Conociendo al doctor Pozzi en compañía de Julian Barnes

por · Junio de 2022

El amor por Francia y por la “Belle Époque” se manifiestan en el último libro del escritor inglés Julian Barnes. El hombre de la bata roja (Anagrama, 2021) es una especie de biografía colectiva en cuyo centro está un personaje de la Europa de fin de siglo, el doctor Samuel Pozzi, coleccionista de artefactos y de amantes, esteta, amigo de todo el mundo (así, de Marcel Proust, Robert de Montesquiou o Sarah Bernhardt).

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Por Nicholas Delbanco. 
Traducción: Patricio Tapia
  

Durante toda su carrera, Julian Barnes ha tenido un interés en Francia. Su nueva meditación sobre la Belle Époque continúa en esa vena. Este muy inglés autor examina una vez más el comportamiento de ese otro país, sobre el que su conocimiento es enciclopédico y su actitud desconcertada.

El primer gran éxito de Barnes fue con la novela tan llena de hechos El loro de Flaubert, en 1984, y en más de 20 libros más adelante de ese (por ejemplo, Al otro lado del Canal o su traducción de En la tierra del dolor de Alphonse Daudet) sigue demostrando tanta francofilia como (con una ceja levantada) respeto. Esto último ha demostrado ser recíproco. Entre sus galardones se cuentan el Prix Médicis y el Prix Femina. Además, él recibió la Legion d’Honneur francesa en 2017. Ahora, con El hombre de la bata roja su autor amplía el alcance de ese “cruzar canales”, con su foco en otra de sus fascinaciones de larga data: las artes visuales (como ocurría en su libro Con los ojos bien abiertos).

El “hombre” del título en cuestión se muestra en un gran retrato de John Singer Sargent, pintado en 1881. Su tema es “Doctor Pozzi en casa”, y la figura que no necesitaba presentación entonces requiere algunas explicaciones ahora. Nacido unos pocos kilómetros afuera de Bergerac, y de linaje italiano, Samuel Pozzi (1846-1918) fue un médico de sociedad y un hombre de ciencia. Un librepensador con un apetito voraz por el conocimiento y la compañía de mujeres (aunque no necesariamente la de su rica esposa), sus aventuras amorosas fueron legión. El encanto de Pozzi era contagioso, y su conocimiento médico auténtico. Cuando murió de una herida de bala infligida por un paciente enloquecido, su fama era internacional, e inmensas su colección de arte, así como su grupo de plañideras; un cortejo fúnebre desfiló por delante del Arco del Triunfo.

El libro comienza con una descripción de un viaje de compras a Londres en junio de 1885. El trío de visitantes incluía un conde (Robert de Montesquiou-Fezensac), un príncipe (Edmond de Polignac) y un plebeyo, el doctor Pozzi —bastante similar a sus dos compañeros en términos de gusto cultivado. Las fotografías del médico joven y luego de mediana edad y envejecido —“asquerosamente guapo”, según Alice, princesa de Mónaco— dan carne al retrato de Sargent. Allí, los dedos largos y delicados y las borlas sugerentemente colocadas de la bata roja en la pintura —como el “vergajo escarlata de un toro”, según Barnes— dan alguna idea de la vida erótica de “un médico, un cirujano, un ginecólogo”. Esta biografía colectiva —cuyo antecedente es, quizá, La época de los banquetes (1955), de Roger Shattuck— relata el ascenso del médico desde un ambicioso provinciano hasta el confidente de “le tout Paris”. Pozzi representó una figura fascinante: humana pero distante, coleccionista de amantes y de artefactos, un viajero que se quedaba en casa, feroz defensor de Alfred Dreyfus quien, sin embargo, contaba a esos aristócratas que vilipendiaban al soldado como sus amigos. 

El hombre de la bata roja incluye un quién es quién de figuras notables del período. Barnes escribe sobre el poeta Charles Baudelaire, la actriz Sarah Bernhardt y, largamente, sobre Oscar Wilde. Discute sobre autores tales como Joris Karl Huysmans, los hermanos Goncourt, Marcel Proust y luminarias menores como Barbey d’Aurevilly o Gérard de Nerval, de quien se rumoreaba que caminaba por el Boulevard St. German con una langosta con correa.

