Felipe Cussen, investigador de la nada: “Muchas veces opera como un espejo de lo que tú eres”

por · Noviembre de 2022

En poco más de 300 páginas, en su nuevo libro Felipe Cussen hace un recuento de todo tipo de obras artísticas que intentan representar la nada.

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El pasado domingo 23 fue la presentación de La oficina de la nada, el nuevo libro del escritor y académico Felipe Cussen. En poco más de 300 páginas, hace un recuento de todo tipo de obras artísticas que intentan representar la nada. Libros en blanco, cajas vacías, colecciones de pérdidas y trabajos improductivos son algunas de las categorías en las que Cussen clasifica impecablemente esta obsesión del arte contemporáneo por mostrar lo que no está ahí. La oficina de la nada es el segundo libro de un chileno presentado por la prestigiosa Editorial Siruela; el primero fue Ensayos sobre el silencio, de Marcela Labraña. Ambos trabajos pertenecen a la colección El árbol del paraíso dirigida por la legendaria Victoria Cirlot.

Felipe, la pregunta de rigor, ¿por qué escribiste este libro?

Hay dos cosas. La primera es una obsesión con la nada, que cuento al inicio del libro. Llevo 20 años en este tema y me parece que es muy interesante por sus ramificaciones, porque me permite indagar en cuestiones aparentemente distintas entre sí. 

Es un problema radical en términos artísticos, llegar a un cierto límite. Además, a mí siempre me ha gustado mucho la experiencia estética del vacío. Me gustan mucho esas obras que, por distintos motivos, te dejan solo, lo que puede pasar de distintas maneras. Son esos momentos en que estás viendo una obra o un libro y de repente como que se desarman o se develan los mecanismos que las construyen y te quedas en pelotas. Esa sensación siempre me ha interesado. 

También tiene que ver mucho con el punto de vista de las cosas que hago y que me gusta investigar. Nunca me ha gustado el arte de vocación realista o figurativo. O sea, no es que no es que no me guste, igual hay cosas maravillosas, por supuesto. Pero el arte en el que me gusta indagar siempre tiene esta dimensión más abstracta o más experimental. 

Siempre he pensado que cuando uno investiga cuestiones de literatura, de arte o música, el ideal es que el libro transmita el interés de cierto tipo de experiencia estética que estoy teniendo y que me gustaría prolongar. Para mí, investigar y escribir sobre obras así, es una manera de prolongar esa experiencia, de compartirla. Por ponerlo en términos aún más básicos, me gusta indagar por qué me gusta algo, ¿por qué me gusta una obra de este tipo? 

¿Cuándo me dieron ganas de escribir un libro? Este es mi primer libro académico, más “en serio”, porque mis otros libros son recopilaciones de cosas sueltas. Tuvo que ver mucho la experiencia de Marcela Labraña, mi pareja, con quien hicimos juntos el doctorado en España. Cuando ella terminó su tesis de doctorado, Victoria Cirlot, directora de esta colección, le pidió que la convirtiera en libro para publicarla en la editorial. Y me tocó acompañar y ver de cerca el proceso de escritura de su libro. Es un libro con un espíritu muy abierto, muy comparativo, y verlo terminado me pareció una cuestión fascinante y ahí dije: “chuta, en realidad me encantaría escribir un libro”. 

Luego, el año 2018 hice un mini sabático de tres meses en Europa, justo en medio del proceso de investigación de este proyecto. En ese entonces no era un libro, pero ya lo estaba pensando, y tenía algunas ideas más o menos de los capítulos. Había publicado algunas cosas sueltas, pero no cachaba que tenía ese potencial. Y comiendo con Victoria Cirlot, que también fue mi tutora, me preguntó sobre mi investigación de la nada y si podría presentarle algún libro para la colección, y le dije que sí, al tiro.

Por otro lado, igual es importante mencionar que, tanto en el caso de Marcela como en el mío, esto es un “mal negocio” en términos académicos. Para los rankings o las postulaciones a proyectos, sería mucho más eficiente publicar varios papers a partir de una sola investigación. Paradójicamente, aunque se trate de una editorial muy prestigiosa, estos libros valen mucho menos en cuanto a puntaje. Pero claro, yo prefiero mil veces que esté en un libro en vez de papers que, sinceramente, casi nadie lee.

