Hemlock Grove: cada fruta en su cajón

por · Julio de 2014

Eli Roth jugando con vampiros y adolescentes lobos. Ya está en Netflix su segunda temporada completa.

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En medio de la promoción de la primera temporada de Hemlock Grove, su productor ejecutivo y director Eli Roth se despachó dos particulares frases:

1) «Es como Twin Peaks, pero con un giro monstruoso».
2) «Hemlock Grove le volará la cabeza a toda una generación».

Fuera del humo en cantidades industriales que pueda vender Roth, la serie original de Netflix no tiene el peso ni para ser un primo tonto del drama de David Lynch y Mark Frost. ¿Volarle la cabeza a una generación? Tampoco. Hemlock Grove deja en claro que aunque Netflix haya cambiando la forma de ver televisión, no siempre logrará producir series de calidad como House of cards u Orange is the new black. En este caso buscan algo más simple: apropiarse de las sobras de la fórmula vampiros + hombres lobos + adolescentes post Twilight, True Blood, Being Human, Teen Wolf y Vampire Diaries.

La serie está ambientada en un pueblo de Pennsylvania llamado Hemlock Grove, que se ve azotado por una ola de asesinatos que terminan con su tranquilidad para siempre y originan una amistad extraña al borde de lo prohibido: la de Roman Godfrey (Bill Skarsgård), heredero de la familia más poderosa de la ciudad, y Peter Rumancek (Landon Liboiron), un chico gitano que llega junto a su madre después de años en la carretera. Para Roman y Peter las muertes se convierten en algo personal. ¿Quién es el asesino? ¿Un hombre lobo o un vampiro —que en la serie son llamados upir—? ¿Un maniaco sexual? ¿Tal vez un vargulf —un hombre lobo trastornado—?

A la innecesaria mezcla anterior se le puede agregar también una chica que dice estar embarazada de un «ángel»; una especie de gigante, calva y radiactiva (sí, radiactiva) que tiene un ojo fuera de lugar y sus manos cubiertas con gasa; un científico megalómano que sueña con estar por encima de la vida y la muerte o la adolescente que aprende a convertirse en un lobo luego de leer un par de libros en la biblioteca de su colegio.

¿Qué más se podría decir de Hemlock Grove? No mucho. No es una serie de terror. Hay tan poco sentido en sus capítulos que se explotan asuntos irrelevantes hasta el hartazgo. El tratamiento al suspenso y a los misterios que rodean el drama es completamente predecible y consiste en pistas burdas. Siempre marcadas por lo extraño, como si en eso estuviese la clave del horror.

La primera temporada tuvo un giro final tan anunciado como excesivamente tardío. Perdido en apropiarse de las peores influencias de Twin Peaks, Roth construyó un producto soporífero, una pésima ficción disfrazada de buena televisión. Luego de ver el adelanto de seis capítulos que liberó Netflix del segundo ciclo, finalmente se entiende que al productor ejecutivo ya no le importa nada. Ya no quiere tratar de hacer una serie inteligente, porque no lo es. Ahora la guía es True Blood. Y en un caso así, siempre será la mejor idea: meterse en la basura hasta el cuello.

Hemlock Grove intenta de forma tan desesperada ser misteriosa, terrorífica y extraña que termina bordeando lo ridículo. Es un pastiche de influencias y guiños completamente desarticulados. ¿Qué tan tontos creen que somos? ¿Qué tanto se pude presionar al espectador en el absurdo? Puede ser que su búsqueda sea entretener, pero hasta en esa búsqueda hay que tener dignidad.

Hemlock Grove estrena segunda temporada hoy viernes 11 de julio.

Hemlock Grove: cada fruta en su cajón

Sobre el autor:

Javier Correa (@__javiercorrea) es periodista y coescribió «Nunca cumplimos 30. Una historia oral del Canal 2 Rock & Pop» (2018, @librosdementira).

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