Días de Junot

por · Julio de 2013

Leer a Junot Díaz da ganas de escribir. Nadie se salva del efecto expansivo de la bombita del autor de “Así es como la pierdes”, sus más recientes relatos publicados por Mondadori.

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Leer a Junot Díaz da ganas de escribir. Me pasó antes con Los Boys (1996) y ahora con Así es como la pierdes (2012), lo que pasa es que la voz narrativa de Junot parece tan sencilla, tan cercana y descaradamente honesta a la vez, que nos hace sentir que la escritura nos pertenece a todos; dicho de otro modo, el autor le roba la escritura a los intelectuales lateros del parnaso y la instala en el corazón del lector ordinario, incluso en el no-lector. Porque sus historias narran la cotidianidad, con una ironía que deslumbra y un lenguaje que saca carcajadas. Y porque leer a Junot Diaz se parece a estar en un balcón de New Jersey conversando con un amigo dominicano que te acaban de presentar, y mientras compartes un cigarro te hallas tan alucinado escuchando sus historias que incluso te llegas a preguntar si ese pelado con aspecto gansgter y alma nerd será acaso una versión posmo del Mark Twain del caribe. O un Pedro Juan Gutiérrez reload. Pero no, concluyes que su voz no tiene símil.

Junot DíazSus descripciones son de otro planeta, sobre todo aquellas que exaltan el cuerpo de las mujeres de su país: «Era dominicana, de aquí, y tenía el pelo superlargo como las muchachas pentecostales, y un busto increíble. Estoy hablando de world class». O: «Tú, Yunior, tienes una novia que se llama Alma, que tiene un cuello de caballo tierno y largo y un culazo dominicano que parece existir en una cuarta más allá de sus jeans. Un culo que podría sacar de órbita a la luna». U otra más estrambótica: «la jeva era enjuta y nervuda como un alambre, cada fibra sobresalía con estrafalaria definición. En comparación, Iggy Pop parecía un gordito, y cada verano causaba sensación en la piscina».

Por otra parte, sus cuentos trazan un fiel retrato de la “dominicanidad” de cara al shock de esos inmigrantes que, acaso cansados de la marranadas de Trujillo o simplemente impulsados por sus anhelos de prosperidad, acabaron abandonando su cálido e incomprensible suelo dominicano para instalarse en los gélidos bloques de ladrillo de los guetos de New Jersey, una zona donde el humor, la marihuana y la promiscuidad son descritos como una especie de antídoto para burlar la soledad, el dolor.

En este espacio se instala el insólito mundo de Junot Diaz, un mundo desencajado, fuera de lugar, del mismo modo que lo están sus personajes: Yunior (álter ego de Junot), el narrador de casi todos estos relatos; el déspota de su hermano mayor, Rafa; y la madre de ambos, una mujer que, además de las imprecaciones de su marido, debe soportar el cáncer terminal que amenaza la vida de su hijo Rafa, aferrándose, desde luego, a su “nuevo galán: Jehová”. Así describe Yunior el contubernio de su madre con el barbudo: «yo tenía mi yerba y ella tenía lo suyo. Nunca antes le había interesado la iglesia pero se volvió tan loca con Jesucristo que me imagino que se hubiera crucificado ella misma si hubiera tenido una cruz a mano».

Lejos del lloriqueo patético y de la inmovilidad depresiva, los personajes de Así es como la pierdes salen a buscarse un lugar en su nueva realidad y así van trazando sus propios destinos, siempre trizados por una sucesión de amoríos destruidos por las irreversibles consecuencias de la infidelidad develada.

En este contexto, Yunior se comporta, una y otra vez, como el más rookie de los infieles, y constantemente aparece herido por la culpa y otros sentimentalismos (desde luego incompatibles con la figura del mujeriego exitoso, cuyo éxito radica en actuar con apego irrestricto a los mandamientos mezquinos inherentes a su ciencia o arte, o, por lo menos, en cumplir los principios básicos de un felón medio, como son: borrar todo tipo de mails comprometedores y no echarse al agua ante engaños menores). Pero Yunior no es así, el engaño no está en su esencia, y permanentemente cae en estos yerros/sincerisidios/concienciadepecador/alta moral (como a Ud. le parezca mejor) que, a fin de cuentas, lo dejarán sin aire.

Sin desviarme de lo planteado en estas primeras líneas, en las cuales hacía alusión a la cercanía que alcanza la voz de Junot Diaz con el lector común, creo pertinente agregar que su literatura prescinde de los ya manidos artilugios estructurales de la narrativa de Bolaño, quien, en esta materia, siguió a George Perec, ni mucho menos –cosa que agradezco- asoman los juegos Cortazarianos; asimismo, el autor muestra una distancia abismal con la literatura pontífice, intelectual y solemne —especialmente aburrida “en días de Junot”—, que pregonaron los escritores del canon de la primera parte de siglo pasado (y los chacales del “boom”), ni tampoco parece compartir muchos rasgos con la literatura desenfadada de los beatnicks de los años 50, en definitiva, lo que quiero decir es que la literatura de Junot no se parece a ninguna, sus relatos rompen los cimientos sobre los cuales descansan las ultimas vanguardias, y crean otra: más cercana —más callejera, si quiere—, más sencilla, y no por eso menos ingeniosa, fresca, divertida, original, y, felizmente, menos sentenciosa y repetida.

Por último, citando a Fresán a propósito de Onetti, y extrapolándolo a la obra del dominicano, habrá que señalar que la literatura del autor de La maravillosa vida breve de Oscar Wao y de estos conmovedores relatos no hace “boom” sino que hace “BANG!”, en una esquina gringa del East Coast, y, desde allí, sacude nuestro anquilosado páramo libresco latinoamericano, que, acobardado ante la amenaza monopólica, prefiere alimentarse/alimentarnos de carroña ajada en vez de asumir riesgos que produzcan cambios.

Nadie se salva, eso sí, del efecto expansivo de la bombita de Junot, del ruido incendiario de su obra colándose en los oídos más mainstream y también en los más under. Sobre todo en tiempos en que lo under pasa a ser un objeto de culto industrial. Como sea, Junot le pone calidad a toda esta vaina.

Días de Junot

Sobre el autor:

Juan Carlos Echazarreta

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