Las cartas de Stark Munro, una novela de formación

por · Julio de 2022

La editorial sevillana El Paseo ha traducido por primera vez esta novela epistolar escrita por Conan Doyle: es en parte un relato poco disimulado de sus propias experiencias con un médico amigo, así como un intermedio en su aplicación a Sherlock Holmes. También es una “novela de formación” o el relato de la articulación del desarrollo intelectual del personaje principal. Así lo sostiene el crítico Mark Wallace, estudioso de la literatura victoriana.

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Por Mark Wallace. 
Traducción: Patricio Tapia
  

Este libro es una de las obras de Arthur Conan Doyle menos conocidas —una categoría amplia que incluye toda su considerable producción, excepto las historias de Sherlock Holmes y su relato de dinosaurios y aventuras, El mundo perdido. Este libro en particular es de 1895, una época en la que Conan Doyle acababa de matar a Holmes (sólo para traerlo de regreso unos años más tarde) y estaba de manera consciente tratando de hacer un trabajo más “serio”—como muchos escritores muy populares, se obsesionó con ser “serio”. En línea con esta ambición, Las cartas de Stark Munro es una bildungsroman, o una novela de formación, que se centra tanto en la articulación del desarrollo intelectual del personaje principal como en sus acciones. Stark Munro es un personaje obviamente autobiográfico: es un médico de un pueblo pequeño recién titulado que lucha por llegar a fin de mes, al igual que Doyle a principios de la década de 1880 (la época en la que se desarrolla el libro).

Hay un cierto punto de trama externa a las reflexiones de Munro, principalmente relacionada con un colega médico, James Cullingworth, basado en el antiguo amigo de Conan Doyle, George Budd. Cullingworth es un hombre de gran carisma y energía, pero también egoísta, poco confiable e incluso algo vengativo. Parece ser otra meditación de Conan Doyle sobre la doctrina del héroe carlyleano, aunque más ambivalente que Holmes, porque si bien Cullingworth es un héroe en el sentido de ser un hombre de muchos y grandes talentos, resulta que no tiene la fibra moral que es parte integral del héroe. El propio Cullingworth expone una teoría del “hombre adecuadamente equilibrado” que recuerda a Carlyle: “Un hombre adecuadamente equilibrado puede hacer cualquier cosa que se proponga. Tiene todas las cualidades posibles dentro de él, y todo lo que quiere es la voluntad de desarrollarlas”. 

Además de ser médico, Cullingworth se considera a sí mismo novelista e inventor, y está convencido de su propio dominio en todos estos campos. Recordemos a Carlyle: “El gran y fundamental carácter del grande hombre es el de ser grande. Palabras hay en Napoleón que son otras tantas batallas de Austerlitz […]. Burns, poeta privilegiado, ¿hubiera sido más que Mirabeau?” (Sobre los héroes).

Doyle subvierte esta teoría poniéndola en boca del poco confiable Cullingworth, y por el juicio de Munro de que la novela de Cullingworth es en realidad de calidad inferior y que sus inventos carecen de utilidad práctica. En otra parte de la novela, Munro reflexiona sobre el genio y considera la línea de Carlyle según la cual el genio es “la capacidad trascendente de enfrentar, en primer lugar, los problemas” (Federico el grande): “La definición de Carlyle siempre me pareció una declaración muy nítida y clara de lo que no es. Lejos de ser una capacidad infinita para esforzarse, su principal característica, hasta donde he podido observarla, ha sido que permite a quien la posee obtener resultados por una especie de instinto que otros hombres sólo podrían alcanzar por el trabajo duro”.

El lector recordará que Holmes también se ocupa de esta definición, pero sin hacer referencia explícita a Carlyle: “Dicen que el genio es una capacidad infinita para esforzarse […]. Es una definición muy mala, pero se aplica al trabajo de detective”. (Estudio en escarlata, capítulo 3) Es obvio que Holmes actúa aquí como portavoz de Conan Doyle, al igual que Munro más adelante. Evidentemente, Conan Doyle está interesado en la grandeza como un rasgo intrínseco, como, en verdad, lo estaba Carlyle, a pesar de su énfasis en la cita de Federico sobre “enfrentar los problemas”. Teniendo en cuenta tanto a Holmes como a algunos héroes carlyleanos, parece que el talento intrínseco y el trabajo tienden a ir juntos de todos modos: el héroe une el talento natural con la fibra moral; dicha fibra moral lo obligará a trabajar en su talento, y así alcanzar la grandeza. Holmes es a la vez talentoso y laborioso: encuentra su don para “la observación y la inferencia” (“La corbeta Gloria Scott”) tempranamente en la vida y lo perfecciona asiduamente a partir de entonces.

Hay otro pasaje de reflexión de Stark Munro que recuerda de cerca al gran detective: “La mayoría de las cosas en esta tierra, desde la belleza de una mujer hasta el sabor de una nectarina, parecen ser los diversos cebos con los que la Naturaleza atrae a sus tontos incautos. Comerán, se reproducirán y, para complacerse a sí mismos, se apresurarán por el camino que les ha sido trazado. Pero no acecha ningún soborno en el olor y la belleza de la flor. Su encanto no tiene motivos ocultos”. 

Holmes hace comentarios similares en el cuento “El tratado naval”, pero llega a la conclusión de que “siempre me ha parecido que la seguridad suprema en la bondad de la Providencia descansa en las flores”. Esto siempre me ha parecido un comentario extraño para el personaje, aunque es interesante que lo haga ante varios otros personajes involucrados en el caso. Definitivamente es inusual que Holmes se distraiga de esta manera ante los clientes/sospechosos y comience a reflexionar sobre cuestiones irrelevantes: varios académicos han escrito sobre este pasaje y se han sentido desconcertados por él, pero ninguno de los que he leído ha mencionado el aspecto del hablar ante clientes/sospechosos. Puede que algo más esté pasando aquí con Holmes, más allá de una genuina expresión de su visión de mundo. La defensa que hace Holmes en El signo de los cuatro del libro El martirio del hombre de Winwood Reade, indica un punto de vista escéptico.

