Ninguna pose rockera, tampoco un alarde de pop star. Visto de lejos, lo que Pedropiedra propone parecía la ley del mínimo esfuerzo.
No había terminado Quique Neira en un escenario cuando en el otro, sin respetar ese código festivalero de no cruzar sonidos, comenzó a tocar Pedropiedra. No había tiempo que perder. Tampoco mucho que ganar: eran las 12.45, un sol de enero y poca gente aún en la explanada. Nadie esperaba demasiado.
A sus 36 años, si hay algo que Pedro Subercaseaux demuestra controlar son las expectativas. Tanto el 2009, presentando su primer disco en el bar Loreto, como el domingo, sobre una de las tarimas principales de Lollapalooza, el hombre siempre parece venir de vuelta. No hay euforias falsas ni nervios contenidos, solo la certeza de que sabe lo que hace —y lo que hace es lo que le gusta.
En estos días, un músico que no se peina es como un futbolista sin tatuajes: algo esconde. Él y sus cinco músicos —Jorge Delaselva, Felipe Castro, Michel Maluje, Federico Dannemann y el baterista Eduardo Quiroz— de un austero blanco, se movían lo justo, tocaban lo necesario. Ninguna pose rockera, tampoco un alarde de pop star. Visto de lejos, lo que Pedropiedra propone parecía la ley del mínimo esfuerzo; pero de cerca termina siendo la ley taoísta del wu wei: fluir sin influir, hacer sin actuar. «Cuando hagamos otro disco, lo vamos a hacer igual: sin pretensiones, que se mueva solo porque nadie se va a mover por él», decía Pedro en una entrevista, a propósito del nuevo álbum de CHC que nunca ocurrió.
Pedropiedra acepta al mundo y sus reglas naturales, y así lo hace su música: no se abandera con discursos que luego no podrá defender, ni tampoco se compromete con tendencias con riesgo a caducar. Su último disco, Emanuel, refleja lo que normalmente se denomina madurez, aunque tiene más cara de ser claridad. Son canciones que crecen, y aunque sus letras no siempre aciertan —en “Nadie más rápido que tú” apunta al enemigo como nazi— hay un misterio en ellas que las hace permanentemente frescas. Suenan al instante de lucidez después de la siesta.
De Emanuel salió casi todo el setlist y también el mejor momento del show: “Granos de arena”, el tema compuesto junto a Álvaro Díaz y cantado en parte por Gepe. Una canción sacada de otro catálogo, media electrónica y progresiva, que pone en evidencia una versatilidad que Pedropiedra normalmente suelta a cuentagotas, pero que se sabe posee de sobra.
Al final, cantando “Inteligencia dormida”, su primer y más popular single, y antes del último coro, le devolvió la mano a Quique Neira. «Wuononononononononó, yo no quiero ir a la guerra», cantó, cerrando el círculo que sin querer —sin actuar— había abierto.
Fotos: Felipe Avendaño © paniko.cl