Gol de poto del negro

por · Mayo de 2014

La primera vez que supe de Beausejour fue viendo los goles en Chilevisión. Un jovencito que el Nano Díaz había pedido prestado a la Católica, el 2003, junto a un puñado de jugadores picados que no tenían ni la más mínima posibilidad de actuar en sus equipos. Entre ellos, un tal Jorge Valdivia. Entre ellos, […]

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La primera vez que supe de Beausejour fue viendo los goles en Chilevisión. Un jovencito que el Nano Díaz había pedido prestado a la Católica, el 2003, junto a un puñado de jugadores picados que no tenían ni la más mínima posibilidad de actuar en sus equipos. Entre ellos, un tal Jorge Valdivia. Entre ellos, este morenito que había hecho la mitad de sus inferiores en la U, tirándole centros a Pinilla, antes de irse a la UC. Los centros ahora eran para Marco Olea. En canchas con barro. En la Universidad de Concepción.

Un preolímpico dirigido por el perro verde, las burlas de Bonvallet en Radio W por su físico y, según él, la escasa técnica del último puntero izquierdo a la antigua del fútbol chileno. Un gol suyo, de espalda, marcó el 2-2 transitorio en un 3-2 final sobre Paraguay, que califica, después del gol del Choro Navia a Argentina en Londrina, como el triunfo más épico en preolímpicos. Y el apodo de Palmatoria (el jugador afroamericano de Barrabases), que odia asociar a su nombre. Mitad mapuche, mitad haitiano. Jean André Emanuel Beausejour Coliqueo. Un chileno negro vistiendo la misma roja que Medel, Vidal y Alexis.

Sin sus vueltas por la UC, UdC, Servette (donde volvió a compartir con su compadre y compañero de tantos desayunos, Jorge Valdivia), Cobreloa, O’Higgins (donde lo dirigió Sampaoli, mish) y cualquier destino anterior, no llegábamos a lo medular de la historia: un gol. El gol que nos dio el primer triunfo en un mundial tras Chile 1962.

Ya habíamos jugado al Uno, tocado “Falso Amor”, de Los Picantes, unas tres veces, haciendo énfasis en el remate del coro y comido pizza. Me había tomado unos vodka y me había puesto el pijama de autos. Era la madrugada de un día de semana en que nos olvidamos de la U, del periodismo y de las minas. Estábamos nerviosos de ver a Chile de vuelta en un mundial. Teníamos intensidad y poca claridad. La Selección también. Millar, Valdivia a media máquina (después cacharíamos que jugó el mundial desgarrado). Alexis en otra. El Mati era la esperanza de pase gol. La esperanza de pegarle al arco y salir haciendo ese teléfono imaginario que dejó en el Monumental el 2006 y nunca quiso volver a contestar.

Millar para Carmona. Carmona con el Mati. La agarra, espera el momento preciso para meterle un pase al Huaso Isla, que tira el centro con la punta de la pata y aparece entre el centro y el segundo palo Beausejour Coliqueo. De poto. Con el pico. De rebote tras un rechazo corneta del hondureño. Gol. ¡Gol conchatumadre! Todo tiene sentido. Que Bielsa lo haya llamado, por primera vez, cuando jugaba poco en Cobreloa. Que Bilardo lo haya pedido en Estudiantes, por correr como bestia y tener apellido francés. Que siempre lo discutan y que siempre termine sacando el centro pasado, contra el defensa que sea. Que haya jugado como segundo volante central contra Brasil y Perú, cuando a Bielsa le bajaba la locura por atacar con cuatro. Que no dormimos la noche anterior. Que volvimos a sentir lo mismo que cuando Salas le ganó el salto a Cannavaro. Estábamos ganando después de doce años fuera de los mundiales. Gol de Bielsa. Gol de Chile. Atacar así tiene sentido. Gol del negro quejón, al que no le gusta que lo comparen con el jugador de Barrabases que nadie tenía en cuenta, pero que siempre terminaba salvando la plata. Gol del primer guerrero en plantar bandera el mundial pasado. Podemos dormir tranquilos.

Sobre el autor:

Gabriel Labraña (@galabra) es editor y conductor de #MouseLT en La Tercera.

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