Jiminelson: el zumbido de la ciudad

por · Marzo de 2011

Habla Gustavo León

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El proyecto que comanda Gustavo León prepara la segunda edición de Serendipity, su último disco y uno de los mejores trabajos en lo que va del año. Acá, las claves y lo que se viene.


En el último tiempo, Gustavo León nos ha entregado noticias con cierta regularidad. La última lleva por título Serendipity Vol. 1 (Italia90, 2011) y se transformó en el tercer disco de su banda tras Amor del Rey (Oveja Negra, 2008). Mientras sigue coqueteando con Buenos Aires como residencia, prepara además la segunda parte de un proceso que para él ya está finalizado, pero que para nosotros recién comienza.

Luego del show de adelanto en el Teatro Huemul en diciembre, las primeras copias de Serendipity se agotaron y ya se alista una segunda edición para abril. También se preparan dos videos que verán la luz próximamente: el primero, en formato cine, recopila imágenes de los últimos dos años de trabajo de Jiminelson, bajo la mirada de Igal Weitzman. El otro es un footage de la experiencia en Buenos Aires del joven director Vicente Fernández. Además, la banda se presentará en vivo este 23 de marzo en el Bar Loreto y luego, el 9 de abril, en la Sala Fusa de Antofagasta.

Hasta allí los datos duros. Sin embargo, hay que detenerse en las 7 canciones de esta nueva placa para entender que León no sólo se ha tomado las cosas en serio, también ha empezado a ver los resultados. Y es que en ese intento, su mezcla de rock, blues y soul ha terminado por decantar. La prueba está en Serendipity. Treinta minutos de intimidad, madurez y nostalgia que escalan más rápido de lo que uno espera y que le pone una difícil prueba para el próximo lanzamiento.

Gustavo León

Desde los primeros acordes de Ritmo es lo que tienes hasta el cover de Nothing compares 2 U de Prince se respira cierto ambiente de trasnoche, acompañado de letras bien pensadas y una actitud a la que le sobra sangre.

Con una formación que ha ido rotando -salvo el propio León y Chino– y que ha incluido a Daniel Pimentel en bajo, Andrés Chino Villarroel y Giovanni Collecchio en batería, en teclados Simón Cox (productor de los últimos dos discos), además de Cristóbal Rawlins y Raúl Alejo, Jiminelson le puso la firma a uno de los discos más atrayentes en lo que va de este año.

Le preguntamos a León qué cambió en el camino.

El sonido de Serendipity es muy compacto. No sólo por la calidad de la grabación, también por el aire de sus canciones. ¿Cómo lo conseguiste?
—La solidez imagino que viene de aprender cómo hacer un disco. Para mí el Amor del Rey con todas las buenas críticas que tuvo era muy dispar, nunca me gustó escucharlo demasiado y Serendipity, en cambio, lo pensé como el sonido de la ciudad donde vivía. Siempre tenía ese zumbido enfermante de las grandes capitales y sentía que el disco iba a terminar siendo eso, lo quisiera o no. De mi casa al estudio eran 45 minutos todas las mañanas, leyendo y escuchando bzzzzz… Imagínate cuando llegas a grabar, algún bzzzz tenía que haber, por eso el disco se inicia con un sonido real de las calles de Buenos Aires: sirenas de policía. Las rítmicas, siendo un tanto más cadenciosas, –porque trabajé con otro baterista antes de volver a grabar acá con el Chino- tenían un acento y un beat más pronunciado, que no te deja dudas. Los arreglos los hice con Emanuel González, un argentino, y creo que ahí estuvo gran parte de esa solidez y cohesión.

Pero obviamente fue un efecto posterior al hecho de componer o registrar los mismos temas.
—Creo que nunca fue tan evidente lo confundido que estaba hasta ese momento, por eso suena así. Las letras, por ejemplo, son como armar un puzzle: lo tienes o no. Yo no puedo hacer crucigramas, jamás pude, pero puedo cantar mientras bajo una escalera o espero un ascensor, que no es gran cosa. En ese sentido, el disco fue hecho por partes, con sesiones muy largas y siempre contra el tiempo. Me quería volver a Chile con el disco hecho, pero me lo traje casi a medias y aquí lo terminé.



