De la proeza del Canto Nuevo a la ingratitud

por · Diciembre de 2016

La sombra del canto, del director Antonio Carrillo, narra el nacimiento y «muerte» del Canto Nuevo, movimiento cultural que luchó contra la dictadura chilena y que, contra todo lo que se pensaba, llegada la democracia, fue olvidado y reducido a una anécdota perdida.

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La sombra del canto, del director Antonio Carrillo, narra el nacimiento y «muerte» del Canto Nuevo, movimiento cultural que luchó contra la dictadura chilena y que, contra todo lo que se pensaba, llegada la democracia, fue olvidado y reducido a una anécdota perdida.

Es un hecho: ser artista en Chile es casi ineludiblemente condenarse a la ingratitud, la frustración, a pasar zozobras. Pese a esto, no sabemos bien por qué será, si será el paisaje, será su gente o será la misma dificultad que desafía a los espíritus, pero en este país, cada tanto, nacen artistas superlativos. Y en ese mismo día comienza su tragedia. Ahí están nuestros músicos para atestiguarlo.

Causa total desconcierto que un país con tan grandes cantores, con tantas grandes músicas, renuncie a ellos con tal desamor. Que tan descorazonadamente los relegue al destierro, a mirar desde afuera, a vagar por la vida.

Ante esto, pensará cualquiera que hay que tener mucho coraje para perseverar en el oficio. Bastaría con mirar a los mejores que ha habido aquí, cómo llegaron solo unos pocos de ellos, tan pocos, al añorado reconocimiento: o ancianos o muertos. En estas tierras, esta es la suerte que les ha aguardado siempre al final del camino. El olvido, la soledad, el desafecto.

Deben haber tenido mucho coraje entonces, aquellos del Canto Nuevo. Porque, como si no fuera suficiente, la dictadura los invitó a doblar la apuesta. Esta había puesto sus cartas sobre la mesa. Recientemente, toda una generación de quizá los más grandes talentos que ha habido en la patria habían sido perseguidos, expulsados de su tierra con el mayor de los desprecios o incluso asesinados.

El Canto Nuevo aceptó el reto y logró hacerse oír contra viento y marea. Consiguió reunir a personas en torno a un anhelo común, la libertad, el fin del encierro, e hizo brotar nuevas ilusiones en un país sumido en la tristeza.

No obstante, luego de la proeza, la ingratitud. Porque cuando al fin llegara la prometida libertad por la que habían luchado, bajo el nombre de democracia, el nuevo Chile lo redujo a la nada: de un canto necesario y urgente a una anécdota perdida de tiempos ya superados.

Así lo explica Luis Le-Bert en el documental La sombra del canto, de los realizadores Antonio Carrillo y Diego Salazar.

El arte en el arte no es solo una cuestión de valentía o de afán de reconocimiento; a veces, es también una cuestión de no tener escapatoria. «Había gente creía que nosotros éramos músicos porque existía dictadura (…) Nosotros somos músicos porque respiramos», dice el vocalista Santiago del Nuevo Extremo.

El Canto Nuevo quizá fue eso. Respirar, abrir la boca y dejar salir una canción. Público, periodistas, productores, bares, parroquias; todos escuchaban una misma canción, todos querían cantarla. La canción más antigua, más antigua que los hombres. Que no es solo valor, también es amor. Amor por la vida, por el otro, y todo lo que hay en ese espacio entre ambos.

Triunfar, si existe ello en el arte, no ha de ser más que eso. Cantar una canción que habite el espacio y el tiempo, su propio espacio y su propio tiempo. «Hasta que podamos respirar, vamos a tener la tranquilidad haber vivido como quisimos», dice Marcelo Nilo, conmemorando a Nelson Schwenke.

El resto, paja molida. No vendría mal que ese Chile imaginario hecho de retazos unidos con alfileres, aquel que podríamos llamar el Chile oficial, le diera una mano a quienes antes se la dieron a él. Pero no parece que vaya a ocurrir. Ese país parece obstinado en mirarse al espejo y aborrecer lo que ve, en llegar siempre tarde, en ser el Chile de la pompa fúnebre, del homenaje póstumo. «Nos han vendido la pescá durante mucho tiempo (…) La cultura era la quinta rueda de la carreta y lo sigue siendo», comenta Nilo.

Tampoco hace falta. No, el Canto Nuevo no necesita nada de ese Chile oficial. Al fin y al cabo, este no tiene nada para ofrecer más que migajas. «Ustedes se robaron la tele: guárdensela. Se robaron la radio: quédense con la radio», sentencia Le-Bert.

No necesita nada el Canto Nuevo, porque son un Chile que ha sabido ser. El resto, que se lo haga ver, que hace agua, ya sea por desdén, ya sea por cobarde. Si de hacer justicia se trata, creo hablar por ellos al decir que no necesitan un premio o una estatua. Te necesitan a ti y a mí, necesitan un Chile de chilenos que, como ellos, sepan habitar su propio tiempo.

De la proeza del Canto Nuevo a la ingratitud

Sobre el autor:

Jaime Graña

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