Esto es todo lo que pienso sobre el libro de Daniel Zamudio

por · Mayo de 2014

«Lo bonito de Zamudio es que estaba muy lejos de la perfección», dice este comentario del libro Solos en la noche de Rodrigo Fluxá.

Publicidad

Primero: voy a escribir con garabatos. Aviso porque siempre hay gente que postea ai mijita podría haber dicho lo mismo pero sin tantos garabatos y no. No se puede. Como el hoyo no es lo mismo que muy malo/estoy hasta el pico no es lo mismo que estoy cansada/los sinónimos no existen.

Dicho eso, acá voy.

Supongo que todos llevamos un troll en el corazón. Eso pensé cuando, después de leer el adelanto que dio la Revista Sábado de El Mercurio del libro Solos en la noche: Zamudio y sus asesinos, quise hacer un post eterno de ira en facebook. Estaba tan furiosa que le guatsapeé al editor de la revista y llamé al menos a tres amigos para hacer pico la puesta en escena mercurial en la que se usaba el título «Desmitificando el caso de Daniel Zamudio» y se escogía un fragmento en que, sin el contexto del resto del libro, Daniel quedaba como arribista, insensible, etc etc.

Pero el libro me pareció mucho mejor que los discursos en torno al libro. Mucho mejor, incluso, que lo que su autor, Rodrigo Fluxá, dice en sus páginas de presentación. Y cuando digo mucho mejor quiero decir más complejo, menos esquemático. Al terminar de leerlo me quedé con la sensación de que todos los implicados —tanto víctima como victimarios— difícilmente podrían haber terminado de otra forma: crecer en la violencia genera violencia. Un contexto social de mierda es tan difícil de eludir que la responsabilidad personal termina siendo algo muy relativo.

También quedé con esa sensación incómoda de no estar del todo de acuerdo, pero sin saber por qué. O, más bien, sin saber formular bien por qué. Así que trato, acá, con los tres aspectos del libro que más me hacen tener el ceño fruncido.

1. «A Zamudio no lo mataron por gay»

El libro plantea la tesis de que a Zamudio no lo mataron por gay, si no por pertenecer al espiral de violencia de una clase social poco afortunada. Es verdad, en cierto sentido, que todo problema es un problema de clase. Es verdad, también en cierto sentido, lo que dice Fluxá sobre Daniel en la presentación del libro: «Un joven heterosexual de una población periférica de Santiago tiene mucho más en común con él que cualquier homosexual con una mínima red de apoyo», pero hacer una oposición entre la explicación que dice que lo mataron por gay versus la que dice que es un tema de clase es arbitrario e insuficiente.

Me explico: si hiciera un mapita —o una especie de línea— de la persona más privilegiada hasta la menos privilegiada de la sociedad, a un extremo estaría un cuico y al otro extremo un pobre. Pero al lado del cuico debería poner las palabras «blanco y heterosexual» y al lado del pobre «mujer, lesbiana, no blanca, migrante». Los espacios de privilegio, al final, no pasan solo por la clase. Juegan otras combinaciones y hay mil matices posibles.

Me pondré como ejemplo porque soy lo que tengo más a mano: soy privilegiada en tanto que soy blanca en un país racista y soy privilegiada en tanto que no soy pobre en un país en el que, si lo eres, las oportunidades se cierran radicalmente. Pero no soy privilegiada en tanto que soy mujer en un país en el que ni siquiera se discute una ley de despenalización del aborto y no soy privilegiada en tanto que soy bisexual. Ser bisexual, por lo demás —y parafraseando lo que dice Rodrigo Fluxá— redujo mi red de apoyo considerablemente. Otro ejemplo: hace un tiempo Simonetti —alguien privilegiado en casi todos los sentidos que se puede serlo en Chile— estaba en el ascensor de la Clínica Alemana y una pareja comentó, mirándolo, «No se nos vaya a pegar el Sida». A lo que voy: ser cola, peruano, mapuche, mujer, transexual, travesti, etcétera; no es lo mismo que ser blanco y heterosexual. Cuando los asesinos de Zamudio lo torturan y le dicen «gay, lacra, ensucias mi patria» apuntan a una de las tantas marginalidades a las que pertenecía Zamudio.

2. «Esto es periodismo»

Es la frase que dijo el autor del libro el día del lanzamiento y creo que encierra tres ideas.

La primera es que detrás del libro hay una investigación seria y muy reporteada.