A tu juicio, ¿qué imágenes van apareciendo con estas canciones?
—Las imágenes una vez más se remiten a una ciudad, a la velocidad, la novedad, el delivery. Ritmo es lo que tienes es la estación de servicio de la esquina de mi casa donde pasé hartas madrugadas viendo TV cable, porque yo no tenía, tomando café y rayándole los diarios a la señora que atendía con ensayos de letras. Viva la noche es mi casa de Buenos Aires, las idas y vueltas… realmente me llegó a encantar ese lugar hasta que dejó de hacerlo. Alguien ya estuvo aquí es Santiago y lo chato y plano que puede llegar a ser. A part of me y Midnight rambler son un ejercicio de hacer lo que se me antoje y que me llevan a un período de trabajo muy activo con amigos que no sé donde se encuentran. Y Nothing compares fue un broma y ahí está.


Cuéntame un poco cómo influyó tu estadía en Buenos Aires a lo largo de este proceso.
—Siempre quise vivir solo en otro país. Lo hice más chico, jugando tenis y viajando desde los 12 años. Tenía que levantarme a las 6:30 para desayunar, entrenar y correr, focalizándome en “dar lo mejor de mí”. Por lo visto se lo quedaron todo. Cuando pude irme a Buenos Aires, lo hice. Creo que desde que lo decidí y estaba en el aeropuerto no pasaron más de cuatro meses. Tengo residencia y todo, incluso fui a la universidad allá. Pero lo que me salvó fue haber encontrado un estudio, llevar algunas maquetas, pagar con la mitad de mi sueldo algunas horas y después lograr que el dueño del estudio se comprometiera a fondo. Es de las personas más increíbles y bondadosas que conocí nunca, fue el ingeniero del disco (Andrés Buchbinder) y mi amigo durante todo ese camino. El receso de la universidad se hizo eterno y me dediqué full time a grabar en las tardes y trabajar en las mañanas.

Una de las principales diferencias con el sonido de Amor del Rey es que aquí estás más contenido. Hay menos electricidad y mayor melancolía. ¿Qué pasó?
—Las explosiones “nirvanescas” quedaron fuera por una decisión personal. La dinámica del disco responde a otro momento, otra sensación de resolver las canciones. No creo que vuelva a hacer un disco así, ya lo hice y ganas no tengo. Voy por otro. Quise además esconder más las guitarras y reemplazarlas. Finalmente estuvieron ahí, pero de otra forma. No pisé un pedal en toda la grabación, no hay efectos, es la banda sonando. No existen grandes trucos, sólo canciones.



Quedan pocas dudas que Jiminelson es Gustavo León, te lo pregunto por cómo se dieron las cosas y por el concepto de banda. En ese sentido, ¿en qué está tu relación con el Chino Villarroel?
—El Chino sigue tocando conmigo. No hablamos mucho, nunca lo hicimos en realidad y no es algo que me complique demasiado. Nos llevamos bien y nos respetamos. Se hace divertido ver cómo pasa el tiempo y ya está. Trabajo con quien pueda y con quien quiero básicamente. El hecho de hacer música sin duda que guarda relación con cultivar relaciones amistosas, sanas y fructíferas, y sino no resultan, muy bien. Creo que todos se han hecho más problema con ese asunto, incluso más que yo y el mismo Chino. Está todo liso.



Para cerrar, fue tema la frase del director Julien Temple tras verlos en vivo, eso de la “esperanza del punk esta más viva que nunca”. Periodísticamente por lo menos funciona bastante bien, pero qué más conversaron en esa oportunidad.
—En realidad no recuerdo mucho “aquella” conversación con Temple. Él fue al camarín y se instaló, pero nadie sabía quién era y como nadie lo pescó, creo que se fue. Después vino la directora del festival In Edit a decir que había venido Mr. Temple a felicitarnos y que nadie le dijo nada. Ahí volvió y fue de lo más cálido, para ser inglés. A cada cosa que le decía me respondía “don’t talk shit” o alguna grosería, porque le preguntaba por tal o cual documental. Tomamos vodka con gotas de limón y celebramos cada una de las malas canciones que ponía el DJ. Luego hablamos por teléfono desde el hotel no mucho rato sobre lo mierdoso que puede ser hacer música y lo largo que es el camino. Me dijo cosas que se han cumplido y una tonelada de otras que están lejos de cumplirse.


Jiminelson: el zumbido de la ciudad

Sobre el autor:

Fernando Cea

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