostituta. En vivo la hicimos con dos amigas que tienen un cuero precioso y se nos ocurrió vestirlas de putas». En la tocata casera donde Trementina, pude ver de qué se trataba: una chica de aspecto suicide girl, Vanessa, bailó “Víscera” en topless usando una falda colegial, tambaleándose y tropezándose, sin un pelo sobrio.

Siempre es un deleite ver a una mujer bonita sacarse los sostenes, pero era la personificación de la “Heavy Raver”. Se caía a pedazos. Concluí que su decadencia, de alguna forma, enriquecía el espectáculo porque las mujeres de las que hablan las letras de “Víscera” y “Heavy Raver” son justamente así de turbadoras. Despiertan las pasiones del sexo opuesto y al mismo tiempo son como muñecas rotas.

«¡Maricón homosexual!»

A raíz de Vanessa, a la que jamás he visto en sus cabales, y por una inclinación casi instintiva a desafiar la escala valórica de quien se les pare al frente, Lou y Andy me han puesto en jaque moral durante nuestros últimos encuentros. En una ocasión, estábamos en un círculo de gente y le dijeron a su amiga «ya po, muestra las tetas» y ella accedió de inmediato; mientras bailaba al medio de todos y se dejaba tocar, Andy me decía «agárrala nomás». Pasé. En otra, nos encontrábamos sentados en una esquina mientras corría un popper (gran no: si entra por vía nasal, guácala) y Vanessa llegó, se tendió y Lou empezó a tocarle el trasero. También me invitó: «dale, si le gusta». Quinientas cosas se me vinieron a la cabeza en los dos segundos que tardé en responder. Cuando decliné la tentadora oferta, me miró y me dijo «aaah, ¡heteronormativo!». Todavía me pregunto por qué.

Las dos veces sentí el impulso de acceder, obvio. Me gusta correr mano tanto como a cualquiera, pero el chiste es que haya mutuo acuerdo. Contar con beneplácito directo, no de terceras partes, y que ojalá la decisión sea tomada con una cuota de cordura. Encuentro que el consentimiento es sexy. Que ningún crimen es perfecto si no hay alevosía y premeditación. Alguien que consume lo que se le cruce no tiene, pasadas las dos de la mañana, capacidad para discernir.

Odiaría parecer un mojigato. No juzgo la sexualidad ni la afición por los psicotrópicos de nadie. Creo que cada uno es su propio laboratorio, como plantean los maravillosos textos sobre libertad individual de Szasz. Lo que quiero transmitir con estas anécdotas es que me vi enfrentado a mi propio doble estándar. Pasé de pensar «qué ricas tetas» a «no me gustaría que esa fuese mi hermana»; de gozar la postal a imaginarme en la misma situación y sentir que yo jamás dejaría que una amiga se empelotara carreteando… al menos, no ante gente que apenas conozco.

Sería fácil trivializar la propuesta de Lou y Andy como música para fiestas hecha solo para divertirse. Lo cierto es que es un reflejo artístico de una forma de abordar el mundo que me parece valiosa y fascinante. Son unos alborotadores, unos situacionistas amantes de la provocación. Personas que celebran el don de ser distintas y que saben cómo causar un impacto en los otros. Ponerlos en aprietos si es necesario, o dejarlos una semana entera pensando en sus valores, como a mí. De hecho, ya pueden decir que otro grupo, Tenebrae, se formó después de escucharlos.

Witch house, hardfast o como se llame, el hasta ahora acotado repertorio online de Blame Venus responde al gusto por tendencias que no tienen cabida en el circuito tradicional de blogs que cubren música. Si pinchan canciones carreteando, suenan beats aceleradísimos, gabber. En su departamento, Lou me habló de su aprecio por absolutos desconocidos para mí como Ic3peak y Crossparty. Chateando por Facebook con Andy, lo único que atino a recomendarle, de las cosas semi recientes que estoy escuchando, y que predeciblemente le gustó, es “Dead Format” de Blanck Mass (¡hit!). Nada más. De la música que comparte en su muro, con suerte ubico la mitad. Entre nombres familiares como Charli XCX, Shampoo (sus ancestras) y The Knife, aparecen otros tipo Myss Keta o Tami Tamaki. Ni en pelea de perros.

En el tú a tú, las distancias se acortan gracias a su sentido del humor. En el living donde los vi en vivo, días antes de la tocata, estábamos carreteando mientras la batería y la guitarra eran usadas en una improvisación punketa, ruidosa y veloz. Lou tomó el micrófono, volvió donde estaba sentada tomando y se puso a gritar «¡Andy Gun! ¡Andy Gun! ¡Maricón homosexual!» una y otra vez, como si estuviese en una protesta. Al rato, había sincronía entre voz e instrumentos, mientras Andy bailaba encima de Lou como vedetto. Lloré de risa con el espontáneo sketch.

Blame Venus son unos extremistas, viven al límite y estrujan cada segundo. Cuando son payasos, son muy payasos. Y cuando están tristes, están muy tristes. «La mayoría de las letras que escribimos han salido en períodos mierda de los dos». Andy entra en detalles: «Yo llegaba donde la Almendra, me curaba y me ponía a gritar letras. Ella las escribía y salía una canción». Se trata de asuntos íntimos, que los conectan con algo que parecieran desconocer: el pudor. «Las cosas que decimos para nosotros son súper importantes, pero sentimos que pueden sonar chulas en español. Por eso usamos más el inglés, apaña fonéticamente».

«Hemos escrito letras que las terminamos, las leemos y quedamos los dos llorando, nos miramos y decimos ‘somos unos monstruos, qué chucha hicimos’. Hablamos de cosas demasiado intensas, nos basamos en hechos de nuestras vidas». Lou confiesa que incluso han llegado hasta, sorpresa, autocensurarse: «La abuela del Andrés y mi tío tenían cáncer, al mismo tiempo, y escribimos un tema que se llama “Fuck Cancer”, pero era horrible, para cortarse las venas, y preferimos no sacarlo».

Con el aspecto artístico, en lo que respecta a sonido y estética, totalmente resuelto, es la parte formal del trabajo la que los intriga. «No sabemos mover nuestra música, difundirla. Igual somos muy de la onda de hacer todo nosotros. Nos gusta caleta eso, le da a todo un significado mucho más rico». Entre ellos, ya se entienden por telepatía. Lo que quieren ahora es «que más gente nos conozca y se emocione con lo que hacemos tanto como nosotros. Que sientan de todo, desde alegría hasta pena. Algunos ven esto oscuro y depresivo y no, es reconfortante y liberador. Tiene lo que muchos necesitan: energía y desahogo. Son canciones que permiten soltar toda la mierda. Aunque te vaya como el pico, van a estar ahí para ti».

Cada uno es su propio laboratorio

Sobre el autor:

Andrés Panes (@panesandres) es periodista musical.

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