Cat Power: el sol en La Cúpula

por · Mayo de 2013

Chan Marshall resurgió de sus cenizas con un nuevo disco y en su reciente visita a Chile presentó a sus fantasmas y demostró por qué es una de las artistas más influyentes de la escena norteamericana de los últimos 20 años.

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Van 15 minutos pasadas las nueve de la noche. El ambiente en el Teatro La Cúpula es tranquilo, sin rechifles ni nada que apure el trámite. Todo solemne mientras se espera a que Charlene “Chan” Marshall, AKA Cat Power, salga a escena. Desde el escenario un técnico empieza a hacerle señales con una linterna al DJ que se encuentra poniendo música al lado opuesto del teatro, indicándole que ya es hora. El DJ se encuentra mirando su computador y no lo pesca. La mismísima señorita Marshall se asoma desde un costado del escenario haciéndole señales con los brazos. Se encuentra sonriente, a pesar de que el mensaje es claramente de «yapo, corta la hueá».

Finalmente el DJ atina. Se apagan las luces, y comienza a sonar fuerte por los parlantes “Bad Religion” de Frank Ocean, a modo de introducción. El tema suena entero, y luego se produce un silencio incómodo. Los segundos pasan lentos, pero al fin la banda, casi completamente femenina, empieza a tomar sus puestos de acción. Comienza a sonar una guitarra lúgubre, y Cat Power finalmente aparece en escena, vestida con chaqueta de cuero, y su pelo corto, teñido de rubio, que le dan un aire del Billy Idol que no le queda del todo. Pero sigue siendo ella. Esos rasgos faciales minúsculos y delicados, con sus pequeños y expresivos ojos azules.

Comienza a cantar “The Greatest”, del álbum homónimo de 2006, pero en una clave más de guitarra que la balada de piano de la versión de estudio. Marshall canta con una voz rasposa y sentida, moviéndose por el escenario haciendo muecas y gesticulando, mientras miro al teatro y pienso «este es el peor público de la historia». Claro, me callan la boca un par de segundos después, cuando la canción sube de intensidad, y La Cúpula decide despeinarse, y la gente se para de sus asientos y comienza a correr a la pequeña explanada del centro del recinto, amontonándose sobre el escenario.

Tras un comienzo impecable, de sonido potente e hipnotizante, Marshall se lanza a lo que nos convoca en su tercera visita, y cuarto concierto en Chile: su más reciente álbum, Sun (2012), que sería interpretado casi en su totalidad durante la noche. Pasan “Cherokee” y la rockera “Silent Machine”, con un sonido mucho más orgánico que el de los arreglos electrónicos de sus versiones de estudio. En gran parte es gracias a una excelente calidad de audio, más una banda de soporte espectacular, donde la baterista destaca como el motor oculto de las interpretaciones.

Marshall interactúa poco a través de discursos de micrófono, pero su química con el público es innegable. Sonríe, aúlla, se tira al suelo, guiña el ojo. Baila y se mueve erráticamente, como si no tuviera control del poder que maneja. Cada sonido que sale de su garganta lo siente profundamente, y genera una conexión especial con todo aquel que mira el verdadero ritual que arma sobre el escenario.

Cat Power

Llega uno de los momentos más íntimos de la noche. Las luces del escenario desparecen exceptuando por un foco rojo, que sólo nos deja ver la imagen de Marshall a contraluz, mientras el teclado toca los acordes de “Bully”. La interpretación de Cat Power llega a doler de su intensidad. Incluso la vieja que claramente estaba ahí por invitación o acompañando a alguien, y estuvo todo el rato pegada al iphone viendo Facebook, dejó el aparato dos segundos para ver el espectáculo sobre el escenario.

Pasa “3,6,9” (uno de los pocos temas que no sonó tan potente como en el álbum) para llegar a otro peak de la noche, “Nothin But Time”, en versión resumida a sus 11 minutos originales, pero igual de genial y épica. Poco después llega el momento más aplaudido de la jornada con “Metal Heart”, de ese clásico que es Moon Pix (1998), donde la vulnerabilidad que expresa Marshall llega a estremecer cada rincón de la piel. Poco después diría en el micrófono que anda resfriada, pero eso no se llegó a notar ni por un segundo. Todavía nos tiene con escalofríos.

Pero Marshall no es solo dolor y dramatismo. Es una artista camaleónica, que puede dar cátedra de cómo cambiar el switch en el momento preciso. En el último par de canciones, vemos a esa Cat Power que exuda confianza y sensualidad, con una espectacular interpretación de “Peace And Love” y un cierre épico con “Ruin”. Marshall saca un ramo de flores y empieza a repartirlas entre su banda, para arrojar el resto al público. La complicidad es total. Una vez que termina la canción se queda varios minutos más de pie sobre el escenario despidiéndose. Suena “New God Flow” de Kanye West por los parlantes, pero ella sigue ahí. Charlene Marshall. Cat Power. Una de las artistas femeninas más influyentes de la escena norteamericana de los últimos 20 años. Su voz entre un susurro y un alarido que ya es marca registrada. Su comunión con Chile ya está consagrada. Y aquí la esperamos para cada vez que quiera volver, y mirarnos con esos ojos que dicen «sigo aquí».

[Fotos: Carlos Müller]

Cat Power: el sol en La Cúpula

Sobre el autor:

Matías de la Maza (@matias_delamaza)

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