¿Dónde está MEO?

por · Junio de 2011

“Estamos en una realidad distinta: No hay un nihilismo, el ni ahí del Chino Ríos”

Publicidad

Marchas, protestas, movilizaciones, diálogos y todos los sinónimos de agitación popular están ocurriendo, pero al que fuera candidato a la presidencia en 2009, con ciertas chances de pasar a segunda vuelta, no se le ve ni por aquí ni por allá. Un escenario político que parece perfecto para la presencia de un líder distinto, diferenciado o —esa palabra fea que se ocupa— díscolo. Conversamos con el acelerado presidente del Partido Progresista sobre la juventud, la política y la mezcla de esas dos cosas en el futuro.

—Chao, buenmozo —dice Marco Enríquez-Ominami al terminar la entrevista, y no hay forma de sentirse mal al respecto. Porque cualquier hombre que le dice buenmozo a otro hombre —y sobre todo en el contexto este de una entrevista— puede generar cierta incomodidad, alguna sospecha; pero cuando es Marco quien lo hace, con su pelo largo casi mojado y su cara de poco sueño, cae bien. De hecho: se siente extrañamente bien.

—Que te vaya bien, buenmozo —vuelve a repetir, y ya parece que es su arma secreta para que los entrevistadores salgan felices de las conversaciones que tienen con él. Al mismo tiempo, entrega su tarjeta, que además de su correo-e y su twitter, contiene en el reverso la siguiente frase, inspirada en los mejores calendarios de bolsillo: «Nada es imposible, el único obstáculo está en que el corazón no persevere».

ME-O


La idea es saber qué pasa con MEO, tan ausente hoy de la figuración política, cuando hace poco más de año y medio peleó la primera vuelta de las presidenciales. Por qué no está marchando, liderando los movimientos (educacional, ambientalista, mapuche) que hoy no encuentran representación ni lugar en el actual sistema de partidos.

¿Dónde está Marco, y su nuevo Partido Progresista, mientras la Karen hace bailar a los gordos? No los hemos visto en la calle.

—Porque somos súper… primero, no es cierto. Hemos estado siempre. No hemos estado en esta marcha, pero.

—Digo, figurando en las manifestaciones.

—Por dos razones. Primero, porque sí lo hemos hecho y no siempre nos cubren. Fui a marchar contra Hidroaysén y creo que fui de los pocos políticos que marchó. Lo hice sin convocar prensa, justamente para no caer en la trampa de andar utilizando los movimientos.

Después de las marchas de los pingüinos, si uno ve los hechos, ganó Piñera

Enríquez-Ominami se iba ese día a México (“hago clases en varias universidades. En Chiapas, en Puebla, hago conferencias. Sí, en varias universidades”) y disponía de pocos minutos para conversar. De diez —que fueron catorce. Pero antes hubo que esperar.

La sede del Partido Progresista es blanca. Quizá por lo nueva, quizá por el poco uso. Pero los sillones paredes mesas persianas maceteros incluso autos, todo blanco, de ese blanco que se ensucia rápido. Es una casa grande en Av. Salvador cerca de Bilbao, y alguna gente, nunca mucha, circula. Hay un póster de un cuadro de Paul Klee enmarcado en la sala de espera. Una mesa de centro con revistas viejas y una escultura hecha a la rápida. Hay sillas de plástico como las de la lucha libre. Un basurero vacío. Después de casi una hora, Marco está listo para hablar.

A mayor negación hacia la política y los partidos, al parecer también van ganando los más conservadores

—Y lo segundo —continúa diciendo sobre su ausencia en estos días de agitación— es una cosa más de fondo: estos movimientos son justamente interesantes porque superan la lógica partidaria. Son movimientos que están diciendo ‘a nosotros no nos gusta eso’. Yo creo que esos movimientos todavía son un enigma con respecto a en qué van a desembocar. Lo digo con mucho respeto. Estoy muy a favor de todas estas marchas. Pero también los pingüinos, cuando marcharon en 2006: todos creíamos que venía una gran revolución demócrata que no ocurrió. Y después, pensábamos que venía un gobierno extremadamente progresista y ganó un derechista. Entonces, también digo ‘cuidado’, estos mismos movimientos eran el desafío no solamente de lograr lo que se proponen, sino también qué país están dibujando después de sus marchas. Después de las marchas de los pingüinos, si uno ve los hechos, ganó Piñera. No es causa efecto, no tiene nada que ver, pero finalmente hay un dato: a mayor negación hacia la política y los partidos, al parecer también van ganando los más conservadores, que son los grandes negadores de los partidos.

