La amiga amante por siempre

por · Enero de 2015

Me presento. Julia Harvey, manteniendo relaciones enfermizas desde 1987. Ahora me llegan sus selfies en el probador y yo me pregunto si también se las mandará a la polola. Le digo que prefiero el terno gris más que el azul con rayas, me responde que él también. Más tarde me va a preguntar si se […]

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Me presento. Julia Harvey, manteniendo relaciones enfermizas desde 1987. Ahora me llegan sus selfies en el probador y yo me pregunto si también se las mandará a la polola. Le digo que prefiero el terno gris más que el azul con rayas, me responde que él también. Más tarde me va a preguntar si se afeita y yo le voy a decir que se ve bien así, pero que mejor se afeite porque tiene un matrimonio.

A los días, ahí está la foto con la polola vistiendo exactamente como le dije. Me whatsappea post matrimonio preguntándome si me puede llamar, le digo que sí, y conversamos, yo en pijama, él en el terno que le elegí. Me pela la fiesta, hablamos casi una hora mientras él camina a su casa, entra a su departamento y se despide.

Como amiga amante se cumple el rol de ser todo lo que la polola no es, la aventura, el misterio y la falta de límites, pero sin cruzar la barrera afectiva para evitar destrozar hogares. Eso implica además llevarse bien con la polola para no presentar una amenaza, o una sospecha, y saber que es una la que de verdad lo conoce.

Con el Diego nos conocimos en un ramo porque yo me quería cortar un mechón de pelo que me molestaba y milagrosamente él tenía tijeras (¿quién cresta anda con tijeras?). Después nos reíamos porque el profesor siempre llegaba tarde dando la misma excusa (¿cuán seguido pueden haber choques en la Pérez-Zujovic?).

Ese verano hablábamos todos los días hasta tarde por Internet. Él se había ido al sur. Partió a los bosques y un día lo pillé conectado a las 6am, le hablé creyendo que se le había quedado conectado, pero ahí estaba, regresando del casino. Le pregunté si acaso hablaba con alguien importante, me dijo que conmigo, y yo, estúpidamente, le dije que con alguien importante de verdad, no conmigo (esperando que me respondiera que con su polola). Mientras la polola no estaba nosotros jugábamos Rock Band en su departamento y tomábamos piscola, subíamos a la azotea a fumarnos unos cigarros. Con el copete se soltaba más y se apoyaba en mi hombro. Pero nunca pasaba nada. Después nos distanciamos.

Por mientras, durante un mes entero, fui la amiga amante de uno de sus amigos. Él llevaba pololeando desde 8vo básico pero la polola —en esa época— andaba de intercambio. Me iba a buscar a los carretes y fumábamos marihuana que yo proporcionaba (porque él nunca había comprado) en su auto. Obvio que nada pasó, hasta varios meses después cuando terminaron, y fue súper incómodo, porque ya no quedaba nada entre los dos.
He estado en esa posición varias veces, la de la fantasía de la chica súper cool, que satisface la doble vida, pero con la pura fantasía, porque no van a terminar con las pololas y tampoco les van a ser infieles. Yo tampoco quiero eso, no quiero que nadie termine por mí, porque voy a querer salir corriendo. De todas formas me dan ganas de decirles que existe la posibilidad de estar en una relación donde no le tienen que mentir a nadie si quieren salir con los amigos, que se puede fumar marihuana de a dos y tener todo el sexo que quieran. Que no tienen por qué pololear por pololear.

Con el Diego no nos veíamos hace tiempo así que decidimos juntarnos. Un pitcher y tres piscolas más tarde, nos subimos al monumento de la aviación, ese que queda en Salvador. Nos costó subir, pero él hace escalada así que cuando lo logró me tiró hacia arriba. Nos sentamos frente a frente y la gente que pasaba nos saludaba. Nosotros solo nos preguntábamos cómo cresta íbamos a bajar. Rápidamente, eso nos dejó de importar. Conversamos hasta que amaneció. Me dijo que yo era la única que lo conocía de verdad (cosa que yo sabía de antemano), y después me obligó a confirmarle que entre los dos habían «tensiones». Usó esa palabra y a mí me dio risa, tensiones, primero se lo negué pero obviamente terminé por ceder. Yo lo obligué a decirme que yo era la más importante de sus tensiones de infidelidad mental, me dijo que yo era la segunda y me reí. Volvió a repetir que yo era la que mejor lo conocía, yo eso lo sé, las conversaciones a la distancia hasta las seis de la mañana te exponen. Nos filtramos de a poco todas esas oscuridades que salen en la mañana.

Si esta historia la escribiera yo, él terminaría, me invitaría a su casa, tomaríamos piscolas y jugaríamos Rock Band. Ahí nos daríamos un beso, nos prometeríamos la vida entera y el amor eterno. Volveríamos a la realidad y unos días después me enteraría que volvió con la polola. Yo pasaría unos días devastada y después se me quitaría de forma abrupta, porque no es primera vez que la realidad no sigue el curso de la ficción. Porque así es la ficción, y la ficción duele y deja de doler a su antojo.

En vez de eso, recibí un mensaje que decía «que bueno que no agarramos y podemos seguir siendo amigos J». Amigos a medias porque igual dejamos de hablar después de eso, la exposición con pantalla de por medio era nuestro fuerte, no cara a cara con alcohol como suero de la verdad, arriba de un monumento.

Sigo siendo amiga amante, y comprendo el nudo de emociones que eso causa, pero es lo más fácil y cómodo para mí. De esa forma no decepciono a nadie ni nadie espera nada de mí. A veces quiero que lleguemos al futuro donde las relaciones personales sean automáticas y que nos designen grupos de amigos por algoritmos de intereses, y que el sexo sea simplemente recreacional. Soñar es fácil.

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La amiga amante por siempre

Sobre el autor:

Julia Harvey

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