El otro

por · Septiembre de 2013

Cuando te conocí me partiste en dos. Fue sencillo y a la vez complicado: me miraste y sentí en ese preciso momento que ya todo estaba perdido, que ya era tarde para retroceder y partir de nuevo. Ahora supongo que a las 5 de la mañana la luz que rebota de la ventana siempre te […]

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Cuando te conocí me partiste en dos. Fue sencillo y a la vez complicado: me miraste y sentí en ese preciso momento que ya todo estaba perdido, que ya era tarde para retroceder y partir de nuevo. Ahora supongo que a las 5 de la mañana la luz que rebota de la ventana siempre te hace ver tan frágil, pero es primera vez que duermo contigo y primera vez que me desvelo después de haber tirado tanto.

Me suele pasar que cuando confundo el cariño y los besos por algo más, me cuesta quedarme dormida, pero hoy estaba todo tan claro que se supone también que esto no debería estar pasando. Y es que contigo la mayoría de las cosas nunca deberían estar pasando.

Eres esa parte medio oscura y media bizarra de mi pasado, como cuando te encuentras en la calle con alguien a quién no quieres saludar, pero la persona no lo capta y te da un abrazo sin darte tiempo para escapar. Contigo es lo mismo: me robas la tranquilidad sin las ganas de hacerlo, pero lo logras. Lo peor es que siempre es de casualidad.

De casualidad volvimos a encontrarnos, de casualidad me miraste y de casualidad terminamos en esta cama de motel barato, medios enredados en la realidad de algo que no queremos entender.

Te toco con miedo a que te despiertes y te des cuenta que te metiste con una loca, que definitivamente tu intuición era real: además de tener pololo, hace rato que algo te decía que quería estar contigo y te aprovechaste.

Vamos, no te hagas el weón conmigo, te aprovechaste de ese doblez de alma en el que se me pasaron las copas de vino y te acercaste a conversarme en la comida de la pega, justo en el preciso momento en el que intentaba no mirarte a los ojos. Te aprovechaste de mi mirada cansada, de mis ojos rogando que me hablarás de cualquier cosa menos de mí. De mis manos que buscaron las tuyas entremedio de todo el mundo, de mi boca rogando que nos fuéramos a cualquier parte.

Y sí, quizás es la mejor patudez que has tenido con alguna mujer, pero te va a salir caro.

Me fui a vivir con él hace dos meses y no soy capaz de asumir que no lo quiero y que soy tan concha de su madre como para cagarlo cuando no está, cuando en realidad lo extraño, cuando me doy cuenta que son las 5 de la mañana y está durmiendo solo, mientras yo duermo contigo.

El otro

Sobre el autor:

Camila Chacc

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