El tema es complicado

por · Febrero de 2013

Así se llama el libro de relatos publicado por Narrativa Punto Aparte. «El Norte para mí es biografía, y ello no se va nunca, pero ante todo es la literatura la única geografía de un escritor», dice en entrevista su autor, Juan José Podestá.

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El periodista Juan José Podestá (1979) habla de su recién aparecido libro de relatos, titulado El tema es complicado, que con disímiles registros configura una cartografía personal de algunos lugares del Norte Grande, así como de ciertas urbes del Chile central. «El Norte para mí es biografía, y ello no se va nunca, pero ante todo es la literatura la única geografía de un escritor», dice acá.

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Saco de la repisa El derrumbe (The Crack-Up), del escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald. El tomo pertenece a una edición madrileña (Rodas, 1975) y está traducido por Poli Délano. Seguramente fue comprado durante la adolescencia, en alguna feria de libros usados o en una galería de la calle San Diego. Abro, busco y ahí está el relato citado en esta conversación por Juan José Podestá: “Regreso a Babilonia”, con un título distinto, “Babilonia, otra visita”. Un relato algo extenso, que es una síntesis maestra de un esplendor, una caída y una redención dolorosa y fraudulenta. Una relectura que funciona como un regalo sorprendente venido de otro tiempo.

PodestáScott Fitzgerald, el Norte y sus narrativas serán los temas de esta entrevista al escritor y periodista coterráneo de Jodorowsky y Alexis Sánchez, quien como autor se refiere a lo más reciente de la casa porteña Narrativa Punto Aparte.

Se trata de nueve relatos que se mueven entre el desierto, Tocopilla, Santiago y Valparaíso, donde el humor, el sadismo y los fantasmas del pasado dejan su huella, haciendo de El tema es complicado un compendio aquilatado, polifónico y sin grandes artificios.

¿Cómo nace El tema es complicado?
—Nacieron en un lapso de tiempo muy largo. Probablemente fueron casi diez años los que estuve escribiendo intensamente. De esa gran cantidad de relatos nació este libro. Digamos que escogí lo que, en mi opinión, tenía mejor factura, como haría cualquier escritor responsable. Y aposté por la diversidad de voces. A pesar de que una vez me dijeron que justamente esa era la falencia: que había muchos tonos distintos. A mí me parece justamente su mérito, si es que tiene alguno.

Respecto de la gestación, solo puedo decir que los textos están ligados a experiencias íntimas, a lecturas obsesivas, a influencias que me vi en la necesidad de cristalizar en un libro. Como todo libro nació de la autobiografía, y sabemos muy bien que la autobiografía son también los autores que amas, la música que escuchas y cuántas cosas más que a uno se le van: esta podría ser la autobiografía desconocida, pero que igual está ahí, jodiendo la paciencia.

Siento que la historia reciente del país se filtra en algunos cuentos, ¿fue algo premeditado, se fue dando en el proceso de escritura? Pienso en relatos como “Declaración de Rechazo” o “Tocopilla”…
—Los escritores de mi edad nacimos en dictadura, vivimos la Transición y la madeja de remedos y costuras que cuajaron en la imperfecta y desoladora democracia que vivimos. Por lo tanto, todo ello es parte del disco duro, si se permite la comparación, con la cual la gente de mi edad trabaja en el ámbito artístico. Es algo que va saliendo a medida que el tono de un determinado cuento te lo va permitiendo. No es que uno se siente y diga «ah, escribiré un cuento en el que el telón de fondo esté relacionado con la violación a los Derechos Humanos». Solo sucede en la medida en que imaginación, experiencia, estímulos, certezas e intuición te van guiando mientras escribes eso que luego será un cuento con una forma definida, con trama y argumento.

El primer párrafo del cuento “De hambre” funciona como un puñetazo simbólico, intimidante por decir lo menos.
—Hace unos años, leí una antología de poesía en el exilio elaborada por Soledad Bianchi, en la que estaba incluido un Roberto Bolaño muy joven. En la introducción a sus poemas (todos muy caóticos y delirantes), Bolaño cuenta que entre lo que él consideraba como imágenes potentes y brutalmente literarias, estaba una que él a su vez había leído en un diario de exiliados. Era la historia de una mujer que, cansada por los abusos de su esposo, un ex ministro de González Videla, decide encerrarlo en el sótano de la casa. Lo mató de hambre. Cuando conocí la historia me dije que eso era un cuento, quedé impresionado por lo terrible de los hechos. Me abrumaron. Me demoré en escribirlo porque no daba con el tono y porque me costaba. Pero finalmente lo conseguí. Lo situé en Valparaíso y cambié personajes y hechos, pero la pulpa de la historia está ahí, intacta: una mujer decide matar de hambre a su esposo.

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¿Cuál es el papel que le das a la geografía del norte en tu narrativa? ¿Te sientes arraigado a un territorio?
—El norte es mi lugar, es un escenario de muchos de mis relatos, es el espacio físico desde donde me planteo parte de mi voz, más, en ningún caso, es un territorio exclusivo, demandante, puesto que uno se abre a otros lugares. Si la literatura no te saca de tu sitio de origen no tiene sentido. El norte para mí es biografía, y ello no se va nunca, pero ante todo es la literatura la única geografía de un escritor. Además considero que mi territorio es además más intangible: mis amigos, mi familia, mis autores favoritos, la música que me gusta. Me parece que eso es más importante que una zona geográfica, amén de que a ella le puedas sacar mucho provecho.

A tu juicio, ¿con qué escrituras del Norte te sientes más identificado? ¿Tienes algunos referentes locales?
—Podría nombrarte a un par de amigos poetas: Juan Malebrán y Jonathan Guillén. Sus escrituras están vinculadas con la mía, de una u otra forma. Escriben desde lugares apartados, haciéndole el quite a los discursos manoseados. Apuestan por una escritura arriesgada. Pero si me pides que te nombre a dos referentes más “tradicionales”, tengo dos: el gran novelista y poeta Andrés Sabella, sobre todo su novela Norte grande, potente como pocas, y el cronista Mario Bahamonde, escritor algo olvidado pero cuya prosa era una delicia. Y ojo, que ambos no eran para nada localistas, en el sentido más básico del término. Eran tremendos escritores.

En términos generales, ¿quiénes son tus escritores de cabecera o a los que siempre vuelves?
—A los que siempre vuelvo: Raymond Carver, Julio Ramón Ribeyro; el poeta Antonio Cisneros, Jorge Teillier y Enrique Lihn, Cesare Pavese, Gonzalo Millán y Hernán Miranda Casanova; Antonio Tabucchi, Kafka, Monterroso, Bolaño, Scott Fitzgerald. Tengo muchos más, pero siempre es odioso andar mostrando el mosaico de lecturas y autores. Pero a todos ellos vuelvo siempre por una simple razón: leerlos es exquisito. Recientemente leí por enésima vez el relato Regreso a Babilonia de Scott Fitzgerald. Y lo encontré tan fantástico como cuando lo descubrí hace ya bastantes años. Ahora casi lloré, pero debe ser porque uno se pone medio blando con los años.

¿En qué estás ahora literariamente hablando?
—En una novela. Ojalá resulte todo bien. No vaya a ser que por contar mucho se vaya a chingar, como decían antes los abuelos.

El tema es complicado

Sobre el autor:

León Álamos

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