Danzig en Chile

por · Junio de 2011

Danzig en Chile, una columna para volver a ser fan

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Estamos en el 2003. Un niño de El Monte se entera de que una de sus bandas favoritas, Metallica, acaba de eliminar el concierto para el que ha comprado un boleto, tan sólo una semana atrás. La noticia le pesa, lo entristece. Busca explicaciones de por qué sus ídolos han omitido a Chile de su tour. Es injusto que el periódico explique apenas: “se suspende recital de Metallica”.

Viaja a Santiago a que le devuelvan el dinero y recibe los billetes que constatan que ya no hay vuelta atrás: Quizás esperó que todo fuera una mala broma, pero definitivamente no lo era.

Ingresa a lo que era su biblia en aquellos años: Rockaxis, pensando que quizás allí encontrará alguna aclaración y algo de consuelo. La noticia de verdad tiene devastado al púber rockero que lleva adentro. Es sólo un pendejo, que al igual que miles de otros, siente el aire más pesado y la garganta más apretada por culpa de James, Kirk, Lars y- en ese tiempo- Jason.

Comienza a revisar la sección de noticias. Nada. Se siente como si la novia lo hubiese mandado a volar porque sí, sin explicaciones. De pronto, lee seis letras que juntas y ordenadas de cierta manera significan para él, más que Metallica, más que Megadeth, más que King Diamond, más que Elvis e incluso más que todos ellos juntos: Danzig. Y lo mejor es que, seguido de esa palabra, podía leer otra que, al combinarla con la primera, conjuraban un sueño que jamás pensó se haría realidad: Danzig en Chile.

Rebobinemos.

Verano del 2000. El mismo pendejo quedó solo en casa, sus padres han salido y, como siempre, esto significa que podrá ver películas para mayores, con sangre y sexo, esas en blanco y negro, esas que no le permiten ver. Comienza “9 milímetros“, un bodrio con Nicolas Cage, con un asesino sadomasoquista llamado: Machine. La película avanza y Cage encuentra el escondite del homicida, desde un tocadiscos suena una música que lo asusta, y en las paredes hay unos afiches con una palabra que le llaman la atención: dice DANZIG, en mayúsculas y con una fuente que lo intriga. Piensa que un asesino sadomasoquista llamado Machine debe tener buen gusto musical y se promete, al día siguiente, investigar un poco más sobre esa banda.

La película acaba.

Al día siguiente, el niño acompaña a su padre a la oficina, allí hay Internet y en rockaxis escribe d-a-n-z-i-g en el buscador, aparece algo en sección MP3: Five Finger Crawl – Danzig. La baja. Pasan los minutos, pasa media hora y por fin play. De los parlantes del computador sale un sonido que sólo puede salir de un infierno del futuro. Sale la música que un asesino sadomasoquista llamado Machine debe disfrutar. Sale una música que al niño le parece prohibida, como si al escucharla se estuviera condenando. No entiende la letra, pero lo sabe: acaba de nacer de nuevo. Bajo el signo de Caín.

El niño parte a la disquería más cercana y compra un disco de Danzig al azar, la portada tiene algo que se asemeja a una mujer, el disco se llama “How the gods kill. Danzig III”. El chico, que en realidad es un adolecente, llega a casa y pone el primer tema en el equipo de sonido. La canción de llama “Godless“. El adolecente, que hace tiempo tenía conflictos con la religión que le habían enseñado, sintió que no era el único. Que había alguien más que pensaba que ese dios no era para él. Que incluso era posible que no existiera.

Danzig sentía lo mismo.

Con el pasar de los meses, se hizo de la discografía completa de su nuevo héroe. Pronto conoció a los Misfits, su primera banda, y luego a Samhain, el proyecto que antecedió a su etapa solista. Rápidamente, se dio cuenta de que en esas tres bandas había encontrado lo que había buscado siempre. Música que hablaba de demonios, mujeres babilónicas y dioses malvados, cosas ridículas, pero que en el fondo hablaban de autonomía y libertad, música que habla de la posibilidad de pensar por sí mismo, de ser uno mismo.

Avancemos a la noche del 11 noviembre del 2003 en el estadio Víctor Jara. El niño y un amigo van al concierto de sus vidas. El sonido era deficiente, la banda que acompañaba a Glenn Danzig no contenía ningún integrante original y Glenn había perdido su musculatura para dar paso a una barriga prominente y también se estaba quedando calvo. Pero nada de eso importó.

En el público había punks, góticos, rockeros y metaleros y, entre medio, estaban estos dos pendejos felices por ver a su ídolo, un sueño que jamás imaginaron. Miraban a estos punks, góticos y metaleros deseando ser algún día algo parecido a ellos.

Danzig en Chile

Por fin el sueño vuelve a ser verdad: este 21 de julio, en el Caupolicán, regresa Danzig, y seguramente Glenn habrá perdido un poco su voz, estará más gordo y quizás la banda no esté a la altura.

No tengo anécdotas épicas con Danzig, jamás he tenido sexo al ritmo de alguna de sus canciones, jamás he conducido a 200 kms. por hora al ritmo de alguno de sus tantos himnos y jamás he hecho locura alguna con sus temas de fondo. Lo que sí he hecho es sentarme, solo o acompañado, y disfrutar mientras escucho esta música que para mí significa tanto.

Si no fuera por Danzig, jamás hubiera conocido a Johnny Cash o a Roy Orbison, y a tantos otros músicos que aparentemente nada tienen que ver con él. Ahora, cuando ya he superado mi etapa de talibán del metal– etapa que creo todo metalero ha conocido – he abierto mi horizonte musical considerablemente, y de hecho rara vez escucho Metallica, Megadeth o King Diamond, pero siempre guardaré en un lugar especial a Danzig.

No se mientan: Adentro de todos nosotros hay una banda tan especial como lo es Danzig para mí. Danzig es como lo que siente una barra brava por su equipo favorito. Ojalá que esta columna les recuerde esos momentos en que tenían UNA banda en el corazón y espero que el concierto esté lleno, porque Danzig ya pasó su etapa de popularidad hace rato y sé que sus últimos discos han sido bastante irregulares.

Pero así y todo, cada vez que los escucho, me vuelvo a sentir como el niño que alguna vez pensó que la música de un asesino sadomasoquista, llamado Machine, también podría gustarle a él.

Danzig en Chile

Sobre el autor:

Francisco Yávar (@cortapescuezo).

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