El trueno en la pluma

por · Abril de 2016

Si pudiera resumir las lecturas que he hecho de J. M. Servín en una frase sería esta: una visita virtual a la noche descarnada, honesta, melancólica y salvaje, alguien que busca entender el drama humano.

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El mexicano J. M. Servín escribe como si no existiera el mañana. Atraviesa sombras, las propias y las ajenas, para luego sentarse a narrar con el trueno en la pluma. En sus mundos solo hay lugar para un presente que corre a ritmo endiablado. Una realidad que se escapa, pero que él sabe precisar y dinamitar mediante sus textos.

Hace unos años, Servín fue a dejar el primer texto que hizo a la redacción del periódico El Universal. Pensó que tal acción no tendría relevancia en aquel momento, pero lo que vino después lo sorprendió. Lo habían publicado unos días después y regresó al mismo lugar luego de unos días, donde le dieron un recibo y le mencionaron que el pago a colaboradores era los jueves.

Luego, el redactor en jefe le solicitó una crónica de un concierto. Salió de ahí, fue a un recital de rock y lo contó con sus recursos disponibles. Desde ese momento que vive de eso, de contar.

Servín terminó la escuela oficialmente hasta la secundaria y todos sus recursos como escritor los ha aprendido de manera autodidacta. Este narrador híbrido, habitante de la Ciudad de México, ha incursionado en el cuento, el ensayo, la novela y el periodismo, casi sin mediar fronteras entre ellos. Su propuesta consiste en que unos y otros se alimenten.

Me ponía a imaginar su aspecto en aquellas primeras lecturas de D.F. Confidencial, crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, Por amor al dólar (testimonio), Cuartos para gente sola (novela), Revólver de ojos amarillos (cuentos), Al final del vacío (novela), Periodismo charter y sus ensayos incluidos en Del duro oficio de vivir, beber y escribir desde el caos.

Sentía que era como uno de sus personajes: un tipo duro que vaga por el DF, a quien le gusta beber y trata de sobrevivir lo mejor que puede.

La escritura penetrante de Servín se incrusta en la mente y en el cuerpo. Deja sus esquirlas alrededor conforme uno avanza en sus líneas que atrapan enseguida. El remolino de su estilo y ritmo llevan a lugares insospechados y dejan en la boca una satisfacción única.

Servín dice que la oportunidad y el chance de cometer errores ayudan más al escritor, más que los posibles logros que se puedan obtener en esta carrera de largo fondo, que no es para débiles de espíritu.

A su manera, Servín distribuye fragmentos de sí en sus personajes siempre contradictorios, llenos de vida, con locuras elocuentes y que echan chispas al estar en movimiento: siempre parece haber acción en ellos.

La realidad cede su brazo ante Servín, que sabe cómo exprimirla hasta sus últimas consecuencias para sus propósitos. Establecer una especie de pacto, un trato para forjar verosimilitud en sus historias.

Después de leerlo, un día conocí a Servín. Fue en un taller que nos dictó en la ciudad de León, Guanajuato, cosa que aún conservo como una experiencia muy grata. Hicimos un recorrido por distintos bares, mientras hablábamos sobre escritores, libros, música y series de televisión. Pasamos revista a la generación Beat, a Jack London, a intérpretes inmortales de música negra, como Coltrane y Otis Redding, y en aquel bar de paredes rojas nos contó sobre la época en la que coleccionaba discos de rock y punk, géneros que lo emocionaban mucho cuando era joven.

El ambiente que predominó en las veladas compartidas fue de complicidad y risas. Una convivencia entre cerveza, ginebra, humo de cigarro, música ruidosa, el vértigo nocturno y sus habitantes.

Un día fuimos a unas cantinas tradicionales de la ciudad, localizadas en el Barrio del Coecillo, el más antiguo de León. Entramos primero al Cuatro Vientos, luego al Salón Rojo. Tomamos algunas rondas de cerveza clara y charlamos de música. Después de varios tragos mencionó a bandas como Dangerous Rythm, Gang of Four, Sex Pistols, The Clash, Three Souls in My Mind y Size, para rematar con una ginebra con unos toques de agua tónica y mineral.

Después atravesamos la noche hacia otros rumbos. Servín se admite como un melómano. Me dice que llegó a tener una colección de dos mil acetatos, mientras cruzamos una calle. En sus gestos, su mirada y en lo que dice se percibe autenticidad y honestidad. Una risa contagiosa aparece en él de vez en cuando. Su sentido del humor tiene eso también, el ingenio mordaz se hace presente en ocasiones, sin previo aviso.

Servín es alguien que pasa por un filtro sus obsesiones y lo que siente para escribir, como también ha contado en sus ensayos, reconoce aquellos referentes que lo alimentan y a los que vuelve con frecuencia: además de London están James Ellroy, Luis Spota y The Ramones.

Porque más allá de la escritura, Servín es generoso, comparte con quien se acerca a él con curiosidad, detalles sobre su vida y oficio. Como lo que nos compartió en el taller, que la escritura puede empezar por algo que nos provoque, que nos impacte. No se permite la deshonestidad ni las medias tintas, no tiene un afán protagónico en sus exploraciones escritas (tampoco en sus interacciones reales). Discute, toma partido y si algo no le gusta lo va a señalar y apuntará sus dardos a las dianas que considere. Eso lo refleja también en sus libros, en donde también hay confrontación, dudas, preguntas.

Si pudiera resumir las lecturas que he hecho de Servín en una frase sería esta: una visita virtual a la noche descarnada, honesta, melancólica y salvaje. Alguien que busca entender el drama humano, algo que lo ha convertido en un escritor que vale mucho la pena leer, que echa mano de herramientas básicas muy cercanas: emociones, inquietudes y miedos. La seducción en la obra de J. M. es la cercanía, como si uno se estampara con una realidad que se dispara en muchas direcciones.

También disfruto su trabajo como coordinador en su proyecto de periodismo narrativo Producciones El salario del miedo. Porque, si no lo había mencionado antes, es muy fácil identificarse al leer a Servín. Que es algo que me ha sucedido, y que además del gusto por la lectura, me ha impulsado a querer hacer algo que no había hecho antes: tratar de contar lo mío, con mis lecturas y recursos.

El trueno en la pluma

Sobre el autor:

Luis Fernando Alcántar (@surrealboy) es periodista y colaborador de Avenida Digital 3.0.

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