Cortar cuerdas

por · Agosto de 2013

Decir Coiffeur era hablar de hombre y guitarra, inseparables, una identidad formada en el dominio total del instrumento; ahora, desde el disco “Nada” que todo es sintetizador y bases programadas.

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—¿Te gusta dar entrevistas?

—No, la verdad es que no. Siento que no tengo mucho para decir.

Coiffeur se termina un té muy cuchareado, lentamente, pegado a una estufa eléctrica que calienta nada. Lleva dos semanas en Santiago pero pocos se han dado cuenta. Tocó apenas dos veces —más una tercera hoy en Valparaíso—, cantidad insuficiente para sus seguidores chilenos que, silenciosos, llenaron con ansiedad el bar Loreto y la sala A2 del GAM.

 


Fotos: Claudia Valenzuela — Foto en vivo: Nina González.

 

No le gustan las entrevistas a Coiffeur —Guillermo Alonso, 32 años, Morón, Argentina— pero se resigna, sin más resistencia que la de responder despacio, alargando las últimas sílabas. «Es parte de esto», dice con una sonrisa leve, como quien le sonríe al cajero del metro después de cargar la bip! Las responde porque en la música popular de hoy, lo reconoce él, la invisibilidad no es compatible con el éxito.

El año pasado editó digitalmente con Quemasucabeza un EP, Nada, el primer paso de una nueva fase musical. Decir Coiffeur era hablar del hombre y su guitarra, inseparables, una identidad formada en el dominio total del instrumento. Pero en las cuatro canciones de Nada no había un solo acorde ni menos el sonido del nylon: todo era sintetizador y bases programadas.

Cuatro años después de El Tonel de las Danaides, su último disco y también el último con guitarra, Coiffeur decidió volcarse a la programación —«tuve que comprarme un computador y aprender a usar todos esos programas»—, el mismo formato de su próximo álbum, todavía sin nombre.

 

—En una entrevista adelantabas que el título del nuevo disco se inspiraba en «el libro de memorias de un cineasta, no quiero decir más». A nosotros, ¿nos puedes decir algo más?

—Estoy ahí un poco dudando sobre si ese va a ser realmente el título del disco o no. Lo que sí te puedo decir es que el director de cine es Werner Herzog. Es como un diario de memorias de él [NdelaR: Conquista de lo inútil]. Es un director que me gusta mucho, pero no sé, prefiero no decir nada más.

—Justo empezaste a hacer cosas más electrónicas y menos instrumentales cuando en Chile también se comenzaban a escuchar más cosas así. ¿Cuánto de lo que suena alrededor tuyo, actualmente, está en tu música nueva, o en tu manera de hacerla?

—Yo creo que mucho. El otro día lo hablaba con alguien y a mí me pasó que la música electrónica siempre me gustó. Entonces para mí no es algo nuevo, fui de salir a bailar mucho y esas cosas. Esto en realidad fue más que nada como un pedido del cuerpo. A nivel de expresividad, con la guitarra, sentí que se me habían agotado los recursos, y que al mismo tiempo la guitarra era una especie de ancla. Como que me estaba amarrando a un lugar. Y por otro lado, tenía muchas ganas de bailar sobre el escenario, una cosa más de movimiento. Ahí fue como bueno, no es tan complicado, ¿no?

—¿Y tuvo que ver que este era un mejor momento para hacer ese tipo de música que hace cinco años?

—No, no. O quizá no sé. No conscientemente, al menos.

—¿Cuánto puede hacer un músico de música popular, que toca en vivo, que se vincula con su público, para abstraerse del entorno y de su tiempo, para hacer la música que hace?

—Mmmm. No sé, la verdad. No lo sé. Mucho no se puede. Es como agarrar y decir ‘bueno, me voy a abstraer de mi tiempo y de mi época’. Por más que lo intentés, yo creo que a la larga tu momento te va a influir, ¿entendés? Uno es el resultado de su época. Quizá puedes tener una búsqueda estética, como esos discos que decís, guau, suena como en los ochenta. Pero a la larga, los procesos, las forma en la que producen hoy los productores, los compresores que aplican para la producción de tal cosa o la otra, no son ajenos a las cosas que pasan hoy en día. El resultado, por más que uno lo intente, siempre va a estar más volcado hacia el presente.

—Supongo que mucha de la gente que te fue a ver esta semana era la misma que te iba a ver sentado en un piso, pura guitarra. ¿Qué has sabido de los chilenos en relación a tus cambios en el sonido?

