Josefa y la medida de lo posible

por · Septiembre de 2012

Josefa y la medida de lo posible

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Una excompañera de carrera me explicó algo que leí hace un par de años en un texto de marketing, pero cuya definición no recordaba. Se trata de cuando las tendencias surgen desde las capas sociales inferiores y estas ascienden hacia una élite (política, económica, estética, etcétera). Esto es el trickle up. Y lo inverso es el trickle down, cuando las élites marcan tendencias que son adoptadas en forma descendente hacia los demás grupos sociales.

¿Por qué defino esta paja mental? Porque las discusiones políticas funcionan de la misma forma. El discurso más relevante de los últimos quince años surgió desde la propaganda de Joaquín Lavín en su primera incursión presidencial, cuando instaló el tema de «los problemas reales de la gente». ¿Qué significaba eso? Resolver la política desde lo cotidiano y la contingencia de la gente con menos recursos, sean lentes, pelotas de playa, playas urbanas, pago de cuentas de luz, entre otras medidas de asistencialismo basadas en el subsidio a la demanda. Trickle up político.

El discurso penetró. Tanto, que la Concertación debió cooptarlo incondicionalmente luego de perder muchos alcaldes en la elección municipal de 2000 con el lema «un alcalde para Lavín».

Así fue como los grandes temas se fueron a la mierda.

Durante el imperio de este discurso, ocurrieron dos cosas: por un lado, los grandes temas del país se convirtieron en peroratas académicas pajeras y apocalípticas, en las cuales la seriedad estaba dada por qué tan pajero y apocalíptico enunciabas el porvenir. Por otro lado, la elitización de estas discusiones fue de mucha utilidad para crear negociados y legislaciones rascas, aparte de perpetuar eso de «la medida de lo posible».

Cuando «los problemas reales de la gente» llegaron a las capas más altas, estas bocetearon una visión crítica del discurso. ¿Cuándo se vio eso? Por el comienzo del gobierno de Michelle Bachelet, con la revolución pingüina. Y, bueno, el resto es historia más o menos conocida: la importancia de debatir la legislación de educación, una reforma tributaria, la nueva Constitución, la nacionalización de la gran minería, etcétera.

Solucionar lo pequeño no resuelve los grandes problemas del país, por cuanto dichos problemas no están hechos de metros cúbicos de granitos de arena que puedan tratarse por separado. De esta forma, se acabaron los «problemas reales de la gente». ¿Cómo se resuelve todo? Yendo por cambios de fondo y pensar en grande. Chao, «la medida de lo posible».

Y el discurso descendió.

Esto le estalló a Sebastián Piñera, quien no ha podido remontar una presidencia impopular. ¿Por qué? Porque el ambiente discursivo —con el cual la derecha buscaba el poder— se desarmó antes de que lo pudieran utilizar.

Ahora, la pregunta que usted tiene en mente, dado el título de este artículo. ¿Qué tiene que ver Josefa Errázuriz con todo esto? Pues bien, desde que ganó la nominación de la oposición para la alcaldía de Providencia, la señora Josefa se ha convertido en una de las figuras estandarte de este nuevo escenario.

La «candidatura ciudadana» de Errázuriz es el primer desafío electoral de las formas políticas surgidas del movimiento estudiantil. ¿De qué está hecho este liderazgo? De cuestionar la forma tradicional de hacer política. ¿Y qué se busca? Volver a discutir temas ideológicos, apelar a las soluciones de fondo. ¿Y qué pasó? La candidata dijo en una entrevista que apoyaba el acuerdo de vida común en las parejas homosexuales. Ergo, si apoya el acuerdo, se opone al matrimonio gay. Y estalló el escándalo.

¿Por qué la-nueva-líder-de-la-nueva-política no es furiosa partidaria del matrimonio homosexual? Bueh, pocos políticos lo apoyan abiertamente. Tampoco se trata de un tema que sea popular entre el electorado. Y, seamos sinceros, se trata de una opinión generacional. A menor edad, mayor tolerancia hacia las minorías sexuales y lo implicado. Y la señora no tiene 30 años: respete el derecho de ella de no llegar a primera hora a las discusiones valóricas. ¿Comprensible, no?

Para muchos no es comprensible. Varios residentes de Providencia han expresado por Twitter que anularán su voto para Josefa Errázuriz en las elecciones de un mes más. No importa que en ella haya una posibilidad real de sacar a uno de los íconos del pinochetismo. Importa más demostrar superioridad moral rechazando cualquier aprensión que huela a «la medida de lo posible».

(Probablemente, el conflicto se apague, luego que Errázuriz aclarara sus dichos. Y todos quienes en caliente proclaman la anulación de su voto, quizá se resignen en la intimidad de la cabina electoral.)

En fin. Todos los párrafos anteriores enuncian el problema que se vendrá conforme lleguemos a noviembre del próximo año, cuando elijamos presidente y parlamentarios. ¿Podrán los políticos de la oposición sacarse el lastre de «la medida de lo posible»? ¿Qué ocurrirá cuando a Michelle Bachelet se le pida rendir cuentas respecto de su gestión presidencial? ¿Algún notable propondrá soluciones basadas en la política voucher de «los problemas reales de la gente»?

El condoro de Josefa Errázuriz es la versión Polly Pocket de lo que puede ocurrir con la oposición durante el próximo año. Imaginen a un candidato a diputado, a senador o a la presidencia siendo acusado por una frase maldita. Y, peor, sin posibilidad de aclarar dichos. Imaginen a toda una fauna electoral muriéndose asfixiada por una mancha de petróleo en súbita expansión.

Josefa y la medida de lo posible

Sobre el autor:

Bruno Córdova es licenciado en comunicación. Publicista y diseñador. Mantiene el blog Dicen Otros.

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