Colo-Colo campeón, pero no eterno

por · Abril de 2014

Para el Cacique ya pasó la oportunidad de demostrar que no solo juega para ganar, sino que gana porque juega bien.

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Hace cuatro meses, entre Emiliano Vecchio, Claudio Baeza y Esteban Pavez, Colo-Colo dominó completamente a la Católica en San Carlos. Solo entre los tres hicieron 84 pases, más de la mitad que los hechos por toda la UC ese domingo de diciembre. Siempre por abajo, sin rifarla jamás, el Cacique controló el primer tiempo sin problemas. Su efectividad al pasar la pelota fue de un 96%, y tanta fue la superioridad en la posesión que obligaron a los cruzados a cometer 20 faltas. Era una maravilla ver esa calidad en el juego cuando, apenas siete fechas atrás, y dirigidos por Gustavo Benítez, no daban ni tres pases seguidos.

A pesar del dominio, Colo-Colo perdió ese partido. La falta de finiquito —no estaba Paredes—, el escaso cambio de ritmo —no estaba Valdés— y la poca regularidad atrás —no estaba Barroso— impidieron lo que por el desarrollo habría sido justo. Católica ganó y los albos terminaron con diez.

Al menos, y como diría Alberto Plaza, había esperanza: Héctor Tapia demostraba tener una idea clara de juego —presión alta y posesión—, así como la metodología para ponerla en práctica. Les sacó rendimiento a jugadores —como Vilches o Vecchio— que por meses fueron humillados tanto en la cancha como en la calle. Felipe Flores ni siquiera podía ir al mall. En esta campaña, en cambio, el Monumental lo ha ovacionado las seis veces que ha sido anunciado como titular por el locutor del estadio.

Sin contendores —la U no consigue sacudirse el fantasma de Sampaoli, la UC, sin asco, se tomó seis meses de receso y O’Higgins se enfocó fallidamente en la Libertadores— y con refuerzos precisos y probados, conseguir el trigésimo campeonato se hizo para Colo-Colo, a comienzos de 2014, una tarea más que posible. Un objetivo que parecía depender, más que nada, de la capacidad para combatir una angustia acumulada por cinco años, inédita en este club desde los años setenta.

El camino se le abrió al Cacique como el Mar Rojo a Moisés. Con un camarín ordenado, un cuerpo técnico convincente y una ausencia casi total de obstáculos deportivos, salir campeón parece, mirado desde acá, una meta poco ambiciosa. En esta modalidad de torneos cortos, campeonar no ha sido —Católica aparte— un premio inalcanzable, un logro exclusivo de la excelencia. Campeones como Huachipato, Unión y O’Higgins lo han logrado sin dejar una gran huella estilística que trascienda a la estadística. Es cierto: son clubes que no acostumbran de las palmas, pero sus campañas pragmáticas, en la medida de lo posible, solo serán recordadas por sus hinchas y los hijos de ellos.

Colo-Colo tuvo que haber sabido, después de las holgadas victorias iniciales y respaldado por el gran juego con que finalizó el año pasado, que este Clausura le entregaba una posibilidad que iba más allá de conseguir la 30. Esta era una temporada para imponer una hegemonía, para marcar un estilo, para establecer una referencia. Era —porque con la chance de triunfar a tres fechas del final, ya no hay mucho más que hacer— la oportunidad de demostrar que Colo-Colo no solo juega para ganar, sino que gana porque juega bien.

Desde el partido con Unión La Calera, que los albos ganaron por 5-1, se comenzó a ver a un equipo más timorato y menos convencido. Fue una goleada rotunda, pero hasta el 1-0 de Flores, que también fue la primera llegada clara, eran los caleranos quienes dominaban a un Colo-Colo impreciso y poco atrevido. Luego vino el empate con Cobreloa, la deslucida victoria ante O’Higgins, la derrota frente a la U. de Conce y el conservador triunfo en el Superclásico. El Cacique jugó los últimos partidos, justamente los más importantes, desconfiando de sus propias capacidades, como creyendo que el estilo que los llevó a la punta sería el mismo que los dejaría sin el título. Temeroso, inseguro. Poniéndose en el lugar del equipo chico que nunca ha conocido el sabor de una medalla, y que siente que la derrotada historia que lo precede le quitará la gloria que se ve ahora tan cerca.

Este no es un club chico y su tradición lo que menos conoce es de fracasos. Colo-Colo y Tito Tapia desaprovecharon la oportunidad de diferenciarse de una historia saturada de copas —unas polémicas, otras inapelables—, pecando de dudosos. Este es un gran equipo, que se recita de memoria, pero le faltó arriesgar en la idea que bien supo mostrar en su comienzo. Como dice cursi la canción de la Garra Blanca, Colo-Colo podrá ser el eterno campeón, pero este campeonato está lejos de eternizarse en las memorias de sus hinchas, más allá de la treinta y su numerología.

Colo-Colo
Colo-Colo campeón, pero no eterno

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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