—Y hay una chica que me dijo que quedó bien, que se sorprendió. Pero acá vine, ponele, dos veces antes que esta, la primera de ellas una fecha medio perdida. Ahí hubo algo. Los que fueron a esas fechas van a darse bien cuenta de qué va la cosa. Pero bueno. Los que no estuvieron, claro, el cambio fue de verme solo con la guitarra a verme con banda. Y es sorpresivo, pero para mejor.

—Nadie te gritó Judas.

—No todavía.

 

 

Autoboicot

—Hablas mucho de cambiar y de desconfiar de ti mismo, de la comodidad con la guitarra. No es fácil, si uno se siente cómodo, incomodarse a uno mismo.

—Sí, es verdad eso. De hecho, antes de que saliera el EP tuve una sensación de ¡uy, qué estoy haciendo! Siempre es un poco eso. Bueno, con El Tonel también. Ese disco fue como una visión muy extrema. Ahora que tengo distancia sobre ese momento, por ejemplo, escucho cosas y digo ¡qué exagerado! Pero al mismo tiempo lo entiendo y me parece que estaba bien eso, porque era lo que necesitaba. Encuentro que esa exageración me llevó a gestos que sobreviven en el tiempo, que es un poco como lo que a mí me gusta buscar.

—No es tan usual ver eso, que artistas se desprendan de lo que ya hicieron y tomen caminos más arriesgados y que puedan salir con éxito.

—Sí, es verdad. Hay veces como que un poco creo que me autoboicoteo. Voy destruyendo lo que ya había construido hasta un momento. Lo que me pasa con eso es que cuando era adolescente admiraba mucho cuando una banda que me gustaba sacaba algo nuevo. Siempre cuando iba a escuchar un disco nuevo, decía ¡bueno, a ver qué hacen ahora!

—¿Cómo cuál, por ejemplo?

—Y hay muchas, pero Babasónicos era una banda que yo escuché mucho de chico y que todo el tiempo se estaba reinventando. Pero al mismo tiempo en cada disco uno seguía encontrando una esencia que era la misma. Eso me parecía re-interesante, me marcó bastante. Bah, no sé, por lo menos a mí me entusiasmaban: bueno, qué van a hacer ahora. Es lindo eso. Y también siempre tuve una cuestión como de… nunca fui mucho de que las bandas tenían que ser así como fieles a su estilo.

—Como el rock.

—Como el rock, por ejemplo.

—Eso estaba pensando: quizá es una cualidad más del pop eso de ir mutando y adaptándose a los tiempos, buscar caminos nuevos, y el rock es más de morir con la suya.

—Claro, el rock. Igual el rock, digamos, más conservador, el más clásico. Porque en teoría el rock tendría que ser, no sé, algo descolocante, si uno se remite a la esencia del rock.

—Últimamente he pensado que los roles del pop y el rock se fueron invirtiendo. Y el rock se fue haciendo más para los conservadores, los que no quieren perder mucho y mantenerse siempre igual, y el pop va para los que están más inquietos, buscando cosas nuevas.

—Sí, totalmente. Creo que hay mucho de eso. Que también el pop, me parece, en realidad nunca se enroscó demasiado. Como superficialmente estaba asociado a lo superficial, valga la redundancia, nunca tuvo demasiados dilemas, ¿entendés? Es más desfachatado. Como que no le tiene que rendir cuentas a nadie. Y eso me parece que fue llevando al pop a terminar ocupando un lugar más jugado.

 

 

Si un león mata a una cebra no se pone triste

—Tus dos primeros discos eran más bien apelativos, le hablaban a una segunda persona. El Tonel, dijiste alguna vez, era más metafísico, había una prescindencia del otro, una conversación más interna. En Nada y este disco que se viene, ¿para dónde van las letras?

—Me parece que lo que viene ahora es por momentos introspectivo y por momentos también muy a la vieja usanza, con cosas más de los primeros discos. Una historia como medio de preguntas antropológicas, como de los orígenes, cuestiones de cómo el pasado se conecta con el presente y el futuro y todo eso junto con el universo. Está ubicado en ese lugar (risas). Pero para mí es una cosa así más híbrida. No sé cómo explicarlo.

—¿Y esos temas tan místicos tienen que ver con esas ganas de trascender?

—No, cuando hablaba de eso me refería más… sí, puede ser en realidad. Yo lo pensaba más como en el resultado de una canción, que vos decís bueno, le pongo play a esta canción y la escuchás y decís sobrevive al paso del tiempo, no te suena vieja. No decís ‘uy, ya pasó, esto estaba re de moda en su momento y ahora es una cosa viejísima’. Sí me pasa que me atrae mucho la idea de ir generando relatos en los discos. Que vayan contando una historia. Pienso mucho en lo circular, me atrapa mucho esa idea. Que el principio tenga sentido con el fin, que tiene que ver igual también con esto del universo, del infinito, de algo que está en expansión, que no tiene límites, que no termina. Que es una cosa eterna.

