Desde el fondo de una caverna

por · Marzo de 2016

Föllakzoid en Lollapalooza.

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Llegué al Lotus Stage a eso de las 20.30 y el panorama no era auspicioso. Föllakzoid cerraba la jornada del día sábado en el escenario y, a esa hora, mientras Tame Impala terminaba uno de los mejores show del día, la cúpula del Parque O’Higgins se encontraba casi vacía: a vuelo de pájaro conté veinte personas más una tipa alta y rubia con una chica y un niño que al parecer era familiar de uno de los miembros de la banda. Algo raro para un grupo que, según se puede leer en varios sitios webs, ha tenido exitosas presentaciones en escenarios internacionales. Ahí es cuando me surge la duda en torno a cómo se organizan estos festivales a gran escala: ¿cuál es el público, considerando la oferta del día, que podría potencialmente interesarse por Föllakzoid? Y es que a pesar de los australianos, que repletaron el escenario VTR, toman elementos del rock psicodélico, se ajustan más bien a un formato de canción tradicional estribillo-coro-estribillo, mientras que los nacionales transitan más bien por sonidos como el drone y —lo repito aunque a estas alturas es un lugar común del porte de China— el krautrock, sonidos deudores de vertientes más experimentales como el free jazz, la electrónica de Stockhausen o el minimalismo de compositores como Terry Riley. Como sea, de a poco la cúpula fue recibiendo casi a goteo a unos pocos pero entusiastas auditores.

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Cerca de las nueve la banda sale al escenario. Se apagan las luces del lugar y un largo drone de guitarra comienza a elaborar la densa textura que dará inicio a “9” de su disco II, aunque con Föllakzoid sabemos que importa poco identificar cada tema en específico: acá no hay singles ni hits radiales. Repasar la discografía de la banda es enfrentarse a una especie de espectro sonoro que se contrae y expande continuamente, acompañado de voces que parecen venir desde el fondo de una caverna oscura y primitiva. El acompañamiento del sampler juega un papel crucial en la ruidosa filigrana que se va tejiendo a medida que la canción avanza. La tenue luz, que apenas permite ver a los integrantes del grupo en el escenario, es también otro personaje de esta puesta en escena, en donde la batería es el compás en torno al cual los otros instrumentos se deslizan como animal al acecho. De a poco sigue llegando público. Algunos tipos improvisan bailes que siguen los ritmos que a ratos parecen evocaciones de alguna ceremonia primitiva. Otros, sentados, mueven la cabeza. Música para bailar con los ojos cerrados, solo y atentos a las ondas expansivas que salen de los amplificadores. Finalizada esa canción reconozco el ritmo de “Trees”. Las luces parpadean al ritmo de una canción que podría ser la banda sonora de una road movie lisérgica e impredecible: un desierto bajo la pesada oscuridad de la noche, la carretera, la sangre circulando a mil por hora, sudor frío, paranoia. Veo, entre esos violentos flashes, a tipos girando, cimbrándose como si estuvieran siguiendo algún extraño patrón. Con o sin drogas, la atmósfera se va volviendo cada vez más inquietante. Imagino a un astronauta flotando a la deriva, un heroinómano arrancando de sus fantasmas, una persecución policial en medio en plena madrugada. El sonido de Föllakzoid podría ser la banda sonora de nuestras pesadillas más paranoicas.

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En Creación a la inversa, David Byrne intenta formular una teoría sobre la relación recíproca entre el espacio en donde se toca y la forma en que se compone. Lo de Föllakzoid parece estar hecho para catedrales abandonadas, viejas ruinas industriales o cuevas en donde la acústica haga que los ecos ya presentes reverberen aún más hasta hacer estallar el lugar y poner a sangrar los tímpanos. Suena “Earth”, single de su última producción, y las visuales acompañan el trance en el que la banda sumerge a la cúpula en todos sus rincones. Los integrantes de la banda, a esta alturas del show, parecen imitar tímidamente a los Pink Floyd del Live at Pompeii: y es que, al menos desde la consolidación del rock a nivel cultural y comercial, es inevitable no ver acá un pequeño simulacro, una cita o bien una actualización de algo que ya se hizo en otras décadas. Como dice uno de los entrevistados que aparece en el documental de Electrodomésticos, solo un ingenuo podría creer que acá se inventó la pólvora: lo interesante reside, en este caso, en cómo, pasado cierto momento histórico, surgen bandas que intentar ampliar los horizontes de referentes que, al menos hasta antes de la época pre-Internet, eran solo ubicables a través del acceso a ciertos círculos específicos o medios especializados.

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Son casi las diez. Mucha gente comienza a retirarse. Me paro para mirar el show desde otra perspectiva. Veo a los encargados de sonido hacer ademanes de cansancio. Uno de ellos emula desconectar de un tirón uno de los amplificadores. La banda, absorta, sigue pasándolo bien a pesar de que la situación a ratos es un poco incómoda para quien observa: cerrar una jornada de diez horas de música en un lugar donde la comida es groseramente cara y el alcohol escasea es probablemente un despropósito. Sumado a la neurótica necesidad de cumplir con los horarios establecidos —¿importaba prolongar el show 10 minutos más si era la última banda del escenario?—, hizo que la presentación de Föllakzoid, a pesar del desenfado que los miembros muestran arriba del escenario, estuviese envuelto en un aire un poco enrarecido. A las diez en punto el show termina y se encienden las luces. Domingo, guitarrista de la banda, le da las gracias a los que se quedaron hasta el final. La cúpula vuelve a ser un lugar tranquilo. Los miembros se despiden en un abrazo fraternal. La gente se retira y el rumor de oscuridad y pesadilla queda en el aire como el olor a velas después de una misa. Se acaba la ceremonia y queda la sensación de que podría haber sido mejor. De que, tal vez, no era el mejor lugar para que la pesadilla mostrara su rostro más macabro y atrapante.

Cachureos

Desde el fondo de una caverna

Sobre el autor:

Jonnathan Opazo Hernández (@ensayo_error) es autor de Junkopia y mantiene el blog lacitadeunacita.

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