En La historia sin fin, la nada es la antagonista, es una película fundacional para nuestra generación, la vimos todos de niños y …

Tú eres de una generación más joven que yo…

Aunque es una película espiritualmente muy informada, te dicta al tiro la sensación que tiene Occidente con respecto a la nada. ¿De qué forma se entiende la nada en La oficina de la nada?

Es buena la pregunta, porque me encanta esa película y creo que representa muy bien, como dices, esta tradición de la nada que está vinculada a la pérdida, a la angustia, como se observa en el existencialismo de Sartre. Esa forma de la nada obviamente está ahí, y si bien no la privilegio mucho en este libro, igual a veces emerge. 

Si bien estoy de acuerdo en que esa es la tradición que prevalece en Occidente, hay otras tradiciones mezcladas, más complejas y sobre una de esas hablo bastante en el libro: la teología negativa, que asume esa ausencia, esa pérdida, en términos más complejos y más vinculados al encuentro místico. Suena raro decirlo así, pero es como una valoración “positiva” de la negatividad. A mí esa idea siempre me pareció muy atractiva porque era como ver la nada desde su reverso.

Me ha parecido también muy atractiva esta idea de la nada como algo generador, que también es muy propia de Oriente. (Estamos mezclando nociones muy generales, pero solo por poner ciertos bloques…). También tiene una tradición en Occidente con la idea de Dios, que crea a partir de la nada, o el Tsimtsum, que es ese retiro de Dios en la Cábala que permite la creación del mundo. Es una nada generativa, que va contra el cliché de la angustia frente a la página en blanco, porque de allí también puede salir algo maravilloso, puede salir cualquier cosa.

Esa dualidad me gusta. Y la otra nada, que aparece harto y que para mí fue muy importante subrayarla, fue la que tiene que ver con el lado más pichulero, más de risa, más de provocación, que también tiene una tradición que me parecía importante poner de relieve. La nada es un espacio muy bueno para echar la talla y eso es entretenido de mostrar.

En el tarot la carta que no tiene número, El Loco, es una representación de lo que no tiene determinación, y al mismo tiempo es un bufón. A propósito de lo que estás hablando, ¿hay una conexión natural entre la nada y lo chistoso? ¿Cómo se vinculan la nada y la risa?

Yo creo que se puede vincular también en esta noción como dices tú, del loco o la idea del absurdo. El absurdo también es un término que admite dos definiciones: está el absurdo existencial, que te quieres tirar por la ventana, pero también está el chiste absurdo. Entonces a mí me parece que esta idea del loco, ese que dice la verdad, tiene una ambigüedad me parece muy sugerente. Es inevitable, por lo demás, que cuando uno trabaja temas de este tipo, hay que asumir que estás lidiando obras que se fundan en la ambigüedad o en una especie de polisemia bien abierta. Tan abierta que muchas veces no hay nada de lo que agarrarse, entonces te obliga a poner mucho de tu parte.

Mucha gente piensa que siempre estoy hueveando, pero en el fondo yo creo que soy alguien que se toma muy en serio todas las cosas, incluso las cosas idiotas. Entonces sí, uno entiende que esa nada puede ser una broma, pero vamos más allá de decir que es una broma, ¿que está operando ahí? Y tomarla en serio no implica necesariamente que te parezca una maravilla. 

Un ejercicio que hice harto fue tratar de tomarme muy en serio cosas que son fácilmente descartables. Muchas personas que han sabido de mi libro me comentan: “ah, la nada, no se puede decir nada más, jajaj”. O “ah, un libro en blanco, ¿qué se puede decir de un libro en blanco?”. Bueno, yo creo que hay muchas cosas que se pueden decir de un libro en blanco. 

Por eso me esforcé en llevar la operación crítica a niveles medios absurdos, o sea, fijarme obsesivamente en cuestiones absolutamente irrelevantes o accidentales.