A MEO cuesta sostenerle la mirada: entre que habla rápido y mira fijo con sus ojos con ojeras, no se da mucho respiro a pensar lo que va a decir. O sea: lo que va a decir lo piensa mientras dice lo que está pensando.

—Yo estoy totalmente a favor de las marchas, pero también (soy) súper respetuoso de los movimientos ciudadanos. Creo que ellos mismos -supongo- valorarán también que uno no haga ninguna maniobra de la vieja política para utilizarlos. Ahora, si me pedís que yo entre al liceo, que me pare arriba de un cajón a hablarle a los estudiantes, me parece que hoy día el asunto es apoyarlos. No es lo mismo acompañar un movimiento que utilizarlo. Nosotros tratamos de acompañar.

—Pero se ve que muchas de estas personas que están hoy manifestándose no tienen una ubicación muy definida ni específica dentro del mapa político…

—Mapa político.

—…y quizá sea una buena estrategia darles una cabida en un partido que está comenzando como el tuyo.

—Lo hacemos, ah. Lo hacemos. Te concedo el punto. Estoy de acuerdo. Para mí es un enigma. Yo trabajo a tiempo completo acompañando a los movimientos sociales. También es cierto que la imagen que tú echas de menos es la de un líder conduciendo un movimiento. Yo te puedo responder: el movimiento progresista son 50 mil personas, que no solamente marchan, pero que firmaron en la notaría.

—Eso es lo que no les resultó el 2006 a los pingüinos: su movimiento no evolucionó en una fuerza política y terminó quedando en nada.

—Yo también creo. También creo. Yo era diputado y fui testigo de lo brillante que eran las comisiones. Después, muchos de ellos terminaron integrándose a las juventudes políticas de algunos partidos. Pero se perdió probablemente una parte de la… Pero el escenario político es jodido, porque el que se conoce hasta ahora es el de los partidos, y uno los odia y los detesta, pero al final del día, lo que queda son los partidos. Mira el movimiento de los Indignados en España. Terminó ganando Rajoy [NdelaR: el Partido Popular, en las elecciones municipales], por diez puntos de distancia.

—Y a los actuales movimientos estudiantiles, ¿les ves algún destino más allá de la ilusión que están generando? ¿O van hacia el mismo lado que los del 2006?

—Yo creo que estamos en la curva incipiente. Es muy difícil comparar el clímax del 2006 con esto. No lo sé. Yo fui a la televisión el otro día, no sé si lo viste, y dejé muy claro que estaba a favor de las protestas, y mi único temor era de que no los timaran como los timaron el 2008.

—Da la impresión de que aparte de los diálogos que se están sosteniendo con Lavín y demás, no se nota un ánimo de que se puedan cambiar realmente las cosas.

—Es un enigma.

—…

—Una gran duda.

—Hum. Si la política está tan mal evaluada por la gente de la calle, todos desconfiando de los partidos y de los políticos, ¿cómo se hace para convencer a la genta a que vuelva a participar en ella?

—Con ideas. Con ideas. Estoy convencido. Y dando las formas. Y con ideas. Propuestas. Formas más ideas más propuestas.

—Pero cuál es la forma de llegar a esa gente, porque todo el mundo ofrece ideas y propuestas cuando llegan las elecciones…

—Pero nosotros no, nosotros llevamos un año y medio, como lo puedes ver en todas las propuestas que hemos hecho, foros, escuelas de líderes, diálogos progresistas. Guau. Hemos hecho un esfuerzo gigantesco en sistematizar esto, en formarnos nosotros mismos, en dialogar con otros. No, un esfuerzo gigantesco.

Nada produce más desconfianza que un partido político; y estamos creando uno. ¿Es bien contra natura, ¿no? Bueno, yo creo que eso es lo valioso: vamos contra la corriente

—¿Y funciona?

—No sé cómo evaluarlo. Yo creo que sí. Pero asumo que recién tú lo vas a poder evaluar en la elección municipal.

—¿Entonces hay que esperar a las municipales para saber de los Progresistas?

—No, yo creo que desde hoy día, pero entiendo que… a ver, los guachacas, ¿por qué son tan conocidos? ¿Por qué les va bien? Porque han tenido un gran impacto en los medios. Todavía no está claro si los guachacas son dos, diez o diecisiete millones de chilenos, o son cientos de miles. Lo que sí hay un impacto. En el Partido Progresista no hemos logrado impactar a esos niveles. Pero también porque estamos en un mundo mucho más complejo que el de la sociedad civil: estamos en el mundo de los partidos: nada más bajo sospecha, ¿no? Nada produce más desconfianza que un partido político; y estamos creando uno. ¿Es bien contra natura, ¿no? Bueno, yo creo que eso es lo valioso: vamos contra la corriente.