Es en Las cartas de Stark Munro donde Conan Doyle aborda de manera más sustancial las cuestiones religiosas. Tiene dos convicciones básicas con las que está tratando de trabajar y desarrollar: 

1.- La religión en su estado actual es inadecuada y un tejido de verdades a medias y supersticiones pasadas de moda: “¿Es la religión el único dominio del pensamiento que no es progresivo y que se remitirá para siempre a un estándar establecido hace dos mil años?”; “Hubo un tiempo en que se necesitaba un hombre valiente para ser cristiano. Ahora se necesita un hombre valiente para no serlo”. 

2.- El ateísmo es impensable: “La existencia misma de un mundo lleva consigo la prueba de un creador de mundos, como la mesa garantiza la preexistencia del carpintero. Concediendo esto, uno puede formarse la concepción que quiera de ese Creador, pero uno se puede ser ateo”.

El segundo punto es bastante problemático, ya que Munro simplemente elige un objeto del que sabemos que hay un creador (una mesa; quien la crea: un carpintero), antes que uno de la miríada de objetos que no están hechos por ninguna entidad identificable (por ejemplo, una roca) y da esto como prueba de que todas las cosas tienen un Creador. No hace falta ser filósofo para identificar esto como un pensamiento bastante descuidado; a lo que, a decir verdad, Conan Doyle era muy propenso. En cualquier caso, esto es sólo el comienzo para Munro. Si el cristianismo definitivamente está equivocado, pero definitivamente hay un Dios, entonces, ¿cómo comprender y describir esta deidad? Sin duda, esta es la parte difícil. ¿Dónde está el esquema intelectual que hará posible tal movida? Aquí nuevamente vemos la importancia de Carlyle: “Tenía tan identificada la religión con la Biblia que no podía concebirlas separadamente. Cuando los cimientos resultaron ser falsos, toda la estructura retumbó en mis oídos. Y entonces el bueno de Carlyle vino al rescate; y en parte a partir de él, y en parte a partir de mis propias cavilaciones, hice un pequeño cobertizo para mí, que me ha mantenido abrigado desde entonces, e incluso ha servido para albergar, además, a uno o dos amigos”.

La religión de Munro se basa en la naturaleza: “La naturaleza es la verdadera revelación de la deidad al hombre”. Al prestar atención a la naturaleza, se puede observar que “la sabiduría y el poder y los medios dirigidos a un fin” son evidentes en todas partes. Se nota además que “todo es bueno, si se entiende”. Munro reflexiona que “está bien pensar que el pecado puede tener un objeto y obrar para el bien”. Munro aceptaba que la evolución explicaba el desarrollo de los organismos biológicos, pero la evolución fue efecto antes que fuera causa. Había algo antes y detrás incluso de esto: “Me imagino que la supervivencia de lo más verdadero es la ley constante, aunque hay que reconocer que su acción es muy lenta”.  “No; déjame ser franco y decir que no puedo hacer que la crueldad encaje en mi esquema. Pero cuando descubras que otros males, que a primera vista parecen bastante oscuros, tienden a la larga realmente al bien de la humanidad, es de esperar que aquellos que continúan desconcertándonos puedan finalmente descubrir que sirven al mismo fin en una manera que es ahora inexplicable”. 

La filosofía de Munro es decididamente positiva, se trata de la “supervivencia de lo más verdadero”, etc. Sin embargo, no hay evidencia empírica de esto, como admite implícitamente Munro cuando señala que es “su acción es muy lenta”, y nuevamente en su discusión sobre la crueldad. Es en gran medida una doctrina de “acto de fe”, en lugar de una basada en la observación del funcionamiento del mundo y de la naturaleza, como se afirma. La voluntad de fe era fuerte en Conan Doyle, y el presagio de sus inclinaciones espiritistas posteriores ya son muy claras en Las cartas de Stark Munro, con su insistencia en la divinidad y el propósito moral de todas las cosas, incluso cuando la evidencia empírica sugiere algo distinto.

Al reseñar el libro, he escrito como si mi experiencia del libro se abstrajera mucho de la lectura de la ficción como narrativa y se centrara en la ficción como aclaración de ideas. Pero, de hecho, como narrativa encontré este libro muy legible e interesante. Soy un fanático de las bildungromans de finales del siglo XIX y principios del siglo XX: David Copperfield, Grandes esperanzas, Jane Eyre, Retrato del artista adolescente, Servidumbre humana, A este lado del paraíso, Tono-Bungay; más recientemente, descubrí Paul Kelver de Jerome K. Jerome (definitivamente no es un clásico, pero que todavía encuentro llena de interés). Dada esa predilección, necesariamente iba a disfrutar de Las cartas de Stark Munro, en especial por la vitalidad y la elegancia simple de la prosa de Conan Doyle. Sin embargo, a pesar de toda su perspicacia, la filosofía que trató de imponer sobre la vida era, básicamente, una tontería, y por eso quería que se juzgara el libro. Algunos pueden encontrar el “razonar frío y sereno” de Holmes un poco árido, pero Conan Doyle podría haber aplicado con provecho un poco de él a sus propios argumentos en Las cartas de Stark Munro.

Artículo aparecido en el blog The Victorian Sage (10-3-2014).

Las cartas de Stark Munro, una novela de formación

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PANIKO.cl (@paniko)

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