Por ejemplo, una de las cosas que más me gustó como resultó es la escena donde yo cuento que voy a ver en un archivo una obra que es una caja vacía [Box of Nothing de Derek Beaulieu], y muevo la caja sellada para escuchar si tiene algo adentro. Es chistoso, porque viajé especialmente a ese museo, pero a la media hora ya estaba listo, porque solo quería comprobar algo muy específico. Obviamente me saqué una selfie con la caja para huevear, pero después me di cuenta de que también era como un ritual. Por eso, en los casos que pude tener acceso directo a las obras, traté de suspender el juicio, de tomarme todo esto muy en serio.

En el capítulo de las “Borraduras digitales” hablas de Jérémie Bennequin, que define su obra con esta frase: “Una empresa a largo plazo, un trabajo riguroso, una obsesión absurda, una completa pérdida de tiempo”. ¿Cuál es la relación de todo esto con la pérdida de tiempo, con el ocio?

Mucho de mi interés por la nada y estas cuestiones, es un interés muy directo y al mismo tiempo un interés inverso. ¿A qué me refiero con esto? Por ejemplo, hablo mucho de meditación en un capítulo. Tuve la oportunidad de tener una conversación muy buena con Elisa Marzuca, quien es la profesora de yoga y meditación de la mismísima Javiera Mena, alguien que, por decirlo de alguna manera, tiene el vacío super encarnado. Pero al mismo tiempo yo soy un huevón que sé que no voy a estar más de un minuto sin ver el celular. Soy súper inquieto, estoy aquí, allá, soy súper disperso. Tengo la mente de un pendejo de tres años. En ese sentido tengo una atracción más o menos imposible, por ejemplo, por la meditación, que es algo que he tratado de hacer y no me resulta. La encuentro fascinante, pero quizás es algo que no voy a poder experimentar de manera directa, sino solo de manera indirecta y tratar de reflexionar sobre eso. Y me pasa lo mismo con la idea de los trabajo inútiles, porque por un lado yo en la vida real soy un gallo muy ordenado, muy eficiente, hago muchas cosas. 

Yo no podría estar en un ocio así de radical. Me pego un tiro, ¿cachai? No puedo estar en un lugar sin wifi. Y al mismo tiempo me parece conmovedor, me causa una admiración heavy. Lo que pasa con cualquier cuestión artística es que uno puede admirar y emocionarse con cuestiones que son radicalmente distintas a uno, o que son súper cercanas.

Las cosas que yo hago tienen más que ver con las listas de Robert Barry. Son frías, mi estética va más por ahí. Me sitúo en un lugar más incrédulo, como te digo, pero me fascinan estas otras maneras.

En esa parte dedicada a las “series negativas”, cuando estás hablando de Robert Barry, llega un punto en que afirmas: “Debemos resistirnos a la tentación de llenar ese vacío. El vacío está vacío y punto. Puede provocar risa, enojo, sorpresa, irritación, lo que sea. Pero no deberíamos tratar de vulnerar esa cualidad ambigua que es precisamente su esencia”. ¿Por qué deberíamos resistir la tentación de llenar el vacío?

Yo creo que esa frase es uno de los corazones del libro. Tiene que ver con mi formación. Yo aprendí literatura y todo lo que te enseñan es cómo llenar los vacíos. Y está muy bien, qué se yo, si lees una novela policial y vas cachando que lo que calla un personaje, lo dice el otro, fantástico. Pero creo que es interesante cuando un artista, como es el caso de Barry y muchos otros que estudio acá, plantean una obra que de verdad produce un cierto vacío. Creo que está muy bien quedarse en ese borde y no tratar de sobrepasarlo, porque desactivas su poder. Imagínate que hay acá, no sé, una poza de agua que tiene un reflejo muy bonito y de repente te acercas y la pisas, dejas la cagá. Entonces creo que hay que saber cómo detenerse a tiempo antes de llegar a una especie de sobreinterpretación con la que además, no vas a lograr nada.

La literatura nos hace pensar uno o dos grados más allá y ver la cuestión figurada, ver como todo es una metáfora. Creo que hay que asumir el momento en que la obra es eso y nada más que eso. Muchos místicos dicen: “hay una cuestión de la que no se puede hablar”. Si a este compadre le acaba de caer un rayo en la cabeza y vio a Dios y dice que no se puede hablar de eso, bueno, por algo será. Entonces hay que tratar de rodear la obra lo más posible, pero de no traspasarla, porque siento que pierde ese misterio que está en su centro.

