Cobain es un grito

por · Abril de 2014

La generación del amor encontró sus mártires en Lennon, Joplin y Hendrix. El punk tuvo a Sid Vicious. Y el grunge a Staley y el inmortal líder de Nirvana.

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La generación del amor encontró a sus mártires en Lennon, Joplin y Hendrix. El punk tuvo a Sid Vicious. Y el grunge a Staley y el inmortal Kurt Cobain. Como escribió Warnken, «no te conocí, pero tu prematura partida me duele como si fuera la de un amigo o un padre». A 20 años de su muerte, esto es poesía, no una reseña.

El niño símbolo rubio de MTV. La cara de cientos de miles de poleras y estados en Facebook.

El objeto de biografías varias, documentales sobre su música, licencias cinematográficas y literarias. Amoríos, locuras y miles de excesos. El autor de las bromas telefónicas a Vedder, de Pearl Jam. El que marcó a una horda de jóvenes ansiosos de escuchar el sonido sucio de Nirvana —con la rusticidad de su rasgueo, la simpleza de sus acordes y la complejidad de sus textos— y a los millones que le prestamos atención a sus letras, en tiempos de Mp3 y pop bailable.

El hijo de padres separados, que jamás superó la pérdida de esa conexión con los llamados a custodiarlo y cuidarlo de todo lo que lo atormentó. Incluso antes de fugarse a demasiadas partes. (La heroína, Courtney Love, la depresión, las armas). Lo que lo hizo mejor músico. Más conocido. Y lo que, finalmente, lo llevó a la muerte.

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El responsable de decorar como un velorio el Unplugged de Nirvana —lanzado provechosamente después de su muerte. De haber estado a punto de arruinarlo todo y no salir a escena. De hacerle frente a las cámaras, a las críticas por “venderse”, y cantar y protagonizar ese show que perfilaría el destino de la franquicia millonaria de MTV. Y de paso, quizá involuntariamente, el responsable de modificar las bases de una ciudad que resultaría el epicentro del terremoto grunge.

El eterno perdido, que iba de auto en auto y casa en casa, en el Seattle de los 80′, buscando dormir para alejarse de sus tormentos. El ícono de los 90′ que le dijo a uno de los íconos del 00′ que era «un baterista ni bueno ni malo», sino todo lo contrario. El que creció con Beavis and Butthead en el cable y escribió canciones dedicadas a alguna novia que le aguantó no trabajar o encerrarse en un huracán de pocas certezas, anhelando lo que no estaba y nunca estaría.

El menos aventajado de la escuela del rock clásico, el adicto y poco sociable portavoz de la Generación X.

Más que cualquier otra cosa que se diga de él, Kurt Cobain simboliza un sueño adolescente. Algo así como un estado intermedio entre el consumo total de la vida, la protesta nostálgica de lo correcto y la rebeldía de querer hacer lo que uno quiere hacer, aunque realmente no sepa qué hacer. Una escena onírica en código rock, con riffs que influenciaron a más de una generación, que de estar en su estado corriente —sin la exaltación de los lacrimógenos noventa y el grunge de Seattle— simplemente lo habría rechazado.

El que llevaba la guitarra al colegio mientras sus pares nadaban en alcohol. El que pensó que, sin ser un gran músico, la pasión por traducir sus inexplicables dolores de estómago lo llevarían a algún lado. Y lo llevaron.

Hoy se cumplen 20 años desde la muerte de Cobain, que sigue siendo un grito y una búsqueda. La persecución de lo que nos duele, de lo que no podemos hacer y de lo que no podremos conseguir jamás. Un flaco de chalecos y polerones deshilachados y desteñidos por el uso, que re-fundó su propia ciudad a una guitarra, una banda y una escopeta. Que quiso dejar de ser búsqueda cuando el cinco de abril de 1994 decidió transformarse en pérdida.

El testimonio que dejó, una bocanada rabiosa de canciones que se conectan con el adolescente más triste que llorón, que todo rockero lleva escondido, es la posta para entender al adicto a la heroína y extraordinario músico que decidió ponerle distorsión a una guitarra de palo y transformarse en Leadbelly.

Todo, para preguntarle a la mujer que le robaba el sueño: «¿dónde dormiste anoche?».

Sobre el autor:

Gabriel Labraña (@galabra) es editor y conductor de #MouseLT en La Tercera.

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