Si tu apellido no es González ni Tapia

por · Octubre de 2014

Una lectura de Biografía de una amistad, el relato de Claudio Narea y su tajada de la historia de Los Prisioneros.

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A principios de mes se publicó Los Prisioneros: Biografía de una amistad (2014), una reedición del libro Mi vida como prisionero (2009), de Claudio Narea, con capítulos extendidos y nueva información sobre la banda de San Miguel y la relación del guitarrista con Jorge González.

La tesis apunta a dos supuestos: la bisexualidad de González y el acoso de años por parte del autor de Corazones (1990). «Jorge invade mi vida, la de mis amigos y familia. Y eso no está bien», dice el propio Narea.

«Después de lo que he vivido no me asusta el hecho de exponer esta situación de acoso permanente de Jorge hacia mí, que digan esto o aquello me tiene sin cuidado. Mi intención es buena y digo la verdad, no tengo a qué temer. Era necesario publicar este libro», agrega.

En Biografía de una amistad la trama está narrada sin intermediarios o, como es común, como la recopilación de entrevistas de un periodista o editor externo. Al contrario, es uno de los protagonistas de la historia de Los Prisioneros quien toma las riendas del narrador.

Por supuesto, esto revierte de doble filo: la historia va más allá y es imparcial como un diario de vida. Son, por sobre todo, los deseos del guitarrista de contar lo que él considera como verdad.

Otra característica es su redacción: un espejo de la forma en que Narea se expresa en televisión, donde ha sido profusamente consultado o invitado por estelares, magazines y matinales: «lo que cuento es una verdad incómoda», «es por un bien superior», «por qué Chilevisión puede contar una historia falsa (Sudamerican rockers) y yo no puedo contar la verdad». Así deja claro, a quien se plante a confrontarlo, que no entendió el libro, o que simplemente no lo leyó.

Junto con esa alta guardia siempre de pie, hay un subtexto sutil pero certero en las 320 páginas: incesantemente, Narea se desmarca del uso de drogas, malos tratos de dinero y personales, y de cualquier indicio de no vivir una «vida normal, tranquila y sencilla».

Siempre había soñado con casarme joven y tener hijos y ahora me estaba acercando a cumplir ese sueño. Le conté a mis compañeros de grupo, quienes se pusieron contentos y me felicitaron. Un par de semanas más tarde, Jorge me sorprendió con la noticia de que él, en diciembre, también se casaría (…) A través de Jacqueline, Jorge entró a un mundo muy distinto al que vivió con nosotros en San Miguel. Dejó atrás la inocencia de Los Pseudopillos, experimentó con drogas y conoció a un montón de artistas y gente del barrio alto. (p. 74)

Cada vez que se menciona el consumo de drogas de González, su etapa de rehabilitación en Cuba o el uso de estimulantes en algún estudio, Narea aclara a sus lectores que jamás estuvo de acuerdo:

Años más tarde me enteré que en el estudio tanto Jorge como Miguel habían consumido estimulantes. Dado que la grabación se iba a realizar de noche, nuestro mánager (Carlos Fonseca) estimó que la única forma de llevarla a cabo sería con esa ayuda adicional. No me lo comentaron debido a que estaban seguros de que yo no los tomaría, además que, por supuesto, tampoco aprobaría el asunto. (p. 48)

Jorge sobrepasó todos los límites. El LSD y el éxtasis lo habían transformado en un tipo muy distinto al que conocí. Lo conversé con Claudia y con muchas aprensiones acepté quedarme. Parecía una buena solución comenzar a trabajar de inmediato en un nuevo álbum para deja atrás la pesadilla vivida. (p. 106)

We are sudamerican rockers

Un pasaje interesante del libro es cuando Narea retrata la industria musical chilena. Allí cuenta los pasos que siguió el trío desde el colegio, a inicios de los ochenta, hasta lo último que sabíamos de manera pública: los discos Estadio Nacional (2002) y Los Prisioneros (2003), y la bullada expulsión del guitarrista en 2003.

Hace hincapié en las relaciones de años con Mario y Carlos Fonseca, los acercamientos y tratos comerciales con los sellos, además de varios episodios de giras de distinta envergadura.

Es en ese contexto que describe problemas de dinero, repartijas poco equitativas y contratos abusivos.