Es una operación muy difícil para alguien que se dedica a esto desde la perspectiva académica. O sea, piensa que cuando uno establece una investigación académica el objetivo es determinar algo, desarrollar una interpretación. Imagínate si yo pongo que el objetivo es no decir nada de una obra, eso no me sirve para el proyecto… Pero al final es lo que terminé haciendo, ja ja.

¿Dirías que a nuestra academia le hace falta vacío?

Por un lado, hay muchos vacíos que sí habría que llenar… Pero no, yo creo que más que faltarle vacío, lo que le falta a nuestra academia, al menos en el ámbito en el que estoy yo, la literatura, es principalmente salir de la especialización y ser más dispersos. Yo creo que uno gana mucho con la dispersión. O sea, se supone que entramos a estudiar esto porque nos gusta la literatura, nos gusta el arte o la música, pero muchas veces lo que se transmite no es ese gusto. Espero que esta parte no suene como Warnken, pero se supone que uno entró a estudiar literatura simplemente porque te gusta leer y te gusta leer cualquier cosa. Pero después muchos caen en las lecturas más utilitarias y en la especialización, y empiezan con que sólo leen novelas de la primera mitas del siglo XIX en Costa Rica o cosas así. No resisto eso, siento que con esa actitud te pierdes muchas cosas.

Lo otro que siento que haría falta es asumir los nudos ciegos que puede tener cualquier obra. Acá estamos hablando de obras donde el vacío queda muy explícito, pero también me enfrenté a eso en mi tesis de doctorado, que la hice sobre la dificultad en poesía. Me centré en poesía europea, de distintas épocas, pero era una tesis más disciplinaria. Ya entonces notaba que existe una dificultad para enfrentarnos a un poema y decir: “oye, acá no se entiende y no se entiende porque no hay nada más que entender”. Uno de los epígrafes de mi tesis es cuando Erick Polhammer le pregunta a Juan Luis Martínez qué les diría a sus lectores que sufren sangre, sudor y lágrimas por tratar de entender su poesía. Y Juan Luis Martínez responde “Sinceramente, yo creo que hay que entender que no hay que entender mucho”. Yo leí eso y fue una liberación.

Y el ejemplo que siempre cito es que todos somos capaces de disfrutar una canción en japonés o en cualquier idioma que no sepamos, o todos podemos bailar sin tener idea de música,  de cómo funciona, en que armonías está y entonces ¿por qué podemos disfrutar con facilidad la música y no actuamos igual cuando leemos un poema? Yo quiero disfrutar estas cosas, tratar de moverme con soltura, con flexibilidad, entre ellas. Me interesaba mostrar ese espíritu a través del libro. 

Tuve la sensación de que la obra 1000 hours of staring de Tom Friedman es como el clímax del libro. Sentí que un montón de cosas te llevaban hacia ese momento. En esa parte se produce una especie de silencio porque le pides al lector que se detenga a mirar la obra. ¿Dirías que ésta es la obra más representativa de La oficina de la nada?

No sé si es la única, pero estoy totalmente de acuerdo con que es una de las principales. Buscaba crear un clímax y eso fue posible gracias a que pude concebirlo como un libro y no como cuestiones sueltas. Me alegra que haya resultado así. 

Algo que aprendí cuando comencé a trabajar mi tesis con Victoria Cirlot era que te decía: “Haz un índice y después hablamos”. Cuando nos reunimos para este libro, ya tenía más o menos las piezas, pero fue súper importante pensar que incluso la secuencia del índice funcionara como una serie en sí misma. Y por eso fue que el capítulo de las colecciones de pérdidas lo puse al inicio, porque era el más pesado, pero también porque de alguna manera se juntaba con el final, el de las hojas perdidas, que es un capítulo más light, más corto. Es un capítulo de salida, así como chao, nos vemos, y lo hago hablando de Laurence Sterne, que es un autor que quiero mucho y al que la Marce le dedica mucho espacio en su libro. 