—¿Y cuánto de lo actual, de lo que te pasa día a día a ti o a la gente, en tu ciudad, en tu país, interviene o te interesa poner en tus canciones?

—Mucho. Este disco, si bien tiene cierta cuestión así mística, está bastante empapado con sensaciones mías de cosas como de… es que tengo impresiones medio apocalípticas.

—¿En cuanto al presente?

—Sí. No sé, es como una percepción. Voy a quedar como muy ecologista, pero me afecta mucho la cuestión de la naturaleza, el impacto que el hombre tiene sobre ella. Las consecuencias.

—¿Sientes que la cosa no tiene mucho destino?

—No. Me cuesta verle uno. Aunque en realidad no es que no tiene destino, porque al mismo tiempo pienso que nosotros en realidad no somos tanto. La naturaleza es algo más bien anárquico, que se transforma, y nosotros somos los que tenemos una visión moralista, le ponemos moral a la naturaleza cuando no la tiene. Si un león mata una cebra no se pone triste. Es algo que sucede y punto. Si nosotros modificamos la naturaleza, y eso genera un impacto, no sé, crecerán los mares, nosotros nos ahogaremos y a otra cosa. Y dentro de un millón de años aparecerán otros seres, o quizá directamente desaparezca la tierra, se parta en dos, y bueno. Pero el universo va a seguir ahí. Nosotros tenemos una visión demasiado egocéntrica del mundo y de todo. Tampoco es una cosa de estar lamentándose. Es el curso de las cosas, y hay un poco de esas sensaciones en el disco.

—En Argentina, en particular, y en muchos otros lados se está generando un clima polarizado y beligerante, sin mucha armonía. ¿Qué te pasa con eso? ¿Tienes una posición en esa dinámica o estás más desprendido?

—(Suspiro). A mí me cuesta mucho. Sé hacia dónde se inclina mi sensibilidad pero me cuesta aferrarme a un discurso. Yo lo que veo en mi país es que en este último tiempo se polarizó mucho todo, y de repente es como que estás de este lado o estás de este otro. Y a mí me parece que esa dualidad así extrema empobrece mucho. Empobrece mucho el pensamiento, la reflexión, y empobrece tu vida. Me parece más interesante, en todo caso, informarse, escuchar los discursos, y ver qué es lo que sirve de cada cosa. No sé cómo es acá en Chile.

—Acá no es tanto, hay más malestar que polarización. No como Argentina, que hasta donde sé, ha sido tan intensa que ha llegado a dividir familias, amigos por las diferencias políticas.

—Sí, es cierto. Me parece una lástima eso. Nunca me pelearía con un amigo porque piensa de otra manera. Me parece que el afecto tiene que ir por encima de las ideas. Pero es raro, no sé si estoy tan seguro de esto que estoy diciendo. Pero bueno, el disco también habla de eso, de alguna manera. No de una forma tan objetiva, pero hay una especie de fábula que trata un poco sobre esa cuestión dentro del disco. Creo que fue mi experimento más comprometido. Digo, yo creo que toda creación es un gesto político, pero es mi coqueteo más cercano con una cosa así.

—¿Hubo algún momento muy malo en tu carrera?

—Y en un momento hubo una especie de crisis bastante fuerte. Creo que fue después de Nada, cuando empecé a componer para este disco.

—¿Una crisis musical?

—Fue un poco de todo. Fue como una crisis existencial, me parece. En un punto era como bueno, estoy haciendo esto, no me salen canciones. Todo lo que intentaba no me gustaba. Llegué a pensar: bueno, si lo que hago no me gusta, me dedico a otra cosa. Y al mismo tiempo era: bueno, pero esto es un poco como lo que me define a mí, como persona. Ahí creo que me enmarañé demasiado en esa línea de pensamiento.

—¿Fue una depresión?

—No. No una depresión pero sí un momento duro como de decir bueno, qué, si no me entusiasma nada de lo que hago, qué hago. Creo que este cambio, de dejar la guitarra y pasar a hacer música de otra manera, también tuvo que ver con eso. Era como bueno, agarrar la guitarra y siempre sentir que llegaba a los mismos lugares. No encontraba un estímulo en eso. Supongo que se conectó con el deseo de moverme, de generar otra cosa, de empezar a explorar más el cuerpo que la guitarra. Se juntaron esas dos cosas y desembocaron en esto de pasar a una cuestión más bailable y electrónica. Terminó teniendo un final feliz.

Cortar cuerdas

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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