El virus de la culpa

por · Septiembre de 2015

It follows —de David Robert Mitchell— es como si John Carpenter y Sofia Coppola hubiesen dirigido juntos después de ver The Babadook: miedo a la iniciación sexual, sus contagiosas consecuencias y el sub género del terror sobrenatural.

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It follows —de David Robert Mitchell— es como si John Carpenter y Sofia Coppola hubiesen dirigido juntos después de ver The Babadook: miedo a la iniciación sexual, sus contagiosas consecuencias y el sub género del terror sobrenatural. Te sigue va detrás de la protagonista durante toda la película, y al terminar, en una puesta muy lograda, empieza a seguir al espectador.

Jay (Maika Monroe) vive junto a su hermana Kelly (Lili Sepe) y demás amigos en un suburbio otoñal, que parece calcado al barrio donde se presenta Halloween (1978). Son un grupo de chicos pre hipsters, o grunge o neo folk, ya que la cuidada dirección de arte hace que todo parezca atemporal: podría ser ahora, podría ser hace treinta años, y, en realidad, poco importa. Es mínimo el uso de smartphones o notebooks, por ejemplo. La gente ve películas como Killers from space (1954) en televisores con perillas anacrónicas, juegan Old Maid y toman gaseosas en lata compulsivamente; van al cine a ver reposiciones de Charada (1963) y si bien hay automóviles actuales, la mayoría maneja vehículos sacados de una película de Tarantino. Pero hay un guiño actual con un kindle clamshell, que provoca el mismo efecto que ver un par de Converse caña alta en un plano de María Antonieta (2006). Es ese gadget el que se encarga de enlazar esta época y otras para declamar que el terror no sabe de cronologías.

Siempre amé el terror, desde que tengo memoria recuerdo haber manifestado cierta ansiedad cuando Canal 13 avisaba que en «La película del viernes» darían El Duelo de Spielberg: ese avance, ese narrador en off, la cara desencajada de Dennis Weaver siendo perseguido por la América profunda, estimulaban mis prepúberes pupilas como si estuviera frente a una epifanía. El miedo siempre me resultó adictivo y vital. Mi mejor amigo era el VHS Panasonic de la casa, me conocían en todos los videoclubes de barrio haciendo facultad de poseer esas láminas plastificadas llamadas «Tarjeta de socio» y mis fines de semana los gastaba en consumir carreteadas cintas con sebosas carátulas de títulos espurios y algunos más doctos. Pero siempre, en su gran mayoría, se trataba de slashers. Luego entendí la correlación tipo Dawson’s Creek que tenía ese sub género maltratado en mi existencia: la marginalidad. No económica, pero sí de saberme un paria inserto contra mi voluntad en un colegio donde se formaban eminentes candidatos a abogados o médicos. La cinefilia y la escritura no eran una posibilidad de ganarse el pan bajo ninguna y afiebrada posibilidad.

El miedo es atemporal. Sobre todo cuando eres adolescente y todo el mundo confabula sobre tus hombros. El diálogo con los mayores se hace tortuoso, todo es ensimismamiento y arrebatos hormonales, el sexo se vuelve una intriga desesperante, un enigma que hay que vivir y descifrar con urgencia. Pero eres inexperto, ansioso y torpe. Buscas la primera oportunidad, te desvirgas y entonces con el pasar de los días, la ¿satisfacción? del triunfo se convierte en un horror resumido en una sigla de sonido aséptico y contenido letal: ETS.

Entonces Jay ha sido contagiada con el virus del castigo a la promiscuidad. Su cita, Hugh (Jake Weary), le revela que él también ha sido contagiado y que el único síntoma es una presencia que puede adoptar cualquier forma humana y que te seguirá hasta matarte, siempre y cuando logres acostarte con alguien más, pasarle la maldición y liberarte del problema. Así de egoísta, así de irresponsable, así de quinceañero.

Teniendo 13 ó 14 años recuerdo haber querido matar a varios compañeros de curso, el aislamiento como decisión personal tenía un precio. Ningún asesino enmascarado podría ayudarme a detener la nula inteligencia de mis compañeritos bromistas, ni a los profesores cómplices que hacían la vista gorda, pero todo el material visto en ese VHS que luego evolucionó de pasapelículas a un flamante videograbador, me ayudaba a exorcizar el malestar mediante fantasías de dolor y muerte. Al menos en mi cabeza, ya nadie me molestaría. Todos a los que odiaba estaban muertos a punta de machetazos. No me daba culpa, me calmaba. No así a la martirizada Jay, que nadie ni nada puede pacificarla. No hay un asesino ni compañeros de clase a los cuales eliminar a balazos, el crimen está puesto en sus genitales, volvemos entonces a un miedo ancestral y católico: la pérdida de la virginidad como puerta de entrada a castigos morales y físicos. Es probable que —a la velocidad de un tuit— a algún chico le invada el pánico de tener sexo casual y la obra de Mitchell cumpla su cometido.

Hay una lírica del pavor que infecta positivamente todo en Te sigue: ser adolescente es extraño y doloroso, el sexo y la muerte se vuelven tótems que no puedes abordar en la sobremesa del domingo, algo que ya sabían las hermanas Lisbon de Las vírgenes suicidas (1999). Entonces Jay —ama y señora de su cuerpo y sexualidad— se verá en la debacle de si escapar permanentemente de seres horrorosos que la persiguen a toda hora, o contagiar a alguien más para evitar ser la próxima víctima.

Te sigue es una pieza de horror sobresaliente, una carta de amor escrita en una esquela de colección al cine de terror setentero. La banda sonora es un punto jodidamente alto junto con la fotografía, y Maika Monroe se erige como una gélida pero hipnótica scream queen. Carpenter y el difunto Wes Craven, no podrían estar más orgullosos de este discípulo. No es un slasher propiamente tal, pero Mitchell cocina su propia alquimia y el resultado es una obra que envejecerá con toda nobleza.

El virus de la culpa

Sobre el autor:

Fernando Delgado es comunicador audiovisual y guionista de series y teleseries en TVN, MEGA y CHV.

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