En el caso de la obra de Friedman traté de hacer un gesto más performativo, más efectista. Cuando digo “mira esta hoja en blanco” es efectista. Y fue lo que hice en un par de charlas o clases, cuando planteé: veamos esta hoja en blanco, démonos un rato, 10, 20 minutos. 

Yo, como te digo, soy el huevón más disperso, y cuando le digo a los demás que se pongan a ver este cuadro, al tiro me pongo a mirar el whatsapp. Pero al hacer este ejercicio quería tratar de incorporar a los lectores, de transmitir el entusiasmo que me produce y lo hice mediante el “veámoslo juntos” como cuando dices “oye, veamos una película, me encantaría verla de nuevo, veámosla juntos”. 

Y me gusta mucho ese momento porque esta obra de Friedman, 1000 hours of staring, es un buen ejemplo, es una obra en que no tienes cómo decidir si es o no pichuleo, porque puede dejarte en un nivel de indecisión tan sutil que no sabes si te están agarrando pal leseo o te estás enfrentando a una experiencia mística. 

En el libro de la Marce hay un capítulo sobre Yves Klein, que es otro artista que yo también menciono de pasada. Hay un crítico que habla sobre Klein en una parte y dice: “Klein tenía que escoger entre zen y dadá. Eligió no escoger”. Tom Friedman representa eso súper bien, porque no sabes si es en serio o en broma. Hay mucho  arte que puede ser chistoso en un nivel directo, pero quizás se agota más rápido, y está muy bien. Y también hay un arte más grave o profundo, pero que también te puede dar lata y te aleja. Insisto, hay obras de todo tipo que me encantan, pero estas como la de Friedman me dejan pensando: “chuta, es la raja”.

¿Qué tiene que ver la nada con Chile? ¿Dónde está la nada en Chile?

Ahora mismo, después del plebiscito, no somos nada. Pero hay muchos escritores y artistas en Chile que expresan bien la nada. Yo ya hice el ejercicio de tomarme a Claudio Bertoni en serio, que es difícil porque dice puras cabezas de pescado, y lo relacioné con la teología negativa . Y en este libro tuve la posibilidad de tomarme muy en serio a Sergio Pesutic y La hinteligencia militar, y fue un desafío muy, muy bonito. Estoy contento de que tenga un lugar en este libro. También están Fernanda Aránguiz y Juan Luis Martinez. 

Aparte, yo diría que en la dimensión de lo chileno, una nada que a mi me gusta mucho porque es divertida, aunque no aparece en el libro, es la del cineasta Raúl Ruiz. Me gustan mucho las conversaciones de bar u otras de personas hablando por veinte minutos sin decir nada. En Días de Campo hay una escena en que hay diez minutos de un diálogo que parece de Beckett, que es delirante. Para mí es un momento cinematográfico sublime. Yo creo que una nada chilena sería esa, como la de “no es chicha ni limoná”, la nada de dos personas pretendiendo entenderse que no están diciendo nada. Enrique Lihn también habla mucho de eso, de la cháchara. Es esta idea de la nada a la que se llega por exceso, como lo que pasa en La novela luminosa de Mario Levrero, con 500 páginas en que no pasa nada.

Con un amigo nos reímos mucho de Ricardo Hormazábal, un presidente de la Democracia Cristiana. No sé por qué estoy obsesionado con los demócratas cristianos desde siempre, quizás porque son maestros en el arte de decir nada. Una vez hubo una crisis en la Democracia Cristiana, estaba quedando la cagada y Hormazábal dijo: “entendí que mi aporte era el silencio”.  Yo con eso ya no pude más. Así que lo más vacío, la mayor nada de este país, es el lenguaje democratacristiano.

¿Cómo es ser discípulo de Victoria Cirlot? ¿Cómo es ella?