Con la idea de que hubiera algún dinero a favor nuestro, comenzamos a visitar regularmente la oficina de los contadores de EMI. Pronto descubrimos el error, pero un error muy distinto al que Carlos imaginó: EMI no nos debía nada, pero sí la empresa de la familia Fonseca. Hacia fines de 1996, EMI había pagado a Fusión una factura por casi 50 millones, pero con Miguel teníamos claros recuerdos de que los pagos que Fusión nos hizo en esa oportunidad, comparados con el monto total, no eran muy altos. Esto naturalmente nos dejó muy confundidos y decidimos encarar a don Mario Fonseca, papá de Carlos, quien era la persona encargada del manejo del dinero. Junto a Miguel fuimos desmarañando un extraño tejido en el que al parecer habíamos salido perjudicados (…) Después de muchas reuniones soltó la verdad: nos dijo que en 1993 Jorge había recibido un adelanto, el que luego de las bajas ventas de su disco homónimo, EMI pidió de vuelta. Jorge nunca lo devolvió, así que don Mario se lo cobró de esa suma que le pagó EMI a fines de 1996. El problema fue que nos descontó por igual a cada uno de nosotros y ni Miguel ni yo teníamos nada que ver en ese asunto. Nos faltaban unos dos millones y medio a cada uno, pero a ninguno de nosotros correspondía pagar un adelanto efectuado a Jorge, y menos si fue hecho en un momento en el que Los Prisioneros ni siquiera existían como grupo. (p. 141)

Cuéntame una historia original

Cuando Narea teoriza la obsesión que siente González, deshilacha letras de canciones y libera información de camarín, como los correos recibidos de “Karola Jolie”.

Ahí la lectura se vuelve pudorosa e incómoda. No sucede lo mismo que con otras biografías donde se relatan conflictos y el lector quiere seguir con más interés que morbo. «Narea está inaugurando un nuevo género literario, la biografía musical con fenómenos paranormales o extrasensoriales», dijo a propósito el crítico musical Marcelo Contreras en La Tercera.

—En algunos pasajes del libro, “Karola Jolie”, que tú y tu pareja identifican después como Jorge González, habla constantemente del miedo y de la envidia en sus correos. Dos conceptos en los que curiosamente se construye la relación que retratas con González.

—Creo que con personalidades como la de Jorge es imposible reconocer a tiempo las dificultades a las que uno se puede enfrentar. Manipulan, son muy hábiles. Alguien que se gana tu confianza y parece tu amigo, pero que al mismo tiempo tiene una daga escondida en el balcón, es una persona que conviene tenerla muy lejos. Los que me critican lo hacen desde la ignorancia. No tienen idea de lo que hemos pasado yo y mi familia. Aquí todos estaremos de acuerdo en que Jorge es un gran creador. Admiro sus composiciones de la época de Los Prisioneros. También debo decir que la sexualidad es un tema absolutamente personal, no soy homofóbico. He estado en marchas de apoyo a los homosexuales, incluso. Pero cuando una sexualidad desviada tiende a destruir a otros, esto deja de ser un tema personal.

—Dices que no eres homofóbico, pero que «una sexualidad desviada tiende a destruir a otros». ¿Te refieres a la supuesta bisexualidad?

—No. Con desviada me refiero a otra cosa. Al acoso que sufrimos. Ese acoso incluye a todo mi entorno.

—El acoso podría verse como una desviación de comportamiento, pero acá estás hablando de sexualidad.

—Pregunta lo que quieras después de ver este video. Eso es. Si quieres eliminar esa frase, tal vez se entienda mejor. No sé. El acoso es el problema.

—Te estaba escuchando recién en el programa Intrusos (La Red) y dijiste «recuerdo el caso Karadima, que mucha gente le tenía harta estima». ¿Por qué esa comparación con González?

—No recuerdo qué fue lo que dije antes («¿Por qué Chilevisión puede contar una historia falsa y yo no puedo contar la verdad, recuerdo el caso…»), tenía sentido con eso. El objeto de deseo es el problema. En relación a la pregunta de la “desviación”, no es un asunto fácil de responder. «Si no te tengo, te destruyo», podría ser el título del problema que presento hoy (en el libro).

Honestidad y valentía para algunos, patética y delirante para otros, Biografía de una amistad resulta incómoda y a ratos inverosímil o difícil de chequear, lo que explica que algunas editoriales de amplio alcance se negaran a publicarla.

Se trata de un libro que es y no es la historia de Los Prisioneros. A veces, luce como el testimonio personal de un protagonista de esa historia patrimonial. En otras, choca de frente cuando se impone el sesgo y la cosmovisión sobre temas como las drogas, el sexo y la creación. Allí, cuando desaparece la máscara del autor, cuando Narea apuesta por levantar su verdad, podría estar la verdadera explicación del distanciamiento de esta banda.

 

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Sobre el autor:

Javiera Tapia (@jajonter) es periodista y dirige el sitio Esmifiesta.

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