El libro está profusamente ilustrado, casi como si su autor hojeara un álbum de celebridades; hay fotos de Edmond Rostand, Boni de Castellane, Catherine Pozzi —la problemática hija del doctor—, Madame Curie y Saldi Carnot, por nombrar algunos.

Las pinturas de John Singer Sargent —de Carolus-Duran, Léon Delafosse y Madame X— cobran inmensa importancia, al igual que el gran retrato de Louis-Francois Bertin hecho por Jean-Auguste-Dominique Ingres. El conde de Montesquiou está representado tanto por Giovanni Boldini como, a modo de un “arreglo en negro y oro”, por James McNeil Whistler.

El estribillo del escritor incluye la frase reiterada, “No podemos saber”, pero este lector está impresionado, sobre todo, por todo lo que sabe el biógrafo. Su discusión sobre los hábitos de duelo, de espadas, pistolas y balas, del “pintor vivo favorito” de Flaubert, Gustave Moreau, el caso Dreyfus, las inclinaciones y prácticas sexuales de un gran elenco de personajes, el pendenciero Jean Lorrain, el reconocimiento de que la higiene y las buenas lámparas de lectura importan en un hospital: todo esto llena un lienzo que es deliberadamente grande.

A veces, este retrato de una época puede parecer demasiado detallado. Hay una especie de evasión cultural que puede parecer implacable: “Compositores presentes: Wagner, Stravinsky, Prokofiev, Chausson, Fauré, D’Indy, Aurico, Milhaud. Directores: Klemperer, Beecham, Markevich, Munch. Pintores de moda: Boldini, Bonnat, Carolus-Duran, Helleu, Clairin, Forain. Escritores: Edith Wharton, Proust, Colette, Valéry, Cocteau, Pierre Louÿs, Julien Green, François Mauriac, Rosamond Lehmann. Otras personalidades: Jeanne Lanvin, Diaghilev, Bakst, Lady Violet Cunard y Violet Trefusis”.

Aprendemos más de lo que necesitamos, quizá, sobre los títulos y la historia de los personajes menores. A saber: “En noviembre de 1904, Elaine Greffulhe, la hija de la ‘prima’ Élisabeth de Montesquiou, se casó con el duque de Guiche, un viejo amigo de Proust”. O: “Thérèse solicitó la ayuda de una de sus amigas antidreyfusard, cuyo maravilloso nombre era Sibylle Aimée Marie-Antoinette Gabrielle de Riquetti de Mirabeu, condesa de Martel de Janville, que escribía novelas cómicas con el seudónimo resueltamente más conciso de ‘Gyp’”.

Y así sucesivamente. Pero intercalados a lo largo de este compendio están, para continuar en el modo galo, bons mots y aperçus. Aquí hay algunos: “Los libros cambian con el tiempo; al menos cambia el modo en que los leemos”. “Montesquiou era el arquetipo del aristócrata-poeta-dandi, lo que le otorga tres motivos distintos para sentirse superior a los demás”. “Sin embargo, el precio de la fama rara vez es una simple transacción”. “Hay comidillas y comidillas sexuales. Lo singular de estas últimas es que más o menos todo el mundo las cree (incluso cuando finge no creerlas) porque siempre parecen verosímiles”. “La espiritualidad de Catherine no era de las que entrañan tolerancia y perdón”.

Tales frases animan cada página. Barnes es un narrador cautivante, y hay una gran cantidad de reflexiones en primera persona en todo momento. Su amor por los detalles es contagioso, su ojo exacto y su energía narrativa convincente. No podríamos desear mejor compañía, excepto quizás la del mismo doctor Pozzi, el hombre de la bata roja.

Artículo aparecido en New York Journal of Books, 18-2-2020.

Conociendo al doctor Pozzi en compañía de Julian Barnes

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

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