La segunda es que el periodismo no busca servirle a nadie más que al mismo periodismo (a.k.a «los periodistas no tienen amigos. Tienen fuentes»).

La tercera: el periodismo es objetivo.

Iré punto por punto.

Estoy segura de que la investigación —que duró dos años e incluye 94 entrevistas— es muy seria.

El tema de que el periodismo solo le sirve al propio periodismo no es algo que quiera tratar acá así que diré algo breve: el periodismo también le sirve a las tesis de los periodistas.

El último punto es lo que me interesa. A estas alturas —ya casi han pasado cincuenta años de la publicación de A sangre fría— nadie es tan ingenuo como para decir que el periodismo es objetivo pero la frase «Esto es periodismo» cumple una función similar y suena más sofisticada. Fluxá tiene una tesis. Una tesis que, si funciona como la mayoría de las tesis, parte de una intuición, de un deseo y se entrelaza con los hechos que la corroboran o la contradicen. Más con los que la corroboran que con los que la contradicen, por supuesto. Eso es evidente en varios momentos del libro pero citaré dos que tienen que ver con la aceptación personal, familiar y social de la gueidad de Daniel:

«Fue querido y aceptado, salvo en episodios muy particulares, como cuando en séptimo básico los niños del curso comenzaron a corearle una canción popular argentina cuya letra habla de un joven gay, un chabón, que está saliendo con otro, que se enamora y que lo quiere, que le gustaría tener un hijo con él. Supuestamente es graciosa. Daniel, según recuerdan, la tomaba así. Más que molestarse bailaba mientras se la entonaban».

«Jacqueline (mamá de Daniel) no le dio demasiada importancia al tema. En su caso fue una formalidad, la confirmación de algo que en el fondo siempre supo. A Iván (papá de Daniel) le costó más. Venía de una familia extrañamente más conservadora, pero salvo cierta distancia física que adoptó de ahí en adelante en los cariños de su hijo, como evitar darle besos en la boca como hacía con el resto, no hacía mayor alboroto».

Los dos párrafos apuntan a lo mismo: para Daniel ser gay no era ni fue nunca un tema complicado. Y que no fuera un tema complicado ayuda a la tesis del libro. Pero bajo la pulcritud con la que están escritos los párrafos —lo que es una estrategia para asemejarse a un narrador no comprometido, supongo— surgen muchas preguntas: ¿Que baile la canción significa que está feliz de que se la canten? ¿Que los testigos digan que Daniel se lo tomaba como algo gracioso significa que era realmente gracioso para él? ¿Que su papá haya restringido la cercanía física con Daniel no implica mucho más que lo que ahí parece?

Con esto no quiero decir que me molesta que alguien tenga una tesis e intente probarla. Soy periodista, he hecho cien mil veces eso (y de formas mucho menos delicadas) y no sé si haya otra forma posible de escribir periodismo pero la proclamación de objetividad —así sea velada— me pone terriblemente nerviosa.

3. La santificación de Daniel

Hay algo que escuché mucho en el lanzamiento del libro, en las entrevistas al autor y que también leí en la presentación. Que se santificó a Daniel y se hizo una imagen falsa, un póster de algo que él no había sido. Este libro, entonces, viene a mostrarnos al Daniel «real». Supongo que el Daniel «real» es tan discutible como la frase «Esto es periodismo» pero es cierto que Solos en la noche nos da un horizonte de Daniel en el que no se había ahondado mayormente: el de la historia de miseria que partió muchísimo antes que la noche en la que lo torturaron. Aún así, hay algo que no comparto: creo que no hubo una santificación de Daniel. Siento, más bien, que el libro —o los discursos en torno al libro— buscan construir un mito que nunca existió para así poder derribarlo.

¿Alguien creía —antes del libro— que Daniel estaba en un «pedestal», como dice el autor? Se transformó en el mártir de una causa, es verdad. Pero lo bonito de Zamudio, lo bonito de la calidad de mártir de Zamudio, es que no estaba hecha en base a la santificación de un héroe intachable, si no que en base a alguien que todos sabíamos que estaba muy lejos de la perfección.

Solos en la noche

Solos en la noche. Zamudio y sus asesinos
Rodrigo Fluxá
Catalonia-UDP, 2014
152 p. — Ref. $10.000

Esto es todo lo que pienso sobre el libro de Daniel Zamudio

Sobre el autor:

Camila Gutiérrez (@joven_y_alocada) es periodista. Escribió la película Joven y alocada y es autora del libro del mismo nombre, además de No te ama.

Comentarios