—¿Cómo puedes comparar a la juventud que se moviliza hoy, en términos de actitudes o de costumbres políticas, con tu juventud, cuando tú fuiste un joven participando en política?

—Yo creo que todo lo que observamos, generaciones distintas a la de uno, siempre creemos que son originales y nuevas, pero yo creo que éramos bastante parecidos. No veo una gran ruptura. Me acuerdo cuando nació Rock&Pop, ¿te acuerdas? No sé qué edad teníai tú. Pero la radio Rock&Pop nace en un desierto de contenidos. Creo que se producen explosiones así debido a las grandes insatisfacciones con los modelos de contenidos, comunicacionales, políticos. Lo de los pingüinos fue otra irrupción, y ahora viene otra. Son olas, generaciones que van llegando más lejos.

Creo que estamos en una realidad distinta: No hay un nihilismo, el ‘ni ahí’ del Chino Ríos de los 90

—Pero en general, a la juventud de hoy la ves más dormida, con menos ambiciones…

—La veo muy despolitizada en el sentido partidario. Muy desmovilizada en el sentido partidario. Pero muy motivada y muy fundamentada en su malestar, en su relación contractual con su sociedad. Les inquieta muchísimo el mundo que les toca. No hay un nihilismo, el ‘ni ahí’ del Chino Ríos, de los 90, esa fórmula del ‘me da lo mismo‘. Creo que estamos en una realidad distinta.

Ceremonia de celebración del nombre Partido Progresista

En poco tiempo, Enríquez-Ominami se encarga de hacer hartas definiciones. Sus propias definiciones de conceptos como partidos políticos, militantes, progresistas, juventud y algo más. Sus propias definiciones, dichas bien rápido, las palabras tropezándose para saber cuál de ellas es la que viene a continuación, tratando de armar algo que suene concreto y poético y veloz al mismo tiempo.

—Yo no sé si los partidos te los podís saltar al final del día —dice, mirando la hora—. A nosotros no nos gustan estos partidos. La pregunta es: cómo se conduce una sociedad. ¿Un grupo de amigos? Un grupo de amigos que piensa lo mismo. ¿Cómo se llama eso? Un partido. Un grupo de hombres y mujeres libres que se reúnen en torno a un ideal: un partido. Pero los partidos sí sobreviven, porque son pactos entre hombres y mujeres libres para construir un mundo distinto, y eso significa sistemáticamente concurrir a un territorio, que es un partido. Es difícil, ah. Cuesta confiar.

—¿Cómo podrías definir a la gente que compone al Partido Progresista, sabiendo lo difícil y chicloso que está ese término hoy en día?

—Es una mezcla de mucha ciudadanía que nunca ha militado, gente que por primera vez participa. Y gente que viene de otras culturas. Una mezcla. Un encuentro de dos mundos.

—¿Y qué significa militar en un partido? Como la participación partidaria ha bajado tanto, ya pocos saben muy bien qué es lo que es ser un militante.

—Significa tratar de construir un horizonte programático, con propuestas, y nosotros no sólo tratamos de construirlo sino de encarnarlo. Ser voceros de un movimiento que vaya ofreciendo un territorio distinto a los chilenos. Y que con propuestas vaya empujando más lejos el debate. Y al final, la definición más de ciencia política: hacer de puente entre el individuo y el Estado; entre el individuo y la sociedad.

—¿Cómo invitarías a los jóvenes actuales, desencantados pero activos, para que ingresen a la política, a tu partido?

—Yo tengo 38 años, recién cumplidos. Dejé de ser joven, probablemente para muchos. Aún así, creo que lo que importa es el espíritu joven y yo en eso soy un rebelde profundo, y sigo creyendo que las generaciones más jóvenes son finalmente el acerbo crítico de una nación. Con la edad tú te vas llenando de miedos, y te transformas más en un hombre de responsabilidades que de convicciones. Yo creo que la convicción es lo que mueve al mundo, ¿me explico? La responsabilidad administra, lo que crea riqueza es la convicción. Hoy día estamos construyendo; hoy es un momento muy rico. Tenemos respuesta para todo porque somos vírgenes.

¿Dónde está MEO?

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

Comentarios