Fleur Jaeggy: frío consuelo

por · Noviembre de 2022

La autora suiza en lengua italiana no se prodiga demasiado y lo hace en libros pequeños. Según la reseñista, dos libros recientes constituyen un festín: los relatos de El último de la estirpe (Tusquets, 2016) y las breves biografías de Vidas conjeturales (UDP, 2022).

Publicidad

Por Tess Lewis. Traducción: Patricio Tapia

Fleur Jaeggy ha estado escribiendo obras de ficción concisas e inquietantes durante cuatro décadas. Su obsesionante prosa es aún más adictiva por ser repartida en pequeñas porciones. Recientemente se ha ofrecido un verdadero festín con dos colecciones: El último de la estirpe, una mezcla de veintiún relatos; y Vidas conjeturales, deliciosas destilaciones de Thomas De Quincey, John Keats y el lamentablemente poco reconocido simbolista francés Marcel Schwob.

En estos dos libros, la prosa de Jaeggy brilla y destella como gemas talladas. Sus frases son duras como el diamante y suaves como el cristal. Ofrecen al lector poco amparo y frío consuelo. El exceso se elimina sin piedad, pero sus frases concisas son eminentemente sugerentes en su misma brevedad.

El último de la estirpe contiene retratos hábilmente esbozados de figuras reales e imaginarias. En “Un encuentro en el Bronx”, la narradora se sienta en un restaurante con su esposo, Roberto Calasso y su amigo Oliver Sacks, pero en lugar de unirse a la conversación, se comunica con un pez que pronto se convertirá en la cena de alguien. En “La heredera”, una huérfana de diez años quema la casa de su indulgente madre adoptiva: “La creación”, señala concisamente la voz narradora, “es una forma de destrucción”. Siguen historias igualmente sombrías. Las obras de arte son puertas de enlace entre lo real y lo imaginario: las ninfas se liberan de sus retratos de terracota, de su angustia, y las personas acceden a sus muertos a través de fotografías y pinturas.

La muerte es una presencia manifiesta en todas menos dos de estas historias. La amiga cercana de Jaeggy, Ingeborg Bachmann, aparece solamente dos veces, pero puede verse como el espíritu que preside la colección. La sutil influencia del inquebrantable ciclo de novelas de Bachmann, Todesarten (“Formas de morir”), se puede rastrear a través de estas historias a la gélida luz que arrojan sobre la violencia psicológica y física que los seres humanos perpetran sobre sí mismos y sobre sus seres queridos. 

Vidas conjeturales lleva el subtítulo algo irónico de “ensayos”, ya que estos tres retratos son más bien ejercicios de biografía en la forma de caleidoscopio. Si bien estos ensayos siguen el arco general de la vida de sus biografiados —desde el nacimiento hasta la niñez, la edad adulta y la muerte— avanzan a través de un cúmulo de hechos, imágenes, peculiaridades, impresiones y anécdotas, que parecen cambiar y refractarse a medida que se acumulan, ofreciendo nuevas perspectivas y puntos de vista sobre estos escritores. El ensayo sobre John Keats, por ejemplo, comienza con la observación de que “la guillotina era, en 1803, un juguete corriente para los niños”. Jaeggy luego reflexiona sobre la posible influencia de los juguetes en el carácter y la diferencia metafísica entre una guillotina de juguete y la guerra, y concluye que “los niños son criaturas metafísicas que pierden este don muy pronto, a veces en cuanto empiezan a hablar”. Entonces Jaeggy yuxtapone inesperadamente con esto una imagen de Keats como un colegial beligerante y combativo. Su despertar metafísico, lo entendemos con mayor fuerza, vendrá más tarde.

Vemos a Thomas De Quincey despidiéndose de su infancia “como un califa de sus rosales”, luchando contra la dispepsia y entregándose al láudano, mientras “envolvía en humo las palabras links, chains, captivity, bondage”. El artículo sobre Marcel Schwob es una obra maestra de la concisión. En menos de diez páginas, Jaeggy captura la esencia de un hombre conocido como el Gran jeque del saber y de los Grimorios, según el eminente orientalista Claude Mardrus, y como Pichciquinki, según su amante tísica de clase obrera, Louise.

La atmósfera ominosa que impregna estos dos libros, con sus trasfondos de desesperación y pérdida, tanto experimentadas como anticipadas, junto con el omnipresente memento mori, está, sin embargo, lejos de ser morbosa. De manera paradójica, esta atmósfera, fermentada por un sutil humor negro, imbuye a estos volúmenes de una sensación de ligereza y urgencia, y despierta el deseo de comprender mejor el breve tiempo que se nos asigna a cada uno de nosotros. Después de todo, la muerte concentra la mente y es la madre de la belleza.

Artículo aparecido en la revista “European Literary Network” 30-01-2019. 

Fleur Jaeggy: frío consuelo

Sobre el autor:

PANIKO.cl (@paniko)

Comentarios