Al único profe que cachaba cuando llegué al doctorado en la Universitat Pompeu Fabra era a Eugenio Trías, un filósofo muy famoso que murió pocos años después, y que fue fantástico. Tuvimos clases muy buenas con Rafael Argullol, con Amador Vega, a quien cito bastante y que investiga mucho estos asuntos. A Victoria Cirlot no la conocía de antes, pero sí conocía a su padre, Juan Eduardo Cirlot, autor del Diccionario de símbolos. Con ella tuvimos un primer curso sobre la negatividad en la lírica trovadoresca y en la poesía contemporánea, y recuerdo el estado de deslumbramiento en que quedamos con la Marce tras la primera sesión, quedamos peinados para atrás, con  la sensación de que era la mejor clase que íbamos a tener en la vida. A partir de un solo poema, fue capaz de presentar 20.000 cuestiones sobre poesía, sobre trovadores, sobre teología negativa. Se me abrió un mundo ahí.

Victoria tiene una gran formación como filóloga, pues fue discípula de Martín de Riquer. Eso me quedó mucho de ella, en especial la necesidad de trabajar siempre de manera muy rigurosa y con las mejores fuentes disponibles. Aunque en mi libro trabajo principalmente con obras contemporáneas,  hice el mayor esfuerzo por buscar las mejores referencias. Por ejemplo, hice una pega extremamente nerd, que probablemente a casi nadie le interese, de confrontar las variantes de prácticamente todas las ediciones de La hinteligencia Militar.

Al mismo tiempo, Victoria tiene un tipo de sabiduría que siempre me ha parecido muy atractiva, que es la capacidad de relacionar cosas distintas. Es lo que hizo cuando comenzó a estudiar a Hildegard von Bigen, y se le ocurrió relacionarla con la mística sufí y el surrealismo, por ejemplo. Cuando en sus clases o en sus charlas uno ve este método en acción resulta muy apasionante y dan ganas de replicarlo.

Felizmente nos vemos con frecuencia, estamos muy en contacto y no es de aquellos especialistas que te decía antes que son una lata porque siempre están con un mismo tema. Se nota que le fascina leer, está siempre leyendo todo tipo de cosas, entrando en nuevos temas y todo lo transmite de forma vehemente. ¡Todas las alabanzas a ella!

Y también quisiera mencionar que este libro surgió de un proyecto de investigación que hicimos y con Megumi Andrade Kobayashi, una gran amiga con la que llevo trabajando muchos años, con quien formamos el grupo de investigación que se llama también “La oficina de la nada”. Después, a ese equipo se sumaron Valentina Bulo, filósofa, y Jimena Castro, experta en monjas. Tuvimos la suerte de armar un equipo que para mí resultó fascinante, porque hablábamos de todas estas tonteras muy en serio y al mismo tiempo nos cagábamos de la risa. Y también tuve la suerte de poder ir compartiendo esta investigación con muchos colegas, escritores, artistas, tanto de Chile como de otros países, que me iban ayudando mucho y enganchaban.

Es bonito cuando una red  funciona, porque puede ser súper dinámica y motivante. Era bacán escribir este libro sabiendo que lo iba a leer Victoria Cirlot, que lo iban a leer la Marce y la Megumi y la Jimena, y que después, cuando estuviera publicado, lo iban a leer expertos de la nada como Craig Dworkin, fue muy motivante.

Felipe, la nada, ¿es buena o mala?

Es como una jalea. Es como transparente. Es como colapez. Así imagino la nada: como una jalea que depende del sabor que le pongas. En el fondo la nada tiene esa cualidad, es un espacio de proyección de cualquier cosa. Muchas veces opera como un espejo de lo que tú eres. Es un espacio donde botas algo y te rebota, entonces va a depender de que le pones tú a la nada. 

La nada que aparece en este libro no es una nada angustiosa, más bien alterna entre lo místico y lo chistoso, porque yo creo que me muevo por esa zona. Pero a ti te saldría otra nada, yo creo, por algo te fijas en algunas cuestiones específicas a las que yo no le doy el mismo énfasis.

Eso que dijiste es la misma definición que da Francisco Varela cuando está a punto de morirse, dice que la muerte es como un espejo, porque en el fondo solamente te puede decir cómo estás tú ahora.

Sí. Y me gusta también esta cosa de la nada, que se deja atravesar por muchas cosas y se mantiene. Va a estar ahí siempre, no la puedes evitar.

Felipe Cussen, investigador de la nada: "Muchas veces opera como un espejo de lo que tú eres"

Sobre el autor:

Leonardo Medel

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