Dejen a Edmundo Varas ser famoso
¿Por qué no? Él merece otra oportunidad para estar en la televisión. Nos entretuvo a lo largo de un año, durante y después de ser el protagonista de facto de Amor Ciego (2008), formando parte del entretenimiento nacional. Encima, sus escándalos posteriores nos ofrecieron tanto material de morbo que lo convirtieron en su momento en uno de los tuiteros más seguidos en Chile.
Su historia de superación, de cómo ha pulido los vicios de su marginalidad y ha intentado integrarse a una sociedad tan segregadora como la nuestra («apartheid», como insisten Óscar Contardo o Mario Waissbluth), podría servir como el mejor estímulo de movilidad social. Más vivo y pasional que cualquiera de los personajes que Rojo (TVN) o Yingo (CHV) han tenido en sus historias.
Pero no lo dejan. No puede ser famoso. No mientras pueda ofrecer material como personaje segundón, entregándole su cuerpo inocente a la Virgen del Cerro. Pero, que quiera subir de nivel como figura de la televisión por mérito propio, es imposible. ¿Quién lo dice? Los ejecutivos. ¿Por qué? Porque no tiene talento, argumentan.
¿Y por qué insistieron con Carolina de Moras? Porque es modelo, un rostro fresco y serio para el avisador ABC1. Digamos, querían hacer la nueva Tonka Tomicic. ¿Y eso justificaba pagarle clases de dicción, de cultura general y prácticamente insertarle un chip de conocimiento? Sí, lo justificaba. (Al final, fue tan bacán el esfuerzo que hicieron en rellenarle los vacíos a la animadora que terminó siendo degradada en tiempo récord del programa que —se suponía— encabezaba.)
Entonces, Carolina, sí. Edmundo, no. ¿Cuáles son las cosas que imperan en la televisión chilena?
Arturo Nicoletti, el primer director de Sábados Gigantes, lo dejó entrever en una entrevista que dio hace dos meses a la revista Sábado: a pesar del éxito del programa, a Don Francisco le dolía que el iluminismo elitista (estas dos últimas son palabras mías) considerara ordinaria la emisión. Por eso mismo, años después, Don Francisco hizo Noche de Gigantes: «para darle un pelaje más distinto al personaje».
Se trata de la histórica obsesión de las élites de jetsetear el espectáculo. Hasta la década de 1990, Iván Zamorano, Marcelo Salas y las gemelas Campos debían refinar sus maneras para poder satisfacer las expectativas editoriales del barómetro de la farándula de entonces, la revista Cosas. Era la falsa idea que nuestros grandes famosos debían imitar los estilos de vida de —por decir un lugar— Mónaco.
Con la aparición de SQP, la reformulación editorial de Las Últimas Noticias en la década pasada (cuenta la historia que Edwards hijo fue a escuchar las conversaciones de la clase media en el mall Plaza Vespucio) y la farandulización de la televisión, la vieja empingorotada de club dejó de prescribir los usos y costumbres por medio de la prensa. Sin embargo, esa vieja todavía sigue royendo la mente de los ejecutivos de televisión: se admiten rostros ajenos a la fantasía del glamour fastuoso, en la medida que estos dejen en claro que jamás podrán participar de dicha fantasía.
Por lo mismo, a los ejecutivos de Canal 13 los dejaba perplejos la morenitud del elenco de la serie Los 80. Por lo mismo, apostaban al fracaso de la serie, que solo sería un nuevo fondo estatal destinado a ser televisión de nicho. Y, por lo mismo, el clasismo obsecuente de Vasco Moulian, quien se aventuró incluso a apostar cajas de vino.
Si nos gusta el circo, permitamos —en honor al espectáculo— que uno de nuestros animales favoritos pueda hacer una nueva rutina de sí mismo. Al menos, la bestia Edmundo está en igualdad de condiciones frente a otros rostros que lo intentaron y fallaron. Después de todo, la esperanza de un ejecutivo de televisión es lo último que se pierde (?).
Además, si un elenco moreno le dio credibilidad a una serie como Los 80, transformándola en el evento no deportivo más importante de la televisión chilena, es justo exigir que los portavoces de la identidad nacional se parezcan más a la gente común y corriente. Si dejan a Edmundo Varas ser famoso nuevamente, educándolo y puliéndolo, quizá dicte el más importante golpe a la cátedra de nuestra historia televisiva, encarnando la ruptura de la fantasía jetsetera de nuestra industria catódica.
* Agradecimientos a Ricardo Martínez, cuyo paper «Las cosas Caras» ha inspirado en parte esta columna.