¿Será una Copa del Mundo el momento de perseverar en los principios? ¿O será la hipocresía, como lo ha elegido Van Gaal, el único camino exitoso en un Mundial?
De ahora en adelante, todos los partidos serán contra Holanda. Chile, con su fútbol vigoroso, vietnamita —como lo definieron en España— quedó descifrado en sus primeros dos partidos. Se abrió como un libro que Van Gaal leyó rápido y sin asco: a Chile hay que esperarlo en la mitad, hay que doblarlo en los laterales, hay que bajarlo a patadas cuando se acerca al área. La Holanda menos holandesa supo resistir la guerrilla de Sampaoli.
«Estoy muy feliz porque Mourinho haya ganado en su estilo de juego», dijo Louis van Gaal en 2010, entonces entrenador del Bayern, al perder la final de la Champions contra el Inter de Milán. «Atacar, de todas formas, es mucho más difícil que defender. Nuestro estilo es más atractivo para el público». No se sabe si Van Gaal vio la luz o se vendió a la oscuridad, pero de su obsesión por el ataque permanente y el desborde constante en los noventa —y que mantuvo hasta su paso en Múnich— mutó a un pragmatismo despiadado en la oranje, tácticamente virtuoso, completamente mourinhista. Optó, según sus propias palabras, por lo fácil.
A Sampaoli, en cambio, le gusta lo complicado, y hasta ahora, para él, lo difícil parecía ser la manera más fácil de obtener resultados. De veintidós partidos dirigiendo a la Selección, sólo perdió cuatro: la presión constante todavía era una novedad viniendo de Chile, y sólo rivales como Brasil y Alemania, llenos de individualidades, supieron contrarrestarla. Ahora todos saben cómo juega este equipo y ahora todos entienden cómo desactivar su velocidad y su despliegue.
Brasil se vio incómodo y deslavado en la primera ronda porque tuvo que proponer. Sus rivales lo esperaron y Scolari no diseñó este equipo para atacar: está hecho para no perder. Contra Holanda hubiese encontrado un obstáculo mayúsculo, seguramente insuperable, porque a una defensa disciplinada y recia se le suma a un maduro Robben —escalofriante en carrera, convencido de que ahora es cuando— y un efectivo Van Persie. En Chile, en cambio, aparece la oposición que más le acomoda a Felipão: una defensa abierta, mucho espacio para correr al pelotazo y la excusa para juntar las líneas atrás y alinear a los raspadores Paulinho, Fernandinho y Luiz Gustavo.
Chile encontró contra España el mejor escenario posible para fortificar su convicción: un equipo humillado, obligado a ganar, temeroso de sí mismo más que del rival. Como una jauría de chacales ante un bóvido herido de muerte, la Selección mordió y sin delicadeza. De una, al cuello. Ante Holanda el desafío no era convencerse del estilo, sino demostrar su eficacia frente a un sistema que le entregaba toda la iniciativa. Y aunque Chile fue valiente e inteligente, no pudo ni supo ante la reconversión de Van Gaal.
Scolari verá el video y Brasil se verá más naranjo que amarillo. Seguramente, Neymar hará de Robben, Hulk será Lens y Óscar le copiará a Sneijder. Tapando a Díaz en la salida, esperando el error, desplegándose en velocidad. Sampaoli, hasta ahora, ha preferido perder con la suya que ganar siendo otro. «Esto ante todo: a ti mismo sé fiel», dice Polonio en Hamlet, y nuestro entrenador parece tener esa frase en su cabecera. Nunca se ha traicionado, avanzar o morir, ¿pero será una Copa del Mundo el momento de perseverar en los principios? ¿O será la hipocresía, como lo ha elegido Van Gaal, el único camino exitoso en un Mundial?