Föllakzoid es una patada en la nuca hacia el infinito
A lo de Föllakzoid le faltó una advertencia: este show puede traer consecuencias a su rendimiento mental y sensitivo.
En un Huntcha stage casi vacío se apagaron las luces, tres aplausos, y una línea de bajo que empezaba a prevenir sobre lo que venía. Entra la guitarra y con la batería se confirma: esto es pegamento.
Desde que empezaron hasta su fin, las diferencias entre las canciones que tocó Föllakzoid se hicieron mínimas para la cabeza, nuestras cabezas, que recibían un ritmo inmutable, una línea de bajo fortísima y una guitarra y una voz que iban oscilando en frecuencias anestesiaban el sistema nervioso central de a poco. Estando ahí era como un cuadro de Malevich, una película de Warhol: fijaciones sobre algo que, de lejos, parece no variar, pero que en la atención cuidadosa guardan una galaxia entera de las más olvidables meditaciones, de esas reflexiones que desaparecen en cuanto te das cuenta que estás mirando a una banda con la boca abierta, la baba que cae y la mirada perdida en un punto que no existe.
Influenciados en el beat motorik popularizado por las bandas krautrock alemanas de los sesenta, Föllakzoid entrega una ejecución perfecta que consigue lo que promete, que logra hipnotizar y pegotear, primero, para luego patear fuerte y derecho nuestras cabezas hacia un planeta desorbitado de su sol. Una banda que no necesita moverse en el escenario ni mostrar sus rostros, que sólo con una luz de fondo que muestre sus sombras manteniendo el pulso logra proyectar espacio espacial y alguna que otra reacción sicotrópica.
La cúpula vacía se logró llenar de a poco, como si los Föllakzoid —chilenos aunque no parezcan— fueran los flautistas de un Hamelin lleno de humanos, poseídos por el beat motorik y las voces con eco que, aleatorias e inentendibles, nos llaman hacia estados que no conocemos.